Renegade Creation – Teatro de la Axerquía (Córdoba)
Por separado, el curriculum de cada uno de estos señores asusta. Juntos, y después de escucharlos detenida y apasionadamente, la sensación es ya abrumadora. En el polémico marco del Festival de la Guitarra de Córdoba (las controvertidas presencias en el cartel de Sabina y Serrat, Miguel Poveda o incluso Amaral, a los que se les sigue negando el pan y la sal desde ciertos círculos con toda la injusticia del mundo, han dado lugar al debate estos días en la capital andaluza), era cita obligada la que nos tenían reservada los insignes Robben Ford, Michael Landau, Jimmy Haslip y Gary Novak. O, lo que es lo mismo, décadas de experiencia y tablas reunidas bajo el nombre de Renegade Creation. Una entidad pensada y diseñada para matar, literalmente, a fuerza de acordes imposibles, riffs certeros, nocturnidad y alevosía. En su gira española, no hay evento relativo al blues o el jazz que no intente contar con su presencia, y en nuestra geografía ya han dejado varias muescas tras disparar desde sus mástiles, cuerdas y baquetas. La polvareda levantada, sin notarse demasiado, aún es densa.
El señor Ford, que no es el más famoso creador de ingenios motorizados, sino uno de los más grandes guitarristas de blues-rock de los últimos tiempos, impulsó este proyecto con la seguridad de que su agenda está repleta de números ideales a los que recurrir cuando se le antoja necesaria una pequeña ayuda de sus amigos. A Miles Davis o George Harrison, a los que prestó servicios en algunas de sus grandes obras, hace tiempo que no puede dirigirse, pero en cambio, conoce a tres tipos de lo más fiable para estos menesteres que nunca podría fallarle: Michael Landau, la otra cabeza pensante del cuarteto, dignísimo mercenario capaz de acompañar a Pink Floyd, Rod Stewart o Elton John, tal es el prestigio y la versatilidad de un guitar hero lo suficientemente inteligente como para salir indemne de experiencias como irse de gira con (¡glups!) Ricky Martin o Julio Iglesias; Jimmy Haslip, miembro de los deliciosos Yellowjackets y uno de los mejores bajistas del jazz fusión actual, discípulo de Jaco Pastorius en fondo y forma; y Gary Novak, batería solicitado por primeras espadas como Chick Corea o David Sanborn. Lo dicho, unas llamadas y… a la carretera. Pero antes, una parada en el estudio, claro, que había nuevas composiciones en el horno y con estos acompañantes era imperdonable dejarlas sin grabar.
De esas últimas, tal vez “Brothers”, con su progresivo desarrollo cercano a la improvisación, es la que más brilla, como contrapunto a las grandes explicaciones instrumentales de Robben Ford en su maravillosa “People like me” y la dupla que forman en directo “Set a date” y “You don´t have to go”, ya metido hasta el fango en las promiscuas tierras del blues. Landau, un autor al que nunca debemos mantener en la sombra, aporta su perfecto dominio digital con la fiabilidad de temas como “Bullet” o “High low”, combustible de alto octanaje para un tren de cuatro vagones que conoce su destino a la perfección.
Entre el respetable, silencio reverencial en las introducciones, ajustados aplausos en los diálogos guitarrísticos y rendición entre las primeras filas, donde no hacían falta butacas, ante el pequeño clásico “Nazareth” y el intercambio de solos en medio de un impecable “Riverside blues”. Momentos de seda alternados con la rugosidad de un indiscutible virtuosismo, patente en efectos, pedales y wah-wahs deudores de la escuela Hendrix, en la que se basaron la mayoría (el magisterio es obligado) de alumnos aventajados que, en el caso de estos falsos “renegados”, luego se transformarían en avezados maestros.
Lástima que algunos sigan faltando a clase y que, de los que asisten, la sección menos dispuesta a tomar apuntes prefiera dormitar después de las primeras lecciones, puede que acunados por el inconsciente afán que tiene este tipo de profesores por poner el piloto automático hacia la mitad de la función y cumplir el papel que se les asigna: nosotros tocamos, vosotros escuchais. Y si hay algún inconveniente, nos vamos después del único bis, que tampoco queremos aburrir.