Recordamos a Woody Guthrie al cumplirse 100 años de su nacimiento
I’m singing you the song but I can’t you sing enough.
‘Cause there’s not many men that’ve done the things that you’ve done.
(Song to Woody, 1962).
El 14 de julio se cumple el primer centenario del nacimiento de Woody Guthrie, uno de los músicos más influyentes de la música del siglo XX. Idolatrado por el mismísimo Dylan, Guthrie fue un personaje único. Castigado por el destino, siempre supo cómo escapar de la desgracia que parecía acompañarle de decorado habitual. Viviendo cada instante según su signo hasta el ultimo momento, recorriendo Estados Unidos de arriba a abajo, una y otra vez, cada aliento del músico de Oklahoma valdría para engrandecer una nación.
Guthrie dejó como legado alrededor de un millar de canciones. Muchas de ellas calaron en el alma de un jovencísimo Bob Dylan.Sirva esta historia de admiración como homenaje a la figura de un tipo único que hoy habría cumplido cien años.
Dillon
Corría diciembre de 1960 cuando un imberbe de 19 años llamaba por teléfono al Greystone Park Hospital, en Morristown (Nueva Jersey), y preguntaba por el señor Guthrie. Se había graduado un año antes, mientras vivía con unos parientes en Dakota del Norte; allí se ganó unos centavos haciendo de chico de los recados en el Red Apple, un café situado en la avenida principal de Fargo. El joven Zimmerman, que por aquella época ya empezaba a tejer su falsa biografía pública haciéndose pasar por un tal Bob Dillon, se trasladó a la gran ciudad con la excusa de asistir a la Universidad de Minnesota.
El distrito de Dinkytown era el corazón de Minneapolis, el pulmón cultural impulsado por la comunidad universitaria. Allí, en una habitación de 4th Street por la que pagaba 30 dólares al mes, fue donde aquel chispeante chaval cambió su guitarra eléctrica por una acústica; entonces nadie protestó. En el Ten O´Clock Scholar hizo pública su devoción por Woody Guthrie: de lado completamente su rol universitario, Dillon no abandonaba los libros. Bound For Glory, la autobiografía de Guthrie, la leyó en un día de esos en los que dejaba caer las horas desde un rincón del Ten O’Clock. Al fin y al cabo, a finales de 1959, ese descarado de voz desagradable ya era el dueño de las almas que solían congregarse en aquel café; cuentan que aquel aprendiz de viejo diablo sabía tocar más de 200 canciones de Woody Guthrie.
Cuando llamó, la recepcionista del hospital fue extrañamente amable. “El señor Guthrie no puede ponerse al teléfono”, dijo, “pero le gusta recibir visitas”. Al fin y al cabo, no era muy extraño que no se pasaran llamadas telefónicas en aquel lugar. No era un hotel. Más bien un psiquiátrico. Dillon colgó el teléfono público y salió corriendo hacia su habitación de 4th Street; allí recogió sus escasas pertenencias y emprendió el viaje hacia Nueva Jersey. No había tiempo que perder, más de mil millas separaban el corazón de Estados Unidos de la costa Atlántica. Tardó semanas, casi un mes, en llegar a Garden State; varios días de avituallamiento en Wisconsin y Chicago tuvieron la culpa.
Dillon contaba su historia, perlada de fantasía, a todo el que quisiera escucharle de camino como un trovador que ofrecía entretenimiento a cambio de techo y comida caliente: huérfano oriundo de Oklahoma, decía haber conocido a Guthrie en California, gracias a su trabajo en una feria ambulante. En aquella narración había más mentira que agua en el Lago Michigan. A finales de de enero de 1961, aquel charlatán tomaba un autobús hasta Morristown desde Nueva York. La noche anterior había tocado varias canciones de Guthrie en un café de Greenwich Village. Más adelante sería su escenario principal, pero esta vez sólo era un lugar de paso.
Guthrie
Es difícil encontrar una vida más intensa que la que Woody Guthrie había desarrollado hasta hacía apenas cinco años. Sin embargo, desde el 56, lo que vivía era cada vez menos vida y se parecía más a una condena por algún tipo de falta imperdonable cometida años atrás. O por algún pacto oscuro en un polvoriento cruce de caminos. Errabundo y desconcertante cada vez durante más tiempo,Guthrie ingresó en el Greystone Park Hospital de Morristown. Diagnósticos anteriores apuntaban a una esquizofrenia agravada por el alcoholismo (que él mismo defendía como única fuente de sus males); sin embargo, el alcohol sólo era el revólver con el que Guthrie combatía los estragos de la corea de Huntington.
