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La Gore (Ambigú Axerquía) Córdoba 07/11/25

Muchos ignorábamos, más por sorpresa que por desconocimiento, que una artista del perfil de Lidia Navarro, sevillana de Utrera por cuna y coplera travestida de electro punk por vocación, tendría tantos y tan fieles seguidores en la capital cordobesa. En el cada vez más prestigioso escenario de la sala Ambigú se mascaba un ambiente de expectativas halagüeñas, una noche benigna en temperatura externa e interna y una sensación generalizada de espíritu inquieto. Era la primera vez –mea culpa- que la propuesta expansiva y a la vez exigua de La Gore, el llamativo nombre de guerra de esta productora, compositora y cantante, se presentaba ante nuestros ojos y oídos, y tras lo visto y vivido mucho me temo que no será la última. En primer lugar, por el atrevimiento (mantener el pulso escénico durante más de una hora sin flaquear ni en repertorio ni en actitud); en segundo, por la actitud (cualquier alma cándida que viera algún vídeo privado de sonido aseguraría con poco margen de error que estábamos ante una discípula aventajada de algunos tótems de estética gótica como Ana Curra, quizá mezclada con otras reinonas del psychobilly en la onda aguerrida de Poison Ivy); y finalmente, por el concepto.

La presencia impacta desde el inicio: Una especie de mártir, o una virgen vampírica en las antípodas del catolicismo, esconde a la guerrera de la copla en una reinterpretación minimalista de la folclórica “Por dos monedas”, o más bien la camufla antes de explotar en los beats raciales de “Ya no quiero tu amor”, el tema más cercano a un hit del que puede presumir hasta ahora. Lo de disparar bases de breakbeat, tarea a la que se entrega su fiel escudera Alba, mientras Lidia exhibe poderío a las cuerdas vocales hace que esto ya no sea ni flamenco, ni música para una rave universal, ni pop electrónico propiamente dicho, sino todo eso y nada a la vez.

En la mezcla dicen que está la verdadera esencia del arte libre, y ella lo reinterpreta y lo limita a explosiones apasionadas como las que desatan temas aptos para el delirio colectivo: “Deseo pa’ ti”, que podría ser una reinterpretación contemporánea del tradicional sonido caño roto, “La descastá”, “Malasangre” o “Majara”, ésta recién salida del horno humeante de su estudio, son piezas demoledoras en directo, rematadas en ocasiones por solos de cajón flamenco o tambores propicios para una batucada gitana. La fiesta y el gozo como motivación y destino, al que también se dirigen los versos de “Salvaje”, “Fortuna” o “Kabbalah”, canciones con mayor recorrido y similares efectos secundarios.

El sentimiento inherente a la potencia y largura de su voz se desparrama en “La niña que está en la bamba” y “La flama de Sevilla”, anclando sus raíces a un sonido trasegado en la inercia de la música y la geografía que amamantaron su arte. Es también capaz de trasladar lo local a lo global, y así se apropia del “Por qué” de aquel dúo gaditano descrito como flamenco underground que se llamó Radio Makandé para que el jaleo sea aún mayor y quienes aún no podemos corear sus canciones como nos gustaría al menos tengamos un motivo para el karaoke momentáneo.

Si Prodigy soñaron alguna vez con llevar su aparataje sonoro a un cortijo andaluz, o incluso si alguien pudiera imaginar a los Chemical Brothers bailando rumba disfrazados de Siouxsie, debería comprobar de primera mano que existe algo parecido mucho más cerca de lo que creen. Sólo hay que acercarse a alguna de las salas donde La Gore pone en práctica la misa negra de lo imposible. O como ya predicaron los adorables bichos raros de Jane’s Addiction, este es el ritual de lo habitual, y que le den a eso tan extraño que llaman normalidad.

Fotos La Gore: Manuel Torres

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