Israel Nash (Sala Copérnico) Madrid 22/02/24
Percibir como un disco o una banda nueva te pasa por encima, sin verlo venir, es uno de los placeres más regocijantes que puede saborear un melómano, pero existe otro al mismo nivel aunque menos obvio y que con el paso del tiempo menudea más: el repunte imprevisto de alguien a quien habías dado por perdido o devaluado. Traer a colación esta apreciación con el protagonista de estas líneas seguramente sea algo riguroso, pero costaba intuir que a estas alturas Israel Nash pudiera descolgarse con un álbum del calibre de Ozarker (23). Jamás dio un paso en falso, conviene aclarar, pero esa expansión de su universo sonoro iniciada con Israel Nash’s Rain Plans (13), y que le situó de una manera tal vez demasiado nítida en las coordenadas del Neil Young más psicodélico, comenzaba a transmitir cierta sensación de estancamiento y piloto automático. Desde luego se echaba en falta la mordiente y el magnetismo de aquella maravillosa colección de temas titulada Barn Doors And Concrete Floors (11), su obra cumbre hasta la publicación de la exquisitez del año pasado, que iguala su fulgor e inspiración, además de servir de impecable muestrario de todas las aristas musicales de este infravalorado trovador estadounidense.
Una de las visitas más recordadas de este músico a nuestro país aconteció en 2013, con motivo de la presentación del citado álbum publicado ese año. Justo en la bisagra del referido viraje estilístico, esa gira fue satisfactoria y nos trajo a un músico que indudablemente exhibía inquietud de miras y afán por encontrar su voz, pero también fue palpable cierta bisoñez, que aún faltaba cuajo, que la maquinaria aún no estaba engrasada del todo. Más de una década después, y ya con una sólida colección discográfica a sus espaldas, la madrileña sala Copérnico lucía sus mejores galas, con una afluencia de público más que generosa, para ratificar las inmejorables vibraciones que transmite el flamante último disco. Así, tocado con un sombrero y lacia melena al viento, el tejano hizo acto de aparición sin teloneros pero con la nutrida compañía de una banda que nada más ocupar sus posiciones, antes incluso de sonar un acorde, ya ofreció la sensación, por actitud y presencia, de que respaldarían con máximo oficio y desenvoltura el cancionero a desplegar.
Los primeros compases de la actuación fueron monopolizados casi en su totalidad por el último álbum, lo que evidencia la máxima confianza que tiene su creador en su reciente legado. Sin duda no erró el tiro, ya que esa mezcla de pegada y hondura que destilan esas canciones resultaron ideales para arrancar la función, y definitivamente transmitieron absoluta sensación de nuevos clásicos. Composiciones como “Roman Candle” o “Can´t Stop” contagiaron muy pronto a la audiencia, y desde luego la ejecución fue irreprochable. Todos los arreglos del disco, por mediación de teclados y exquisitos slides, se reprodujeron impecablemente; las canciones lucían vigorosas y muy bien arropadas. Además, la coreografía lumínica acompañaba y el sonido que arrojaban los altavoces mostraba una formación perfectamente ensamblada y ecualizada. Todo era intachable, pero la sensación de que faltaba un plus de pasión y una marcha más sobrevolaba la sala. Hasta que llegó “Pieces”.
Antes “Shadowland”, conmovedora canción nueva, con sus hipnóticos juegos de guitarra que remiten tanto a Bruce Springsteen como a The War On Drugs, seguramente las principales referencias que alimentan Ozarker (23), ya había insinuado el vuelo que podía alcanzar la actuación. Hubo también tiempo de escuchar “Baltimore” y, de paso, lamentar que de una obra tan superlativa como Barn Doors And Concrete Floors (11) su artífice pase tanto de puntillas; de hecho, no tocó ni una más. El ninguneo es tan doloroso como desconcertante, pero poco más se puede imputar a nuestro protagonista, porque, insistimos, llegó “Pieces”.
Tras una breve alocución introductoria expresada con mucho sentimiento y preñada de espiritualidad, Nash pareció transmutarse en un chamán de ahí en adelante, y es cuando la actuación rompió en excelsa y diferencial. Este tema, cima del último disco y una de las mejores exquisiteces que ha escrito nunca, resultó mágica, hechizante, el típico instante que por sí solo justifica la asistencia a un concierto. Otro lance muy hermoso fue “Lost In America”, interpretado sin banda y confiriendo un cambio de registro y un tono íntimo muy reconfortantes. Con un sonido cada vez más expansivo, con los músicos entretejiendo jams y virguerías de guitarra con progresiva determinación y toneladas de garra y talento, la recta final fue apoteósica, curiosamente dominada por Israel Nash’s Rain Plans (13), donde las ensoñadoras y flotantes “Rexanimarum”, “Mansions” y “Rain Plans” remataron una velada para el recuerdo y refrendaron lo que se intuía: que Nash está en plena y formidable madurez y que el repunte también es escénico. Que se encuentra en estado de gracia.
Foto Israel Nash: Pedro Rubio Pino