The Secret Society – Sad boys dance when no one´s watching (Acuarela)
The Secret Society nació en Nueva York, donde “no hay sitio en el mundo en el que haya tanta gente y tú te encuentres tan solo” espetaron a Pepo Márquez nada más pisar suelo americano. La cruda realidad de esas palabras parecen haber hecho mella en el cantautor rock madrileño, que haciendo de la soledad una virtud ha publicado uno de los mejores álbumes nacionales de 2005, Sad boys dance when no one’s watching.
El carácter premeditadamente austero del álbum acerca al oyente desde un primer momento, desde las notas iniciales de “Moving units”, una complicidad que en otros artistas no se puede dar. La voz lacrimosa de Márquez invita a una sincera y reflexiva escucha, nadie puede permanecer impertérrito ante esos ecos de tragedia que reflejan tanto las composiciones, su interpretación vocal como hasta los arreglos arpegiados de acústica, muy en la línea de Micah P.Hinson. Con unas armonías que parecen detener el tiempo, temas como “Night make things look bigger” o “Fire fire with fire” se bastan para prender fuego (más allá del fácil juego de palabras) en tu interior y desolar cualquier motivo de alegría. La rabia de los textos y las coordenadas folkies se alían con el rock de marcado acento americano para ahondar más aún en un pequeño universo que parece venirse abajo y pone el dedo en la llaga intencionadamente hasta el quejido y quiebro total.
Canciones a base de guitarra y voz en plan lo-fi que humanizan el discurso rock y empatizan de inmediato en aquellos que, sufridores, saben contemplar la hermosura que dispone también la tristeza, como la destartalada pero encantadora batería de “Man vs machine”, la simplista caja de ritmos de “Sad boys…” la cual hace precisamente de esta canción una pequeña maravilla de dormitorio. “De costa a costa” es un examen personal con el castellano donde propone una estructuración melódica a base de sílabas que sobrecoge con apenas cinco líneas. Casi para el final reserva dos odas urbanas, “City Lights I” y “City Lights II” que más quisiera haber firmado el mismísimo Conor Oberst.