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DarkMad (Autocine Madrid Fever) 29 y 30 de abril

Por fin, tras diversas postergaciones por lo que ya sabemos, se pudo celebrar la nueva edición de DarkMad. Desde 2019 los fans del sonido más oscuro tuvieron que morderse las uñas hasta llegar a este segundo encuentro con un festival de esos que más nos gustan a los melómanos: temáticos, coherentes y con una inteligente mezcla entre bandas veteranas y promesas –o realidades- recientes.

Cada vez somos más las personas cansadas de esos festivales escaparate con mezclas disparatadas que, lejos de buscar heterogeneidad bajo un criterio de calidad y pasión, lo hacen para abarcar al mayor espectro de gente posible, sin importar el rechine de nombres juntos o el amor por la música, sólo buscar hacer la mayor pasta posible a cualquier precio.

DarkMad estrenaba ubicación en el Autocine Madrid Fever y, la verdad, que el entorno fue un acierto. Todo muy a mano, poco saturado y con dos escenarios que no solapaban en absoluto el sonido el uno del otro pese a las dolorosas coincidencias inevitables en horarios que nos hacen elegir, y por tanto renunciar, si bien en esta ocasión no había problemas de distancia para poder curiosear e incluso compatibilizar dos conciertos a la par.

El tiempo ayudó y, si bien cayeron unas gotas antes de empezar la jornada del viernes, la temperatura fue agradable, con nubes pasajeras que impedían una solanera considerable y por la noche incluso refrescó, por lo que todas las premisas permitieron disfrutar debidamente de DarkMad.

Y comenzando con el elenco de artistas, la primera cita obligada del sábado eran los legendarios Pink Turns Blue, absolutamente resucitados en su formato de trío y publicando discos más que decentes como su reciente Tainted (21). Efectivos a más no poder, los alemanes desplegaron su repertorio alternando clásicos con temas actuales, dejando lo mejor para un descomunal final con “Your Master is calling”, honda y penetrante a más no poder con un Mic Jogwer en un estado vocal apabullante. Gran sonido el logrado en el Escenario Dark, a la postre el principal, tal el leve susto recibido al llegar con unas guitarras ahogadísimas por parte de The Arch, a los cuales presencié en los últimos laces de su actuación.

Era tiempo de comprobar el Escenario Mad, montado a las formas de carpa y en el que se sumaban las propuestas más electrónicas, Dj’s, etc., mayor enfoque hacia el bailoteo general con buen gusto y juego de piernas en las elecciones. Jihad fue el primero al que asistí, micrófono en mano y lanzando secuencias y pistas desde sus aparatos. Interesante. Pero mucho mayor fue el impacto generado posteriormente por los ritmos duros y obsesivos de Mortaja. Exigente exhibición de Bert Lehmann que demandaba mayor nocturnidad.

Mientras, en el escenario principal, el impactante atuendo de Lene Lovich fue casi el principal reclamo de esta leyenda del sonido siniestro, si bien los temas sonaron con poco empaque sin ser, desde luego, el mito que mejor aguante el tipo. Muy diferente ocurrió con la irrupción de Suicide Commando. Miedito del bueno el descargado por los belgas, con su aggrotech imbuido de EBM. Johan Van Roy sigue siendo un animal escénico y el peligro emanado desde el escenario fue constante para los hermanos gemelos de sus también paisanos Front 242. Demencial recta final con el encadenado de “Love breeds suicide” y “Die motherfucker die”, otro de los broches más memorables de la edición.

Era tiempo de recibir a una de nuestras mayores leyendas patrias, Ana Curra. Incombustible y exuberante de carisma, llenó el escenario principal acompañada de una solvente banda. Por supuesto los temas protagonistas fueron la de ese legado inmortal aportado por Parálisis Permanente, banda en la que militó la madrileña. “Nacidos para dominar”, “Autosuficiencia”, “Quiero ser santa”, su particular versión de The Stooges “Quiero ser tu perro” y, muy especialmente, una penetrante “Tengo un pasajero”, fueron grandes momentos con los que recordar un post punk gótico de quilates. No faltó tampoco otro temazo suyo de cosecha propia como “Pájaros de mal agüero”. Muy disfrutable.

Y corriendo a la carpa para disfrutar de la que montaron The Juggernauts, ataviados con sus cascos galácticos, a las formas de unos Daft Punk marcianos, puro hedonismo antes de la que fue más celebrada actuación en este escenario del día: la de unos Psyche radiantes y que llevaron a la celebración hermanada de cientos de almas coreando su ensoñador “Goodbye horses”.

A caballo los vi de unos extraordinariamente elegantes, pulcros y muy bien conservados The Human League, evidenciando que se puede envejecer con mucha dignidad y sonando realmente bien. Desde luego demostraron que eran el grupo más grande del festival con su puesta en escena que les encumbraba merecidamente como la leyenda que son, aunque no toda la gente se dejase seducir de su synthpop a unas horas que demandaban más madera a una audiencia ya cerca del delirio. De ahí en adelante, todo fueron sesiones para quemar zapatilla entra algunas sonrisas que eran celebración de vida.

