Willie Nile (Sala Copérnico) Madrid 16/09/22
No hay nadie que, a sus insultantes 74 años, resista los embates del tiempo con semejante jovialidad y fulgor sobre un escenario. No hay nadie que durante sus ejecuciones musicales alimente las interacciones con su público y despliegue su gratitud y generosidad. No hay nadie que redefina conceptos como infravaloración, pelea a la contra y rebeldía con causa mejor que él. No hay nadie que concentre unánimemente los halagos de personalidades tan diversas y relevantes como Bruce Springsteen, Los Ramones, Bono, Ringo Starr, The Who o Lucinda Williams. No hay nadie que se permita el lujo de ningunear sus dos obras capitales (Beautiful Wreck Of The World (99) y Streets Of New York (06)) en una actuación y salir sobradamente airoso. No hay nadie que haya escrito una canción más conmovedora que “Love Is A Train” en los últimos quince años. No hay nadie, sencillamente, como Willie Nile.
Lo admirable de todo esto es que ya no sorprende en absoluto. Lejano queda ya el estupor causado por su vitalidad y energía gira tras gira o por la inaudita conservación en la estampa y actitud de nuestro protagonista. Que la pulsión punk y power-pop domine su sonido y puesta en escena durante las actuaciones, y el cariz más melódico e intimista tan habitual en su discografía aparezca con cuentagotas en vivo, también es una circunstancia asumida. Conviene no ignorarlo; la poliédrica genialidad de Nile no se ve del todo reflejada en sus actuaciones. Es probable que a no pocos asistentes les apeteciera escuchar más de sus muchos medios tiempos atravesados de romanticismo callejero y menos trallazos directos, reivindicativos y fácilmente coreables; quizá fuera lo esperable para su edad y lo más cómodo para él, pero ahí reside uno de sus infinitos méritos: este hombre sigue sintiéndose como un león enjaulado delante de sus fans, y se siente mucho más Joey Ramone que Tom Waits, dos referencias, dicho sea de paso, que podrían servir como polos o límites para describir el espectro de sonoridades y tonos en los que bascula su dilatada carrera.
Con los músicos de la banda española Stormy Mondays como fieles y habituales escuderos, mención especial para un Jorge Otero que a la guitarra estuvo tan sutil como brillante, Nile arrancó con “Forever Wild”, no sólo uno de los temas más destacables de World War Willie (16) sino una consabida declaración de intenciones: aquí se venía a jalear, a sudar, a alzar el puño, a palpitar. Acto seguido asomó la preciosa “Run”, uno de los cénits de la velada, y que sería la primera de las varias canciones que rescataría de aquella obra maestra inapelable de rock americano llamada House Of Thousand Guitars (09). Otra, y que vino antecedida de la confesión de que para él se trataba de una pieza muy especial, fue la citada “Love Is A Train”, y la pasión con la que la tocó y cantó justificó su sinceridad. Justo antes, en homenaje a los niños oprimidos por la miseria y el hambre y sentado al teclado, buceó de vuelta hasta su debut (Willie Nile (80)) y atacó con encomiable sentido de la épica y lirismo la excepcional “Across The River”, y este breve paréntesis de introspección en la tormenta de decibelios fue un maravilloso contrapunto.
Antes y después no existiría más espacio para la calma, y sí para el contagioso dinamismo y aluvión de guitarrazos; “Give Me Tomorrow”, “One Guitar”, “The Innocent Ones” o “House Of Thousand Guitars” fueron algunos de los temas que más entusiasmo provocaron entre las entregadas primeras filas. La canción titular de su reciente obra The Day The Earth Stood Still (21) fue extraordinariamente interpretada, con aroma de nuevo clásico. “Blood On Your Hands”, otro de los temas más atinados de este disco, no se resintió pese a la ausencia en los coros de Steve Earle, y fue muy bien defendida. “Heaven Help The Lonely”, himno del exquisito y poco reivindicado Places I Have Never Been (91), sirvió para poner el broche y que nuestro pequeño gran hombre, alzando su copa de vino, se despidiera de la sala, pero no de nuestra memoria, corazón y pedestal. Pura inspiración.
Efectivamente, un músico único.