Conciertos

Primavera Club – Varias (Madrid/Barcelona)

MADRID
Tratar de tapar la propia incompetencia con una reacción exagerada es característica habitual del mal gestor. Por eso la capital de España, desde la tragedia del Madrid Arena, se ha convertido en un campo de minas administrativo para cualquier promotor que pretenda organizar un evento para más de diez personas.
Sin distingos ni matices, pagan justos por pecadores por culpa de un empresario sin escrúpulos que, curiosamente, gozaba de una situación de privilegio en un Ayuntamiento que aplica las normas dependiendo de qué y para qué te conoce. Así, hay bares en Malasaña donde el aforo, los decibelios y los extintores se han contado todos los días durante meses, y fiestas masivas donde cuelan 10.000 personas en las narices de la Policía. ¿Se acuerdan de aquella Operación «Guateque» y las licencias para el más sobornara? De aquellos polvos estos lodos que se han llevado la vida de cinco personas y la viabilidad de muchos eventos musicales en Madrid.

El primer ejemplo ha sido el San Miguel Primavera Club, un festival en el que la obsesión por la seguridad ha rozado niveles norcoreanos. Presencia policial masiva, y tres niveles de control (pulsera, DNI y cacheo) para entrar o salir a fumar de cada escenario, lo que ha provocado continuas e incómodas colas. Mención aparte merece la reducción del aforo de La Nave de Terneras de 800 a 100 personas, lo que ha dinamitado la mitad del atractivo del festival tirando por la borda conciertos del nivel de Antònia Font, Cats on Fire, Little Wings o Redd Kross.
Afortunadamente, el público se ha tomado las dificultades con filosofía y sin el mínimo incidente ha disfrutado de lo que le han dejado, el muro de sonido de Swans, la oscuridad de Toy, la anarquía de Deerhoof, el hedonismo de Airbag o The Vaccines, la solvencia de Klaus & Kinski o Punsetes y la eterna división de opiniones sobre Los Planetas.
 A la organización, víctima del absurdo tanto como el público, poco que objetar y algo que sugerir. Quizás haber reforzado barras y baños el sábado porque las colas fueron épicas, y sobre todo, que lo vuelva a intentar el año que viene (en 2013 se traslada a Burdeos y Guimarães), porque en Madrid no estamos para perder oportunidades como la del Primavera Club.
VIERNES
Comenzamos el viernes en una Nave de Terneras que diez minutos después de haber abierto ya había colgado del cartel de aforo completo. Sobre un escenario vacío y lleno de sillas para despistar, salieron  Bremen, pop y americana en catalán con facilidad para el crescendo y que llamaron la atención por su controlada vehemencia. Fue lo único que pudimos ver en todo en fin de semana en el escenario de los 100 elegidos, lo intentamos con Antònia Font, pero tras cuarenta minutos sin que la cola se moviera, desistimos.

Toy, o el hype del año, venían con una carta de presentación discográfica en formato de debut homónimo bastante prometedora. En directo fueron rotundos pero planos en cuanto a matices. Más post punk que kraut, fueron unos Horrors ruidistas que convocaron tantos fans adolescentes como los Vaccines al final de la noche.

Deerhoof prometían una propuesta diferente. Con una puesta en escena tan sencilla como llamativa, alternaron pasajes circenses con momentos brillantes sin perder un ápice de rotundidad. Cuando se ponían serios el juego de ruido y funk enganchaba y entretenía, cuando se dejaban llevar por anarquía psicodélica, podían rozar la autoparodia.
A Sir Richard Bishop, íntimo e intenso y en un escenario reducidísimo prácticamente no pudimos verle porque la noche estaba complicada en cuanto a colas y aforos y  nos jugábamos el sitio en Swans.
Y por fin Swans. Hasta ahora he utilizado para describir varios conciertos tres adjetivos que son sinónimos: intenso, rotundo y vehemente. Sumen los tres y multipliquen por cien y les saldrá algo aproximado a lo que fue el concierto de Swans. Más que concierto fue ejercicio de delectación por el ruido entendido como fin, no como medio, pura violencia a través de instrumentos musicales. Alucinante un Michael Gira, que, rozando lo obsesivo, no quitaba un ojo a todos sus músicos, siempre buscando el sonido perfecto, la vehemencia absoluta. Y tras enfadarse un par de veces lo encontró primero en «Avatar» y luego en «Coward» y cuando lo hizo se puso a gritar como si estuviera poseído y fue uno de esos momentos especiales que a veces tienen los conciertos y que jamás voy a olvidar.

