ConciertosCrónicas

Pájaro (Ambigú Axerquía) Córdoba 24/03/17

Fotos: Raisa McCartney

Citarse con un músico de las características de Andrés Herrera Ruiz es como intentar volar a ras de suelo junto a un Pájaro de alas enormes, un ejercicio de libertad enriquecedor y necesario para salir del infierno cotidiano durante un par de horas. Sabíamos, porque no es a primera vez que acudimos a su canto, que con él todo es posible encima y a pie de escenario, que sus bromas y monólogos entre canciones no son políticamente correctos ni para él mismo, que su jerarquía como miembro e impulsor de lo que se vino en llamar rock sevillano durante los últimos setenta no le impide saludar a diestro y siniestro a todo aquel que se subió al carro de su concepto artístico, tan serio como aparentemente liviano, con una sonrisa de agradecimiento y un gesto de complicidad eterna. Lo que también sabíamos pero no acabábamos de creer es que ha grabado un segundo disco con la base de la misma banda igual de bueno o mejor que el primero. En He Matado Al Ángel redondea su pasión por la idiosincrasia hispalense (su barrio, su gente, sus grandezas y miserias) y la aumenta con una visión mediterránea que rodea a su vez con un paseo sonoro por las riberas de Sicilia, el humo de un spaghetti-western crepuscular, el rock instumental asalvajado, la luminosidad del surf y una elegancia que no se ve pero que traspasa los micrófonos y los decibelios, desde el riguroso traje negro con camisa de volantes del jefe hasta la chaqueta a lo Sgt. Pepper’s del baterista. En esta gira las piezas encajan con mucha más coherencia, si es que hacía falta demostrarlo, y el conglomerado clásico que brota de la maquinaria se transforma en balas de alta artillería, alcanzando objetivos diversos a su antojo con solo proponérselo. El whisky con hielo y las múltiples cervezas consumidas ayudan, qué duda cabe, porque sin el combustible adecuado ningún motor podría dar las máximas prestaciones.

La adicción a las sustancias italianizantes ya heredadas de su maestro Silvio –no en vano fue su guitarra solista y mano derecha durante buena parte de su anárquica carrera- se plasman no solo en las ya conocidas “Perchè” y “Guarda che luna”, sino en otra chulesca y eficaz pieza titulada “Viene con mei”, swing al trote para relajar los efectos de la “Danza del fuego” de Manuel de Falla, reconvertida en rock fibroso de guitarras y abanderada de un set list que se modifica sobre la marcha, con el guión saltando por los aires. Como debe ser. Junto a “El pudridero” que ya grabaran Luzbel en calidad de banda acompañante del señor Pérez Melgarejo, parece ser la base del actual sonido de la banda de Pájaro. Le sigue cantando (y silbando) al amor desarraigado, a los sentimientos contaminados y a la alegría de seguir creciendo en un mundo que intenta menguarnos. No necesita demasiadas palabras para cernir un “Apocalipsis” creciente sobre nosotros ni viajar a “Costa ballena” para indicarnos lo erradas que suelen estar nuestras brújulas; le basta con citar a “Sagrario y sacramento” y empapar de falso fervor religioso algunas de sus mejores melodías, para lo cual la ayuda que en el estudios le prestaron los magníficos Saxos del Averno la supla la trompeta de Ángel Sánchez, es intermitente e intensa. Roque Torralva a la batería, Pepe Frías, omnipresente al bajo, y la dupla infernal formada por las guitarras de Paco Lamato, paisano cordobés sin el que este proyecto no habría tomado forma, y Raúl Fernández, una promesa hecha realidad concierto a concierto, completan la banda que acelera los pasos de “TLP”, “Luces rojas” e “Ione”, las miradas al disco de debut, y las hacen más intensas, más extensas, más completas. Incluso “El padrino” (otra referencia a sus progenitores musicales) se une a “Bajo el sol de medianoche” en un paseo por orillas extrañamente familiares en las que nos hacen bañarnos con sumo placer.

Las tablas de Pájaro son tan grandes que su enorme calidad como guitarrista puede quedar camuflada entre los pliegues rítmicos de “Palo santo”, “Santa Leone” o “Las criaturas”, trío incontestable para cerrar un concierto que sorprende por su energía y por el clima que consigue crear entre sus fieles. Ese halo familiar, como de sentirte en la terraza de tu casa hablando con un buen amigo, solo se puede lograr exhibiendo una tremenda sabiduría. Si además te hacen reír y preguntarte ciertas cosas que hasta ahora te habías preguntado de otra forma, la realidad es que asistir a un bolo de estas características cada cierto tiempo debería ser casi una obligación. Veremos si nos la prescribe el médico de cabecera. Si no, llamaremos a Pájaro para saber si él o alguno de sus secuaces está disponible.

 

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