Texas (Sala La Riviera) Madrid 09/09/22
Un sobrio cartel con el logo clásico de la banda, con ese homenaje a la maravillosa París-Texas de Wim Wenders, una distribución de banquetas e instrumentos de lo más elemental, que nos remitían, pese a la presencia de una guitarra eléctrica, a aquellos inolvidables unpluggeds 90’s, y un técnico de sonido ultimando los detalles enfundado en una camiseta de Social Distortion. Los presagios que emitía el escenario antes de que Texas rindiese tributo a Southside (89) en la madrileña sala La Riviera, con motivo de su 30º aniversario, y aplazado por el contratiempo que todos conocemos, no podían ser más alentadores. Apetecía ver a Sharleen Spiteri y a su formación recuperando su dimensión más orgánica después de los cuestionables virajes estilísticos y producciones hipertrofiadas que lastraron varios de sus discos posteriores al imprescindible White On Blonde (97).
El arranque, no obstante, fue desconcertante. Tras la atronadora ovación de la sala cuando los músicos hicieron acto de presencia y ocuparon sus asientos, con el bajista Johnny McElhone y el teclista Eddie Campbell como únicos supervivientes de la formación clásica junto a Spiteri, dio comienzo el repaso de principio y fin del citado álbum, y la audiencia contempló una “I Don’t Want A Lover” sorprendentemente ligera y baja de revoluciones, en clave acústica y sin esos legendarios slides deudores de Ry Cooder. Se temía una ligereza y un desenfado que, afortunadamente, la siguiente, “Tell Me Why”, disiparon de un plumazo. Con el guitarrista Tony McGovern haciendo un espléndido trabajo con su instrumento e inyectando ya la sutil electricidad que demanda este repertorio, lo cierto es que la interpretación adoptó un vuelo, profundidad y emoción que ya no abandonaría hasta el final.
Cuando la cantante, muy comunicativa, y tras mostrar el dedo corazón después de explicar las tiranteces que la banda mantuvo con la discográfica al grabar hasta por tres veces este álbum de debut, atacó, mediado el set, la excelsa “Thrill Has Gone” no sólo confirmó que su estado vocal seguía pletórico y ajeno a la apisonadora del tiempo, sino que su formación también podía imprimir una intensidad rockera a las interpretaciones poco habitual en sus despliegues escénicos, redondeando así uno de los cénits de la velada. Otro momento destacable fue la interpretación de esa canción tan frágil y doliente llamada “Fool For Love”, atacada sin ningún tipo de presentación y con una Spiteri particularmente conmovida y en estado de gracia. “Future Is Promises”, colofón de la obra y de la actuación, una de las canciones intimistas más hermosas de los 80’s, no sólo no defraudó, sino que pareció suspender el tiempo; escuchar la irreal voz de Spiteri a semejante nivel parecía teletransportarnos a todos tres décadas atrás , cuando era perfectamente defendible afirmar que esta jovencita escocesa fan de Marvin Gaye era la mejor cantante del mundo.
Por eso, porque el pasado siempre vuelve para mirarnos a los ojos, porque mirarlo resulta tanta tentación como condena, incomodaba que esta primera mitad de actuación terminara y volviéramos al convencional repaso de hits, donde no pocos de ellos desperdician, deslucen o incluso prostituyen las virtudes vocales que Spiteri explotó y sublimó en sus gloriosos cuatro primeros álbumes. No obstante, como algunos nunca dejamos de creer, y ocasionalmente tampoco miramos setlists previos, albergábamos la esperanza de que el cariz nostálgico de la actuación por el homenaje a Southside (89) recuperara para la causa canciones primerizas, las de corte más country, blues o rock. Tras un breve interludio, y ya de pie, la banda volvió a las tablas y encadenó un formidable y prometedor arranque con “Summer Son” y “Halo”, tocadas con exquisita elegancia y austeridad, manteniendo el empuje orgánico de todo lo anterior, y evidenciando que pese a ser singles de muy previsible escucha son temas magníficos.
Fue a partir de entonces cuando el concierto entró en una espiral de subidas y bajadas, de claras dianas con decisiones más cuestionables. Dicho lo cual, la banda en general y Spiteri en particular, ataviada con un atuendo de lo más informal, ajenísima a las tentaciones de potenciar su imagen, incluso molesta cuando recibía piropos desde las primeras filas, derrocharon semejante pasión en todo momento que el balance fue favorable, y el concierto, en este segundo tramo, basculó entre lo disfrutable y lo brillante. “In Demand”, en formato acústico y con un rosario de linternas de móviles iluminando la sala fue uno de los momentos más claramente prescindibles, así como algún que otro single bastante discreto (“In Our Lifetime”, “Hi”…) y que podían haber dejado su lugar a temas más sólidos, y que abundan en los recovecos de su discografía.
Pero no, aquellos que fantaseábamos con la reivindicación de Mothers Heaven (91) o Ricks Road (93) nos quedamos con las ganas; de hecho no llegó a sonar una mísera nota de ninguno de esos álbumes. Doloroso, y más en un concierto con semejante espíritu, aunque lo cierto es que el ninguneo de lanzamientos tan fallidos y olvidables como Careful What You Wish For (03) o Red Book (05), época en la que la banda se encontraba particularmente desnortada hasta que The Conversation (13) volvió a enderezar la nave, lo compensó en parte. Eso, y la defensa tan entusiasta de magníficos clásicos pretéritos como la soulera “Black Eyed Boy” o una preciosa “Say What You Want”. “The Conversation” y “Mr. Haze”, como hits más recientes, también estuvieron perfectamente a la altura.
I Don’t Want A Lover, ya desperezada del letargo, con todo su esplendor instrumental, y la habitual versión de “Suspicious Minds”, donde Spiteri no dejó de devorar el escenario y contonearse ante los fans, sacando el Elvis Presley que lleva dentro, remataron el bis de una actuación que rozó las dos horas y media y que, con todo, se saldó con más luces que sombras y con una inevitable perspectiva de futuro: Ricks Road (93) cumple treinta años en 2023. Crucemos los dedos…