The Felice Brothers + AA Bondy – 02 Shepherd’s Bush Empire (Londres)
En el barroco escenario del Shepherd’s Bush Empire (una especie de recreación moderna de un teatro de variedades victoriano), la visión de un tipo de Alabama como AA Bondy, rascando sus melancólicos folk-blues sin demasiado empeño – y sin conseguir despertar demasiado interés entre el público – resulta singularmente surrealista. Y un preámbulo poco lucido para The Felice Brothers, ese fenómeno country-folk que ha conseguido resucitar el espíritu del mejor Bob Dylan a través de varios discos tan extraordinarios como su último Yonder is the Clock (2009) o el homónimo The Felice Brothers (2008), y que venían precedidos de una notable fama como showmen de altura.
Y fue tal cual: una vez que AA Bondy acabó su siesta musical y se retiró entre la indiferencia general, saltaron al escenario cinco tipos sucios, borrachos, eufóricos y efervescentes y con aspecto de haber venido desde las montañas de Pennsylvania en una pick-up con un ciervo muerto atado al capó. Y arrancaron a tocar con una naturalidad y un desparpajo tales que cualquier resto de modorra se disipó en milisegundos. Empezando con “Marlboro Man”, la banda de músicos-cuatreros enseguida puso al público en pie con “The greatest show on earth” y a partir de ahí empezó una fiesta como se han visto pocas. Ian Felice, guitarra y cantante, es sencillamente uno de los tipos con más gancho, magia y talento que se ha subido a un escenario, y por si eso fuera poco el Señor le ha bendecido con la voz: esa voz dylanesca (aunque, a diferencia de Bob, Ian sabe cantar bien), raspada a base de Jack Daniels y que nunca, nunca entra a destiempo.
El show de The Felice Brothers no es un tranquilo ejercicio de estilo country-folk, ni un sentido homenaje a sus raíces redneck: es una pelea de bar, una fiesta sin límites, un derroche de risas, whisky, carreras, baile, saltos sobre y desde la batería, amiguetes invitados, y todo ello con un total y absoluto dominio de los tiempos y del ritmo; y sin darle al público ni un momento de respiro. Así, una rápida sucesión de temas acabó con una tremenda “Love me tenderly”, para a continuación mezclar “Hey Hey revolver” en un medley tan intenso y con tanta tensión musical que el público, silencioso como en un entierro, parecía hipnotizado de puro asombro. Hasta que Christmas (si, el bajista se llama así) entonó los primeros acordes de “Frankie’s gun”, y la fiesta volvió a empezar. Y alcanzó su punto culminante cuando la banda da AA Bondy saltó a escena para acompañar, y James Felice dejó su acordeón y se convirtió en la perfecta reencarnación de John Belushi-Jake Blues para atronar con el alcóholico himno “Whiskey in my whiskey”, mientras una botella de Jack Daniels pasaba de mano en mano. Aparentemente, los músicos de las Apalaches son capaces de tocar cualquier instrumento mientras sostienen botellas de bourbon en la mano. Y sólo faltó que alguien se pusiera a hacer malabares con una escopeta y una ardilla, a destilar aguardiente de castañas o a casarse con su hermana: el cuadro habría sido completo.
Entre sus nuevos temas, porque se escucharon tres o cuatro, hubo sin duda destellos de calidad. Fueron temas más homogéneos, más conforme a los arquetipos folk, pero igualmente brillantes. Greg Farley, el exhuberante violinista (y que también acompaña tocando la tabla de lavar), cogió una guitarra y cantó uno de los nuevos temas, lo que permitió apreciar – por el bajón en calidad y magnetismo – que el alma y chispa de este grupo es sin duda la personalidad, y la voz del inconmensurable Ian Felice, un fenómeno musical y un director de orquesta único.
Pero aparte de una fiesta trampera en toda regla, The Felice Brothers son una banda de músicos espectacularmente buenos. El talento que atesoran, y la sabiduría con la que lo exhiben, está más allá de los géneros, referentes musicales (que están clarísimos: son prácticamente un clon de Bob Dylan y de The Band) o corrientes temporales. Sencillamente, son muy buenos músicos – virtuosismo técnico aparte, aunque desde luego no son nada torpes. Por nacimiento y por influencias locales son una banda de country-folk americana, pero podrían haber sido una banda de percusión birmana o un grupo de death metal finlandés y serían geniales de todos modos. Esto se reflejó en “Helen fry”, un tema melancólico y de medio tempo que comenzaron con una potencia y un desparpajo que hacía pensar en el tight but loose de Led Zeppelin – y comparar a una banda con Led Zeppelin es un lujo que uno se puede permitir muy, pero que muy pocas veces.
Los bises nos trajeron un “Saint Stephen’s end” tocado a cara de perro por Ian y Christmas, y que sonó, por su contenida energía y su exquisito lirismo, al mismísimo Leonard Cohen. Y así, después de haber comparado a un grupo con Bob Dylan, Led Zeppelin y Leonard Cohen, a uno sólo le queda disfrutar del tremendo fin de fiesta con la aviar “Run chicken run”, felicitar hasta a los camareros del local e irse a casa a soñar un poquito.