La enfermedad deterioraba las neuronas de Guthrie sin descanso ni remisión desde finales de los años 40. De su madre heredó el compromiso social y la pasión por el folk, pero también el gen maldito. Nora Belle había fallecido tres décadas antes a causa de la enfermedad (probablemente igual que su padre). Conocida como el baile de San Vito hasta el siglo XIX, la corea de Huntington se apoderaba de Guthrie en forma de un deterioro neuronal y motor implacable.
“Tengo buenos y malos días”, decía a las visitas. Hasta entonces, los días en la vida de Guthrie sólo habían sido duros. Desde pequeño, su vida había sido tan áspera como una rodilla frenando en la gravilla. La muerte de su hermana Clara le llegó con 7 años y el internamiento psiquiátrico de Nora Bell, en plena pre-adolescencia. A los catorce años, Guthrie vivía sin la tutela paternal en su Okema natal. A diferencia de Dillon, él sí era de Oklahoma; allí cantaba por comida y monedas, y trabajaba aquí y allá. Al igual que Dillon, también devoraba libros.
La vida de Guthrie, que por aquellos años mostraba síntomas de evidente agotamiento, siempre había sabido evitar el desastre en un extraño revuelto de desgracia, amor, política y música. A los 21, Guthrie se casó con la joven y rubia hermana de su amigo Matt, Mary Jennings (con quien tuvo tres hijos que volverían a recordar la desgracia con sus prematuras muertes), a la que mantenía con más de mil millas de por medio gracias a sus canciones de protesta social en la KFVD de California. Las espectaculares tormentas de polvo del Dust Bowl habían alimentado el drama de la Gran Depresión, propiciando la gran diáspora obrera de Estados Unidos.
Aquella época de sequía fue terreno fértil para la protesta social. Guthrie se apoyaba en personajes como Ed Robbin y Will Geer, se sentía cómodo entre comunistas y socialistas. Era inevitable volver a Texas… sólo porque estaba en el camino a Nueva York. Conocido como The Oklahoma Cowboy, Guthrie pasó de la anécdota al altar izquierdista, desde donde escribió su tema más emblemático: “This land is your land”. La canción era su respuesta al himno patriótico (irreal y complaciente) “God bless America” de Irving Berlin, y por eso en un principio se tituló “God blessed America for me”.
La estancia en Nueva York le sirvió para hacer amistad, entre otros, con Pete Seeger y Huddie «Lead Belly» Ledbetter. Y para seguir abasteciendo a Mary y los niños, esta vez desde el otro lado del país. Sus colaboraciones con la CBS y en diferentes programas de radio le granjeó unos ingresos impensables años atrás pero, tras acomodarse con su familia en un piso de Central Park West, los Guthrie volvieron a cruzarse el país hasta llegar primero a Los Angeles y después a Washington, donde el feliz cabeza de familia escribió casi una treintena de canciones en poco más de un mes gracias a la inspiración de la naturaleza. A pesar de esto, Guthriequería volver a Nueva York, de la que había huido asqueado por la censura a su trabajo; Mary, harta de ser un fardo más en el divagar del cantante, respiró hondo y puso fin a su matrimonio.
Solo y desembarazado de su familia, Guthrie volvió a Nueva York, donde se unió a Seeger y un par de músicos más en los Almanac Singers. Durante su segunda etapa neoyorkina, un Guthrie ya treintañero forjó la leyenda de lo que más tarde Lennon llamaríaworking-class hero. De origen humilde, hecho a sí mismo, amante de su país, trabajador e intelectual, él era la viva encarnación de lo que James Truslow Adams había dado en llamar, apenas una década antes, el sueño americano. La vida por fin le sonreía: acababa de escribir su propia biografía (Bound For Glory), seguía componiendo y había encontrado otra mujer, Marjorie Mazia, una bailarina de New Jersey con la que tendría cuatro hijos más.
Incapaz de dedicarse enteramente a una sola cosa, Guthrie pasó por la Marina (como cocinero y lavaplatos) y el Ejército mientras seguía componiendo canciones de protesta («Deportee (Plane Wreck At Los Gatos)») e infantiles (Songs To Grow On For Mother And Child), escribiendo poemas y alimentando su vida familiar en Mermaid Avenue. Sin embargo, el drama volvió a sacudir sus nervios con la muerte de su hija Cathy a los 4 años. Otra vez, un incendio. Su pérdida no hizo sino alimentar los ya de por sí visibles síntomas de deterioro físico y mental de un Guthrie que, tras un breve paso por el Brooklyn State Hospital, acabó dejando a Marjorie y sus otros hijos en Coney Island mientras él cruzaba de nuevo el país hacia California.
