John Grant – Pale Green Ghosts (Bella Union/Music as Usual)
Después de que Midlake rescataran a John Grant de los brazos de la depresión y lo devolvieran al mundo de los artistas activos con el espléndido Queen of Denmark (Bella Union / Nuevos Medios, 2010), parecía que el ex líder de The Czars podría levantar cabeza e intentar sacar adelante su maltrecha vida. Lamentablemente, algunos meses después reveló al mundo que era seropositivo. Tal vez por ello decidió dar un giro personal y musical a su vida: para lo primero cambió su residencia a Islandia; para lo segundo, se animó a desarrollar ese álbum con el que siempre había soñado, uno en el que hubiese lugar para la electrónica que le fascinó de adolescente. El ambiente gélido de Reikjavik y la colaboración del productor Biggi Veira (GusGus) hizo el resto.
El resultado vuelve a ser un torrente de emociones al límite, de lamentos y esperanzas, de confesiones y derrotas. Sin embargo, donde en su anterior álbum este viaje emocional se realizaba sobre colchones mullidos repletos de violines y pianos que recordaban a John Cale, ahora John Grant ha escogido la vía del sintetizador, de la deshumanización de la máquina. Parecen ser New Order (aunque la sección rítmica de Midlake lo acompaña en algunos temas) los que sirven de banda de apoyo en canciones como «Pale Green Ghosts», que abre el álbum dejando ya claro desde el principio que los temas nostálgicos y las referencias a su difícil pasado van ser de nuevo una constante.
El ritmo robótico y los sintetizadores ochenteros de «Blackbelt» esconden algún tipo de reproche a su ex amante, pero, como viene siendo habitual, las mayores recriminaciones de John Grant van hacia sí mismo: escúchese por ejemplo la bellísima «GMF» («I am the greatest motherfucker that you’ll ever gonna meet«), con menos presencia de la electrónica y que cuenta con los coros de otra inadaptada social: Sinead O’Connor. Tan confesional o más es «Vietnam» («Your silence is a weapon, it’s like a nuclear bomb«), donde vuelve a recordar el desengaño amoroso que ya inspiró buena parte de su anterior álbum. Una acertada combinación entre sonidos analógicos y digitales conforma una atmósfera en la que se respira paz y desasosiego a partes iguales. Pero el dolor sigue presente: el estribillo de «It doesn’t matter to him» (otra canción con instrumentación tradicional) hiela el corazón, y el efecto se multiplica en «Why don’t you love me anymore», amplificado por el minimalismo oscuro y electrónico que la envuelve, haciendo que sea casi físicamente posible sentir la soledad.
Su admirado Vince Clark parece ser la clara inspiración para el sonido de «You don’t have to», otro tema catártico y desolador. Es curioso, y difícil de entender si no se adentra uno en el particular sentido del humor de Grant, que la canción que tal vez debería ser más triste («Sensitive new age guy», dedicada a un amigo que se suicidó) sea la que tiene el ritmo más alegre, muy New Order, y una interpretación vocal más desenfadada y que recuerda más a grupos de hip hop intrascendente como De La Soul que a Scott Walker. Pero John Grant es así de irónico e impredecible, y por eso no duda en titular «Ernest Borgnine» al tema (otra vez con un ritmillo más movido, incluyendo un saxo que no parece venir mucho al caso) en el que se enfrenta al hecho de ser seropositivo.
Tras la habitual confesión sobre la difícil relación con su entorno («I hate this town») le llega al turno a «Glacier», que cierra el disco con más lamentos y recordando su lucha contra el mundo («You just want to live your life the best way you know how, but they keep on telling you that you are not allowed«). Los dedos de la gente le apuntan, le llaman enfermo, su pena es como un glaciar que recorre sus entrañas pero que crea paisajes espectaculares, por tanto no hay que sufrir ni hacer caso a lo que los demás digan de uno… Parecería casi una canción paródica de autoayuda si no fuera por su inmensa belleza, acorde con los paisajes que crea ese glaciar…
Cuando la voz de Grant empieza a desvanecerse y sólo quedan un piano y unos violines dibujando elipses en mi habitación durante tres minutos hasta reducirse a una nota grave que resuena algunos segundos antes de desaparecer, sé que no he escuchado solamente un disco sino la confesión de un pedazo de alma agonizante. Tremendo nudo en la garganta.