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The Lemon Twigs (Sala Moon) València 04/12/24

Confieso que el fenómeno The Lemon Twigs me desconcierta. Claro que me gustan. Y mucho. Pero lo que no acabo de entender es tanta euforia cuando lo que practican es un pop de guitarras de corte barroco que para nada ha sido jamás del gusto mayoritario. Quizás tenga que ver con que son jóvenes, tienen imagen y traen al presente una serie de influencias que siendo reconocibles no lo son tanto como para restarles una personalidad innegable. Pero todo eso no suele bastar para abarrotar salas de conciertos. En torno a ellos se ha construido una especie de hype que lo que me dice es que, realmente, vale todo cuando se cae en gracia. Y ojo, que no digo que caigan en gracia sin motivo, sus canciones son maravillosas. Aplican a toda esta música añeja un fervor juvenil, que le hace a uno querer vivir más y mejor. Tal vez de ahí su éxito. O quizás también, porque lo suyo es producto de la educación de unos progenitores, sobre todo su padre, el muy reivindicable room musician Ronnie d’Addario, que algo debieron hacer bien, como diría cualquier viejuno aficionado a la música. Y eso es muy vendible a ese tipo de público (que es el que abarrota los conciertos de estos muchachos) por una sencilla razón: la esperanza.

A lo mejor tu hijo o hija no acaba escuchando música random reggaetonera en playlist confeccionadas por la IA. A lo mejor sale rockero-popero y tu colección de discos no va directa al rastro cuando te mueras. A lo mejor es una estrella del rock. A lo mejor… a lo mejor, nada. Pero de ilusión también se vive. Y sobre todo, de buenas canciones. Así que, tras colgar el sold out en Barcelona y aunque a este que suscribe le parecía inverosímil repetir tal hazaña en Valencia, ciudad del remember y poco dada a la exquisitez masiva en cuanto a gusto musical, sucedió. Valencia colgó el sold out en la sala Moon y abarrotó su pista de señoras y señores con edad para ser padres -o incluso abuelos- de los chavales que se iban a subir al escenario. Tal vez con la esperanza, de nuevo “la esperanza”, de ver reproducidos en ellos todos sus anhelos.

Además -y esto continúa siendo necesario decirlo- Valencia es ahora mismo una tierra que necesita felicidad, melodía, comunión y hermosura. Y todo esto lo da la música. La música de todo tipo, pero probablemente, la de The Lemon Twigs más que ninguna otra. Las consecuencias de la DANA han azotado esta tierra con saña y bien está enterrar las penas aunque sólo sea un ratito en algo que no sea lodo.

Así, con una sala considerablemente llena ya, Music City, banda procedente de Dublín que practica un power-pop de manual, exhibió pericia y buen hacer con canciones fundadas, claro, en las plantillas que dejaron tras de sí The Shoes, The Plimsouls, The Romantics o, claro, Paul Collins Beat. Muy del gusto de cierto sector del respetable y buen warm-up de cara a lo que estaba por venir. Entusiasmo, saltos y buenas canciones, que es de lo que se trataba.

Tras esto y sin mucha espera, Brian y Michael d’Addario, con sus melenas lacias, camisetas ajustadas y guitarras (de doce y de seis cuerdas respectivamente) en ristre, aparecieron tras una gran ovación, en escena, acompañados del bajista y teclista Danny Ayala y del baterista de frondoso pelo y fuerte pegada Reza Matin. Todos juntos la emprendieron con un hitazo de la talla de “My golden years”, que convendrán ustedes conmigo, si conocen la canción,  que no puede ser mejor manera de empezar un show. Pero es que prácticamente cualquier canción de su repertorio -sobre todo si hablamos de sus dos últimos álbumes, que coparon el set- es infalible para mantener la felicidad perpetua en las caras de cuantos contemplen ese entusiasmo, ese ímpetu juvenil, con que las interpretan. Brian y Michael tocan con todo el cuerpo: convulsionan, saltan, disfrutan de verdad de lo que hacen. No hay trampa ni cartón. Por muchas noches que lleven tocando lo mismo, se nota que cada una es única. Y si no, lo disimulan muy bien. Lo cual es más que suficiente, como nos disponíamos a comprobar.

Van sonando, una tras otra, canciones absolutamente incontestables. Tocadas con pericia, potencia y unos coros que si los escucharan los Beach Boys llorarían de emoción (y casi de envidia). La maravillosa “The one”, “In my head”, “Church bells”, “If you and I are not wise”, con ese feeling tan Big Star; la preciosa “Any time of day” o ese clásico que ya es “I wanna prove to you”, canción que inaugura su debut y que aquí sirvió de hemisferio de un set que incluyó además estupendas versiones, como “Transparent day”, de The West Coast Pop Art Experimental Band, o “I only did it ‘cause I felt so lonely” de la oscura y reivindicable banda de Cleveland The Choir.

Tampoco hacen ascos a enseñarnos lo que tienen actualmente en el horno. Suenan las nuevas “You are still my girl” y “I’ve got a broken heart”, que no restan ni un ápice de potencia o dinamismo a un show absolutamente imparable que mantiene al público eufórico hasta niveles que no son fáciles de contemplar habitualmente. Las ovaciones son tan espectaculares como el arrojo de estos chavales, que una vez llegada la hora de los bises abandonan el escenario y dejan solo a Brian, que se marca con su acústica dos deliciosas rendiciones de “Corner of my eye” y “Winter comes around”, tras las que vuelven a escena su hermano y compañía.

Y llegan otro par de versiones: una de las canciones más infalibles del mundo, el “I can hear the grass grow” que el nunca suficientemente bien ponderado Roy Wood compusiera para sus Move, y un sorpresón para el público powerpopero tan presente y tan entusiasmado en la sala: el “I don’t wanna cry” de The Keys, todo un himno para esta gente. Y, finalmente, un título tan adecuado como “Rock on (over and over)” se encarga de dar carpetazo a un concierto absolutamente extasiante del cual el comentario “concierto del año” sonó como un mantra tras el encendido de luces. La gente tiende a exagerar cuando lo pasa tan bien, pero creo que en esta ocasión esa exageración está más que justificada. Confirmado: The Lemon Twigs son la hostia.

Fotos The Lemon Twigs: Susana Godoy

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