Noah Gundersen – Carry the ghost (Dualtone Records)
Escuchar por primera vez lo nuevo del estadounidense Noah Gundersen a modo de picoteo, tras haber dedicado una hora y media más de sus vidas a algún clásico de Meg Ryan y descuidando sus problemas con la insulina, puede llevarles a pensar en un episodio más de aquella grotesca docuficción llamada «Mil maneras de morir». Porque irán pasando aleatoriamente de canción en canción con intervalos de no más de 20 segundos y, en un tono y textura musical que recuerdan a un día tonto de Ed Sheeran, escucharán frases como: «Chasing the echoes of your name…make me reason to get even for the flood of your tears…It´s sad but true, I need a woman… I will do all I can to be your man…» Si cometen esa osadía (lo hemos hecho todos alguna vez), es probable que piensen, como le sucedió a un servidor, que esto no hay quien lo remonte. Sin embargo, si optan por una toma de contacto pausada desde su inicio hasta el final, tal vez, y sólo tal vez, no les importe dedicar una previsión lluviosa de Roberto Brasero en una tarde de domingo a escuchar a esta alma en pena.
«Carry the ghost», el segundo LP de este músico de 26 años nacido en Olympia (Washington) y fundador del grupo The Courage, proclama a los cuatro vientos, y sin apenas artificios, honestas declaraciones de desamor (nada nuevo bajo el sol) que parecen producirse en algún lugar de íntima atmósfera y esbozadas por una voz tenue, casi susurrante y preocupada por que algún insensible escuche tras la puerta entre carcajadas contenidas. Sería injusto, porque lo cierto es que el álbum, cuyo registro parece moverse entre el folk más cálido de Ray Lamontagne, el desgarro puntual del irlandés Glen Hansard y la envoltura melosa del citado Sheeran, consigue su claro objetivo de otorgar placidez y reflexión a lo largo de sus 13 canciones.
Sin insulsez ni grandilocuencia, la lírica galvaniza de espiritualidad unas melodías que fluyen de forma sosegada y armónica. La presencia imperante de una guitarra acústica, cuyos sencillos arreglos vivifican el mensaje del lamento, y de una eléctrica que dialoga por momentos para dar una palmadita al encausado, se erigen en papel y pluma de este diario de Noah («Selfish Art», «I need a woman» o Halo (disappear/reappear, una de las baladas más enardecidas del disco). En algunas pistas, como es el caso de «Heartbraker», revelan las querencias del autor por demostrar que toda sutilidad tiene su hostilidad, destinando cuatro minutos a obligarnos a subir el volumen para percibir su pequeño hilo vocal, y otros tres a hacer rabiar al vecino, con sección de violín incluida. Gran acierto el de este compositor al salpicar algunos tramos con punzadas de cuerda frotada, percusión y piano (Slow Dancer, Show me the light, Planted seeds). Matizan acertadamente un álbum que plantea un elegante viaje onírico, no exento, eso sí, de la necesidad de repostar en su largo recorrido por una autopista, en ocasiones, demasiado languidecida.
En definitiva, parece bastante improbable que en su próximo disco vaya a sorprendernos con un ensayo musical sobre los síntomas de la alexitimia. Todo indica (sólo es una suposición) que su margen de maniobra se circunscribe a la profundidad con la que logre avanzar en sus desventuras descritas con aderezos acústicos entre flores, montañas y evocaciones del estilo. Si logran pasar eso por alto en este LP, descubrirán una aceptable oda a la introspección que no ofrece nada nuevo, pero que sí dignifica a su género como acompañamiento de ratos plañideros con crudeza existencialista y tarrina de helado.