Allí encontró a su tercera mujer, Anneke Van Kirk, 20 años más joven que él y con la que tuvo otra hija, Lorinna Lynn, al volver a Nueva York; pero, poco después, Anneke dejó a Lorinna con unos amigos y a Guthrie con sus cosas. Entre ellas no estaba aquella guitarra que mataba fascistas, pues entre un incidente en Beluthahatchee con una hoguera que le hirió un brazo y los imponentes síntomas de una enfermedad cada vez más descontrolada, era incapaz de tocarla. Ahí está, en un rincón de su habitación en el Greystone Park Hospital.
Guthrie y Dillon
Poco, o más bien nada, ha trascendido de esa visita de Bob Dylan a Woody Guthrie. Uno no podía contar nada, y el otro nunca ha querido. Sin embargo, desde ese encuentro, la relación de Dylan con el universo Guthrie se extremó aún más. Tras acudir al Greystone Park Hospital, Dylan se desplazó hasta el hogar de la segunda mujer de Guthrie, Marjorie, que desde el internamiento le visitaba con los niños cada semana. Hizo lo mismo con Sidsel y Bob Gleasel, un matrimonio que acogía a Guthrie todos los domingos en su casa.
A aquellas reuniones acudían los amigos de Guthrie (Ramblin’ Jack, Pete Seeger,…), entre los que se había colado Dylan. Con la enfermedad apoderándose por completo tanto de los músculos como del sistema nervioso del cantante de Okema, aquellas jornadas suponían un triste recuerdo de lo que había sido una vez. Una especie de terapia del recuerdo, un viaje al pasado sin más pretensión que la de conseguir dar un instante de reposo al alma maltrecha de un Guthrie que ya apenas controlaba un 15% de su ser. “Este chico tiene una voz. Puede que no lo consiga con sus composiciones, pero puede cantarlas”, dijo intentando mirar a Dylan en uno de sus momentos de lucidez. Pero sí lo consiguió. Y, de hecho, su primera canción propia interpretada en público no fue otra que “Song to Woody”.
Dylan acabó por convertirse en un íntimo de Guthrie. Todo lo íntimo que puede convertirse de alguien que cada vez es más un autómata fuera de control. Durante 1962 hubo épocas en las que llegaba a ver a Guthrie hasta cuatro veces por semana. A sus 50 años, la enfermedad se manifestaba físicamente a través de sus extremidades y de sus gestos, pero Guthrie seguía teniendo esa verdad, la del que se había recorrido el país una y otra vez en su búsqueda perpetua de la felicidad. “Lo más importante que aprendí de Woody Guthrie es que soy mi propia persona. Nunca acabaré de decir lo que siento, pero cumpliré con mi parte de darle sentido a la forma en la que vivimos y no vivimos hoy en día”, dice una nota del Freewheelin’ del 63.
Dylan sobre Guthrie
La pasión de Dylan por Guthrie no se queda en el misterio de aquellos días, ni en el recuerdo de las personas que lo vieron tocar una tras otra las canciones del trovador de Okema. Ni siquiera en las cartas que le escribía a Dave Whitaker, quién le invitó a leer la autobiografía de Guthrie (“conozco a Woody… Maldita sea, es el ser más bendito y divino del mundo”).
Esa pasión está grabada, no a fuego, como lo fueron demasiadas cosas en la vida de Guthrie, sino más bien en discos. La ya mencionada «Song to Woody», una declaración de amor eterno en toda regla, aparecía en la penúltima posición de la cara B de su debut homónimo en 1962.
Pero, sin duda, la grabación más emocionante y fiel de Dylan hablando sobre Guthrie vio la luz (oficialmente) en 1991, en The Bootleg Series Volumes 1–3 (Rare & Unreleased), con material grabado entre 1961 y 1989. El corte que cierra el primer volumen resulta revelador: lleva el título de «Last thoughts on Woody Guthrie», y corresponde a su concierto en el Town Hall de Nueva York el 12 de abril de 1963. En plena fiebre Guthrie, Dylan termina el concierto y regresa al escenario para, durante más de siete minutos, recitar un poema sobre su idolatrado amigo.
«Van a sacar un libro y me han pedido que escriba algo sobre Woody. Algo como: «¿qué significa Woody Guthrie para ti en 25 palabras?». No lo he podido hacer, he escrito cinco páginas y las tengo aquí. Las tengo aquí de casualidad, de hecho. Pero me gustaría leerlas en voz alta. Si podéis seguirme de alguna forma… Esto se llama «Últimos pensamientos sobre Woody Guthrie».