The Stranglers + The Tanks – Sala Shoko Live (Madrid)
Vaya por delante un absoluto respeto por The Stranglers. Eso y un rotundo aplauso.
En la liturgia de los fans que contaban historias, las canas que alguna vez fueron crestas y la chavalada seguidora de nuevo cuño, la sala se llenó para esperar un plato fuerte y bien sazonado.
Para el aperitivo, sirvió la presencia de los franceses The Tanks, trío de Toulousse que ofrecieron un buen precalentamiento de rock sin escondites que supo captar la atención de un público que, a priori, esperaba con evidente emoción a JJ Burnell y compañía.
El cambio de equipo fue más o menos rápido, del mismo modo que el acercamiento de los fans a las zonas más cercanas al escenario. La gente cogía posiciones mientras se encendía la pared de amplificadores para el bajo de Burnell mientras que en la pared – pantalla de la sala aparecía la rata roja, símbolo de los protagonistas de la noche, junto al su nombre.
Había expectación, muchos fanáticos entusiasmados, gente de negro, con camisetas del grupo, gente de distintas edades emocionada, personajes con pinta de ser funcionarios que alguna vez fueron post algo, curiosos de nuevo cuño y algún que otro matado, de esos que en su época debían de haber sido torpes y que, como se pudo comprobar, con el paso del tiempo no han hecho más que potenciarlo.
Porque realmente era patético ver a un infraser, bastante mayor, intentado armar un pogo y metiendo un golpe a otro contemporáneo que estaba con sus hijos esperando tranquilamente en las primeras filas, mientras una de sus amigas, vestida de punk de naftalina con pinta de ser fan de Los Lunnis, se deshacía en hacer fotos a su pogoman de baratillo, y a todo menos a lo que pasaba en el escenario. Patético por ver el pobre contenido gestual de una rebeldía que más bien era contradicción, pose y estupidez. Obviamente el tarado cobró también a modo de puñetazos. No es una cuestión de edad, es una cuestión de inteligencia. Pero no perdamos el tiempo, porque ahora toca lo importante.
Salen cuatro tipos, saludan rápidamente y empiezan a tocar sin parar. Así es como, con «Toiler On The Sea», empezó el reencuentro con The Stranglers. Con potencia y con el único argumento de sus canciones. Con el bajo de JJ Burnell semi-rugiendo como siempre y las escalas de teclados de Dave Greenfield como sopapos de presentación rematados por los guitarrazos y la chulería de Baz Warne.
Desde el principio se pudo notar el peso de la experiencia y del estar vigilante. Porque eso era lo que desprendía el cuarteto que, celebrando cuarenta años de carrera, parecían sonar como si fuese una banda en el punto más alto de su carrera, algo realmente admirable.
Admirable porque no se distraían en hablar demasiado, enlazando casi instantáneamente un tema con otro, metiendo fuerza y más fuerza en sus canciones, moviéndose más que todos y pasándose por el forro el paso del tiempo con canciones que están blindadas ante lo desfasado. No es para menos, cuatro décadas de talento y de ir a su bola les ha permitido impermeabilizarse ante lo que va y viene y al mismo tiempo mantener un sonido peculiar basado, quizás en ese extraño maridaje entre bajo y teclados que provoca una especie de retroalimentación distintiva para su sonido.
Ese maridaje que tan buenos resultados ha dado en muchas de las canciones que sonaron aquella noche y que relataron la historia de una banda centrada en su propio camino: «Golden Brown», «No More Heroes», «Hanging Around», «Always The Sun», «Midnight Summer Dream», «Was It You?», «Peaches», «Duchess», «Nuclear Device», «Summat Outanowt», «Skin Deep», «Something Better Change», «Still Life», «Time To Die» o su «Walk On By», una de las mejores versiones del mítico tema de Burt Bacharach y Hal David, entre otros muchos más títulos, marcaron un abrazo con el pasado y el presente, con la plasmación del hazlo tú mismo que, marcado de talento, ponía las cosas en su sitio.
Punk, rock, post punk, ramalazos sixties y dub, todo era parte del soporte de una banda que además dejó claro que continente es contenido y que no hace falta mucho aspaviento para armar una polvareda. La noche fue espléndida y, tras acabar con su versión de «All Day And All Of The Night» de The Kinks y la robusta «Tank», se puede decir que visto lo visto, y oído lo oído, uno sólo se puede quedar con la sensación de haberse sentido afortunado de haber visto a The Stranglers tan afilados y consistentes como siempre lo han sido.