Nacho Vegas (La Riviera) Madrid 22/06/18
Existían muchas ganas por ver de nuevo en directo a Nacho Vegas. Cuatro años habían pasado desde Resituación (14) y tres desde su coherente colofón, el EP Canciones Populistas (15). El silencio musical era roto con casi un desafío: un disco doble de dieciocho temas, Violética (18), presentando a un Nacho Vegas con un discurso que sigue ahondando en la necesidad de denunciar, o cuanto menos, señalar y reflexionar acerca de las incoherencias de un mundo que nada a la deriva en la paradoja incesante construida por la (in)justicia institucional.
Aún es pronto para hablar de un disco que requiere una digestión lenta y pautada en unos tiempos que demandan la instantaneidad más fútil que jamás pudiera el ser humano ni tan siquiera haber concebido.
Pero para lo que no es pronto ni tarde, sino que es realidad palmaria es para describir la tremenda profesionalidad, solvencia y solidez que presenta el directo de Nacho Vegas desde hace ya bastantes años. Fundamento básico, qué duda cabe, es su extraordinaria banda acompañante. Un auténtico privilegio contar en sus filas con buena parte del núcleo duro de León Benavente –probablemente el grupo más en forma de este país-, la fidelidad conmovedora del eternamente bisoño Manu Molina y el latigazo nervioso a la guitarra de Joseba Irazoki. Una vez más, el Coru Internacional Antifascista Al Altu La Lleva aportó color y matices al cancionero del asturiano, dejando al grueso de la banda solo para atacar los temas con quizás más espesor dramático personal.
Y es que fueron algunos de ellos los auténticos protagonistas de la noche para quien les escribe. Si bien es algo cotidiano y familiar disfrutar en directo canciones como “La Plaza de la Soledad”, “Nuevos planes, idénticas estrategias” o “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, no los son tanto los rescates bomba de El manifiesto desastre (08), disco por el que siento una debilidad atroz. Y es que asistir a la detonación a escasos metros de “Morir o matar” –presentada sarcásticamente por Nachín como una “canción ligera”– o a esa letanía de nihilismo carnal-descarnado que es “Dry Martini, S.A.” es algo que llevaba mucho tiempo sin ocurrir con él encima de un escenario. Extraordinario también el rescate de “Canción de palacio #7”, que sonó soberbia. Otro guiño bonito fue la transformación al asturiano de “Ciudad vampira”, dotando aún de más coherencia y desencanto esperanzado su letra.
No falló de nuevo la ejecución arrebatadoramente emocionante de “La gran broma final” o el himno fundacional del “último Nacho Vegas” –por utilizar una absurda denominación que sitúe al lector- como lo es la necesaria “Cómo hacer crac”.
No nos podemos olvidar, obviamente, de hacer referencia a cómo sonaron las nuevas canciones en directo; yo diría que, en líneas generales, ganaron mucho en enjundia y acercaron puntualmente su ejecución a la de unos Bad Seeds o unos Tindersticks dependiendo del tema –fabulosa la dupla de “Ideología” y “Desborde”, llamado a ser el nuevo clásico de su cancionero cuando el tiempo (dis)ponga todo en su lugar-. Grandísimas las tres invitadas, ya presentes en Violética, al acompañar a Nacho Vegas sobre las tablas. Nos deleitamos con la sencillez discreta de María Rodés con la desnuda “Ser árbol”, el electrizante duelo a lo Serge Gainsbourg y Jane Birkin al aparecer en escena Christina Rosenvinge y acometer rotundamente junto a Nacho y su banda la versión de “Maldigo del alto cielo” (original de Violeta Parra), y el duelo de sexos teatralizado de “La última atrocidad” junto a Cristina Martínez que sonó descomunal en su parte final. No faltó tampoco dar voz a la denuncia: Nacho Vegas y su banda tuvieron el detalle de invitar a varios miembros del colectivo SOS Racismo Madrid a explicarnos los abusos que se comenten en los CIE de España antes de tocar “Crímenes Cantados”.
Una bonita velada modelada en barro, guárdenla a buen recaudo en su memoria: este nuestro mundo de plástico no conoce misericordia para con nuestras pequeñas grandes vivencias.
Vamos, que vas a un concierto, y acabas cantando la internacional. No me interesa esta faceta del asturiano. Ha dejado de sonar como una banda de rock, por muchos Bad Seeds que se quieran sugerir. El Vegas ahora parece un coro de socialistas del PP. Y encima aparece otra vez por ahí la señorita Rosenvinge, artista conocida más por sus amistades que por sus talento musical, que lo tiene, sin duda. Lo está buscando, el talento digo.