Bruce Springsteen – Only The Strong Survive (Columbia / Sony)
No hace falta hablar de oportunidades perdidas. Tampoco de la necesidad o no de afrontar una determinada empresa. Ni de falta de perspectiva, de autocrítica, de originalidad. Hablemos de soul.
Cualquier amante del soul sabe que es una música eminentemente negra. Un género traído por Sam Cooke y Ray Charles desde la tradición gospel y el blues para dar forma a algo nuevo y tremendamente excitante. Algo que inundó las emisoras de radio y que, por supuesto, el hombre blanco quiso para sí, como siempre hace con todo lo que huela a dinero. Por eso, cualquier aficionado (serio) al soul mira con ojos escépticos las no pocas aproximaciones de intérpretes blancos a la música que Aretha Franklin, Curtis Mayfield, Marvin Gaye o Etta James contribuyeron a cincelar. El denominado “blue eyed soul” ha dado no pocos buenos resultados, sí, pero no es lo habitual. Y ahora le toca el turno a uno de los más grandes intérpretes blancos de la historia: Bruce Springsteen. Por cierto, nos ahorraremos tópicos como “el jefe” para hablar de él ¿ok?
Hace meses que el de New Jersey anunciaba un disco en el que su única pretensión era cantar. Cantar y hacer “justicia” al gran cancionero americano de los años 60 y 70 del siglo pasado. Casi nada. Para ello se encerró, a continuación de grabar su anterior (y más que decente) último disco junto a la E Street Band, Letter To You (2020), en su macro-estudio casero Thrill Hill, junto a su productor habitual Ron Aniello, los E Street Horns y un equipo de coristas digno de cortar la respiración. Hasta ahí, todo ok.
Si uno ha leído las biografías tanto de Bruce, como de su lugarteniente y “consigliere” Stevie Van Zandt (yo lo he hecho, y no con poco disfrute) sabe perfectamente lo mucho que les importa a ambos el soul. Cuando tocaban juntos durante horas y horas cada fin de semana en los garitos de Astbury Park las versiones de esos clásicos, por entonces recientes, eran lo que realmente calentaba la noche. De hecho, ambos, juntos o por separado, han recurrido a ellos en innumerables ocasiones para encender sus directos y dar a la gente algo de baile extra. Era, pues, lógico, que en alguna ocasión intentaran llevar la misma emoción a un disco. El problema es que para ello Springsteen no ha contado ni con Van Zandt, ni con ninguno de sus viejos compañeros de la calle E.
Si lo hubiera hecho, tal vez esto hubiera sucedido de otra manera. Hubieran llevado a su terreno un cancionero que no tiene sentido intentar emular con espíritu de facsímil. Pero eso es exactamente lo que nuestro protagonista y su productor han hecho aquí. Una serie de regrabaciones de clásicos totalmente fieles -salvo algunos (malos) matices- a los registros originales. Registros que, no lo olvidemos nunca, ya están hechos. Y quedaron muy bonitos.
Y eso que la selección de temas es buena. Sin duda Bruce sabe de lo que habla. El disco se titula y comienza como la canción que Jerry Butler usó para comenzar uno de los discos más espectaculares de todos los tiempos. The Iceman Cometh (1968), aparte de uno de los favoritos de quien esto escribe, significa el inicio del legendario sonido Philadelphia. Un sonido en base al cual los productores Leon Huff y Kenny Gamble edificaron un imperio. Esa es otra historia, claro, pero uno no puede evitar tenerla en cuenta cuando escucha comenzar un disco actual de la misma forma (con pretendida exactitud) que uno de sus tótems discográficos. Es inevitable caer en la falta de alma, en el pastiche que eso supone. Nada suena verdadero. Y lamentablemente, eso es extensible a la práctica totalidad del set de nada menos quince canciones que ofrece el disco del que hablamos.
Por si fuera poco, la presentación inicial del lote parecía presagiar otra cosa. La versión del clásico “Do I love you (indeed I do)”, que en voz de Frank Wilson ha sido bailado y coleccionado por innumerables aficionados a esa religión que es el northern soul, era más que potable. Contaba con una energía, un músculo, que sin ser the real thing hacía que la cosa aparentara ser respetuosa y disfrutable. Y bueno, nadie va a negar el respeto que Bruce tiene por todo este cancionero, pero desde luego el disfrute no es extensible a todo este disco, ni mucho menos.
Esa sensación de pastiche que teníamos al inicio de la escucha se hace inmediatamente no ya plausible, sino abrumadora, conforme avanzan los clasicazos. “Soul days”, originalmente en boca de Dobie Gray, cuenta con la participación de uno de los últimos soulmen originales que quedan vivos, Sam Moore (de Sam & Dave), pero ni por esas. De hecho, vuelve a participar en “I forgot to be your lover”, original de William Bell. En todas pasa igual: la obsesiva perfección que se ha perseguido a nivel instrumental por calcar algo que era fruto de la química generada por unas y unos músicos en un determinado lugar (estudios tan especiales como los de Muscle Shoals, en Alabama), hace que esto suene a quiero y no puedo.
El disco hace aguas por todos lados. Aunque Springsteen conserva una voz versátil y mantiene el tipo a base de mucho oficio, las bases suenan a todo menos a soul. El desacato adquiere ya dimensiones catedralicias en momentos como la revisión del incunable de los Four Tops “7 rooms of gloom”, que suena directamente a aquellos casetes de gasolinera en cuya portada se leía aquello de “versiones originales” y lo que uno encontraba al escuchar era una regrabación horrenda con baterías programadas y esas cosas. Todo aquí suena a eso, de hecho. A fake, a broma de mal gusto, a horterada, a atentado contra algo que debería ser intocable, sagrado. Quizá si Bruce se hubiera juntado con sus viejos colegas y hubieran llevado las cosas realmente a su terreno, a su sonido de directo, esto hubiera sido distinto. Quién sabe. Pero lo que hay, es lo que hay.
Por eso, lejos de recomendarles la escucha de este artefacto, con la correspondiente pérdida de tiempo que supondría, les conmino a invertirlo en la escucha de alguno de los discos que contienen las canciones que en él se reivindican: el ya citado Iceman Cometh de Jerry Butler (del que aquí se incluyen nada menos que dos versiones), Turn Back The Hands Of Time, de Tyrone Davis, I Wish It Would Rain, de los Temptations o Bound To Happen, de William Bell (puro Stax). En todos ellos encontrarán, al contrario que en el disco que nos ocupa, soul y satisfacción garantizada.
Un dinero que me ahorro.
Que putada!!!!