Swans + Pharmakon – Sala Shoko Live (Madrid)
Hay conciertos en los que los significados y los significantes cobran un sentido añadido que abarca espacios y contextos que van más allá del escenario.
Ese sentido puede tener dos vías de destino, la unidireccional, en la que quien está sobre él va a lo suyo con o sin determinación y sin percatarse del contacto con los que están abajo y, luego, la de realimentación, en la que todo interactúa y se crea una atmósfera común.
Lo de esta noche fue una simbiosis de ambos aspectos. Porque es indudable que quienes estuvieron enfrente de todos nosotros iban a lo suyo pero, también, se nutrían del efecto que causaban. Tanto Swans como Pharrmakon rasgaron el sonido haciéndolo gritar, llenando con argumentos el hueco que el silencio suele evidenciar cuando no hay mucho qué decir.
Con un llenazo avalado por una cola de fans y una retahíla de amplificadores en el escenario, afortunadamente no hubo lugar para el chasco. Aunque, claro, tenías que saber a lo que ibas. En eso Swans y Pharmakon lo tienen muy claro. Lo que hay es lo que hay y si hay algún aporte depende de tu capacidad.
Y quizás esa sea la esencia pues fue una estupenda ocasión para darse de frente con la potencia del sonido. Con su impacto a lo bestia, sin tapujos ni escondites. Porque no hacía falta coger desvíos. Era una noche de ritmo, ruido, fondo y forma.
El breve pero explícito tiempo que Margaret Chardiet, es decir Pharmakon, dispuso para exponer sus razones sonoras, bastó para reforzar la buena impresión de una música crispada que nos presentó en su disco «Abandon«. A gritos y con pliegues chirriantes y cortantes, la de Nueva York, no se distrajo y fue directo al volumen y lo industrial, como si supiese que las cosas tenían que seguir ascendiendo al nervio, preparando las orejas para la llegada de Michael Gira y su banda.
Tras esa buena preparación aparecieron Swans, entre la seriedad y una posible socarronería, saludando y a la vez observando desde una distancia que, desde el inicio, ampliaban o contraían a su antojo.
Estar en uno de sus conciertos supone una experiencia de exposición al sonido y sus capacidades ya que es bastante llamativa su capacidad para llevar a la gente hacia sus bucles. Lo hacen sin que uno se vaya dando cuenta, contrayendo y tensando, adelantando y retrasando, elevando y hundiendo. Pero lo hacen con plena lucidez. Porque aunque pareciese que todo estaba cronometrado en su movimientos, a la mínima observación saltaba que también se exponían al vaivén del momento.
Tal es así que Michael Gira observa, se lanza y los demás le siguen, se buscan, se encuentran y luego estallan juntos para que, finalmente, de alguno de ellos salga la cuerda por donde volver a empezar o acabar. Eso es un concierto de Swans, es una exposición al decibelio descarnado, a la hipnosis y a una especie de comunión con lo instintivo y lo reflexivo.
En ese apunte, casi chamánico, Gira y sus secuaces se marcaron dos horas y media de concierto absolutamente sobresaliente, con anzuelo y veneno, transfigurando canciones y dejando la huella de seis tipos que salen a hacer lo suyo convencidos de su causa y de su efecto.
Sólo se puede celebrar esta experiencia sónica ante uno de los pocos grupos que saben hacer rock, o lo que sea que hagan, con lo que hay que tener para pasarse por el forro lo que se les cruce por en medio. Efectivamente esta noche fue una excelente muestra de teoría del sonido y de uso de lenguajes, que como hacen los chamanes, van más allá de las palabras. De todo esto saben mucho estos soberbios Swans.