La segunda jornada nos hacía estar atentos desde muy primera hora. Si el primer día fue más bien dedicado a viejas glorias, el domingo lo estaría a grupos que están más viviendo su momento dulce. Y vaya si lo viven. Un día muy copado por artistas suecos. No me pregunten por qué, pero considero que las propuestas sonoras que vienen de Suecia siempre son sello de calidad y emoción. Pues bien, la primera gran sorpresa del día vendría de allí. Tremendo concierto el que se marcaron Then Comes Silence, con el sonido más afilado de todo el festival. Músculo y decisión en unas maneras que realmente no inventan nada y que aluden a los grandes popes del género (Sisters of Mercy, New Model Army, Soror Dolorosa y los The Cult más goth inclusive…). Agradecidos y derrochantes de carisma escénico y pasión, el trío se marcó una imponente actuación, con los momentos más intensos vividos hasta ese momento. Auténticos escalofríos internos el binomio final con la sentidísima “Rise to the bait” y la apoteósica “Strangers”. Incontestables.

A pasarse un momentito para apreciar las evoluciones de la dupla formada por Karl Hefner & Hugh Lagerfeld a los mandos con el sonido más dreamy de la carpa del  Escenario Mad hasta ese instante. Y luego acercarse a ver a los inclasificables Sigue Sigue Sputnik y su punk marciano, ataviados de una forma delirante, con su cantante convertido en el mismísimo King África. Realmente podía hacer cierta gracia, pero de lo más prescindible y ratonero del festival de largo.

Lleno apoteósico para ver a NNHMN en la carpa, sonidos darkwave y EBM en una de las sensaciones del momento. Pero era momento para acudir al auténtico apocalipsis del festival con la llegada de Test Dept y sus polimórficas máquinas de guerra cargadas de percusiones infernales donde cualquier elemento vale desde tambores gigantes a planchas de acero. Para quien no esté muy familiarizado con ellos, decir que son una especie de cruce entre Einstürzende Neubauten y Swans, con un marcado carácter más electrónico. Mucha exigencia no apta para no iniciados, pero gloria bendita para quien se adentre en la experiencia sonora. Cambiando de tercio apareció la sueca Rein, cada vez más cercana a las formas del witch house y herencia electroclash, incluso añadiendo tintes de vanguardia urbana que me recordaban a los mismísimos Die Antwood por momentos.

La noche iba llegando y nos disponíamos a presenciar el que para mí fue concierto revelación del festival y, sin duda, el que mayor dosis de emotividad emanó en cada nota. De nuevo, Suecia a los mandos. Kite, con sus dosificados y fantásticos seis EP publicados hasta ahora, cada uno titulado escuetamente del I al VI, son una joya bastante escondida que merece ser atendida en toda su grandeza.

La muestra más palpable de que la electrónica puede conmover tanto o más que cualquier otro género musical y con una transmisión alucinante con sus sintetizadores, puesta en escena espartana pero majestuosa a la par y, por supuesto, el timbre vocal conmovedor de Nicklas Stenemo, que me recuerda curiosísimamente al del líder de los también suecos Last Days of April, Karl Larsson. “Dance again” fue el ejemplo más clarificador de todo esto. Sonó purificadora, infinitamente bella, con el brillo de la esperanza inquebrantable de quien tiene que renacer de nuevo tras las sucesivas micromuertes del corazón para sobrevivir una vez más.

Antes, otros temas nos habían trasladado al neón y la atmósfera onírica como “Changing”, la preciosa “Hand out the drugs” y su prometedor single reciente “Don’t take the light away” que les acerca a una suerte de Sigur Rós electro-dance. Es cierto que quizás fuera la propuesta sonora más out of context de todas, más que nada porque apelaba a la introspección del viejo conocido arte de “llorar con lágrimas en los ojos”. Lo mejor.

Inmejorable anticipo de los auténticos protagonistas yo diría del festival. Me estoy refiriendo a Boy Harsher, para mí la sensación de electrónica oscura y sonido coldwave más en forma de los últimos con el permiso de los también estupendos Lebanon Hanover. Mucho más desde luego, al menos para mí, que unos Cold Cave que cayeron del cartel y que para mí no supuso gran trastorno, mucho mayor aunque de menor calado colectivo fue no haber podido disfrutar en el festival de los rusos Ploho, si bien un día después tocarían en sala.

No defraudaron Boy Harsher con un sonido penetrante y una puesta en escena somerísima, con el dúo dedicándose a sus aparatos y a cantar sin más. Concierto de altura sin muchos aspavientos, una maquinaria engrasadísima desde la que iban aflorando algunos de los temas más indiscutibles de su carrera como su célebre “Fate” o la obsesiva “Come Closer”, mi canción preferida de ellos. Curiosa y adecuada resultó la revisión del “Wicked Game” de Chris Isaak muy adecuadamente llevada a su terreno; un terreno muy lynchiano y heredero del synthwave entre un público en el que se dejaron ver algunas camisetas de bandas como Perturbator o Carpenter Brut. Un “Pain” descomunal fue el broche del concierto con una Jae Matthews desatadísima, ejerciendo de maestra de ceremonias dentro de un concierto que unánimamente dejó a todo el mundo con la boca abierta; una comunión de almas que se contoneaba como un ariete humano gigantesco bajo unos beats profundos como una fosa abisal.

Y con cara de satisfacción por haber presenciado un festival de gran altura, nos encaminamos exultantes a la carpa para quemar los últimos cartuchos de la noche mientras las gafas de sol más guays ocultaban los ojos de los vampiros urbanos que danzaron hasta el último minuto.

Fotos: Álvaro de Benito

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