Iggy Pop (Teatro Real) Madrid 26/7/22
Iggy Pop en el Teatro Real. Así de simple se formula el experimento sociológico que reunió a los incondicionales de La Iguana en el recinto sagrado, cada vez menos, de parte de las artes escénicas españolas. Me imagino a los reptilianos mirando por un agujerito a ver quién puede más, si la gente de pelos de colores ávidas de rock o la intimidación que se le presupone a ese real espacio. Está claro que, si son reptilianos, todo iba a caer del lado de Iggy Pop y de sus fieles, los mismos que minutos antes del recital se agolpaban en las inmediaciones de la plaza de Oriente apurando sus últimos cigarrillos que no podrían encenderse dentro de soslayo. Una vez en el interior, la primera batalla cae del lado del pretendido refinamiento de los photocall, el famoseo de morritos y una barra de buenos caldos y espumosos, que para eso estamos en el Real.
El recinto es el mismo para Rigoletto que para Iggy Pop, coronado por esa enorme lámpara de techo que siempre mira uno de reojo. Gran parte del público se afana por localizar su butaca en la fila equis: los pelos tintados se entremezclan con los no tintados, aunque todos unidos por una causa común. Lo que no sabía el respetable es que la puntualidad exigida no era tanto por el tema del entorno señorial, sino porque les iban a clavar un trailer de Stooge, un documental sobre, efectivamente, Iggy y los Stooges, que se prolongó como aperitivo de cuarto de hora como el típico anuncio de apaguen sus móviles del cine que todo el mundo se pasa por el forro.
Cómo sería la cosa que, a la altura del metraje de un concierto en Manchester, se comienzan a escuchar los primeros abucheos. Ni el bueno de Mike Watt aporreando su bajo en la pantalla calla la impaciencia de quien está poco acostumbrado a que les digan “a y media como un clavo”. Cuando finaliza la pieza, la gente aplaude, sin saber muy bien si lo hace porque se ha acabado ya el acto promocional o porque, de una vez por todas, iba a comenzar aquello.
Las luces se apagaron y dieron paso al inicio del concierto, protagonizado por Sarah Lipstate, la guitarrista más conocida como Noveller y que acompaña a La Iguana en esta gira. Su delicada figura se impone a arco frotado sobre la guitarra para empezar a calentar el ambient de “Rune”, antes de que el Teatro Real estuviese a tres minutos exactos de convertirse en Aqualung. Iggy saltó y brincó sobre el escenario en su aparición a ritmo de “Five Foot One”, anterior a ese grito de come here que arrastró a tres cuartas partes del público a la primera fila, o al espacio entre esa fila y el escenario, para igualar a los de entradas de casi a cien con los de un par de cientos.
Desprendido de su chaqueta, torso al aire, y el Aqualung Real ya caldeado, la fiesta no pudo contenerse, rindiendo a los de seguridad a una resignación estoica y viendo que, efectivamente, el punk regado de verdejo es, en el fondo, una actitud a la que no hace falta espolear mucho para vencer al escenario, cada vez menos imponente, del Real, más parecido a esos vetustos recintos británicos y de Norteamérica, donde sí que están más acostumbrados a eso del palco y platea. “Lust for Life” y “The Passenger” combinaron perfectamente en el primer gran combo del señor Osterberg Jr., celebrado enormemente, antes de entrar en esa parte de repertorio necesario de “James Bond” o “Free”, encajadas en el listado y puestas en escena a luz lyncheana.
Tuvo a bien cerrar el recital previo a los bises con tres sacramentos de la época de Stooges, que fueron anunciados melancólicamente por un Iggy que dijo que, a pesar de todo, sigue siendo “sucio”, que entendemos que lo dijo metafóricamente y no porque estuviese desde hace minutos rodando por el escenario del Real, al que, no obstante, se le presupone limpieza exquisita. “Gimme Danger” y “I’m Sick of You” incendiaron lo necesario para que la apoteosis llegase con “I Wanna Be Your Dog”, un tema que, desde esa noche, pasó de incendiar la televisión pública de España en su versión más punk todavía de Las Vulpess a ingresar en el escenario más regio posible, eso que los medios vendrían a denominar blanquear o democratizar (cosas del neolenguaje).
Por si no fuera poco esto, todavía quedaban los bises, remozados de esperanza cumplida para aquellos que apuntamos más hacia los años dorados, esos de “Down on the Street” y de la rabia contenida de “Search and Destory” y de “Fun House”, casi elementos de museo que, aunque cogido con pinzas, con cientos de ellas, algunos podrán esgrimir como metáfora de que contenido y continente hace mucho tiempo que ya no guardan relación.
Fotos: Álvaro de Benito