Para el final The Vaccines, o cómo aprovechar el espacio que para el baile, la diversión y los coros han dejado la ausencia o decadencia de Franz Ferdinand, Strokes, Kaiser Chiefs y demás. Jits para todo el mundo y hormonas desatadas por doquier en un ambiente de celebración total que sirvió como válvula de escape para una noche que, entre colas y cacheos, se había vivido con demasiada tensión. Parece fácil e incluso menor, pero tuvo bastante mérito.
SÁBADO
El sábado del último Primavera Club de Madrid será recordado como el día en el que Los Planetas programaron todo un festival. Bueno, no es del todo verdad, también tocaban Tuya, Cats on Fire, Little Wings y Redd Kross, pero como lo hacían en la Nave de Terneras, esos conciertos quedarán para la leyenda, como el de Black Keys en Ritmo y Compás en 2004.
Los granadinos querían celebrar el fin del mundo de los mayas, así que primero pensaron en subirse a Sierra Nevada el día 21 y dar un concierto especial rodeados de amigos. Como no encontraron suficiente apoyo, optaron por trasladar su evento especial al Primavera Club y anunciaron a sus acompañantes, Klaus & Kinski, Airbag y Los Punsetes para Madrid.

Sobre el papel, la rimbombantemente llamada Alineación de Los Planetas tenía una pinta estupenda, porque podía dar pie a colaboraciones, mezclas, versiones y novedades varias. Sin embargo, y quizás porque los nietos de los mayas se han apresurado a aclarar que la crisis también ha llegado al fin del mundo y que lo reducen a un mero cambio de ciclo, la Alineación se quedó en 4 conciertos independientes, mondos y lirondos, y la única «sorpresa» fue Marina de Klaus & Kinski cantando «No sé cómo te atreves» en sustitución de La Bien Querida.
Mediada la tarde comenzaron Klaus & Kinski con un repertorio muy festivalero, mezclando canciones de todos los discos y potentísimos en cuanto a sonido. Tremendas «Ojo por diente», «Rocanrolear» y «La duda ofende». Lástima que Marina, muy concentrada, nos dejara sin anécdotas e historias para poder aprovechar con canciones todo el tiempo del concierto. Si se llega a enterar que luego iba a venir la Letizia Ortiz a ver a Los Planetas, lo que habría podido comentar.

Airbag fue el rato en el que muchos modernos que poblaban el Primavera aprovecharon para poner a parir a los de Estepona y así quizás descargar la tensión de tener a la Policía todo el rato sobre la nuca. Cierto es que de Adolfo y compañía no te puedes esperar que reinventen el pop en cada disco, pero hay que reconocerles que interpretan como nadie la herencia de Los Nikis y el rock que parece punk pero es power pop con canciones siempre frescas y divertidas. Como habitualmente en sus conciertos, hubo pogos, flotadores volando y versión de Los Flechazos.


Los Punsetes sorprendieron con unas fantásticas visuales que acompañaron de forma perfecta un setlist predominantemente dedicado a Una Montaña es una Montaña, pero con suficientes guiños al pasado para que nadie pudiera quejarse. Muy apreciable que sonara «Dos Policías», como en los peores tiempos del Nasti cuando la crisis de las licencias.
Y por fin Los Planetas, que nos habían convocado a una noche épica, pero que solo ofrecieron otro buen concierto, lo que para algunos fue poco y para otros bastante. Comenzaron como ya lo hacían en el verano del 2011 (Veranos de la Villa, Fiestas de Santurce) con su vertiente más flamenca, «La llave del oro», «Romance de Juan de Osuna», los «Tarantos de Perico ´El Morato´», «Virgen de la Soledad», «Ya no me asomo a la reja» y «Señora de las alturas». Cuando sonó «No sé cómo te atreves» parecía ya claro que no habría excesivas novedades y que la fría sobriedad profesional sería el tono dominante de la actuación, así que nos relajamos y nos dedicamos simplemente a diluir la ligera decepción en la tormenta de ruido y psicodelia que formaron «La Guerra de las Galaxias, «Corrientes circulares en el tiempo», «Nunca me entero de nada», «Si me diste las espalda», «Entre las flores del campo» y «La verdulera».

Tras el rato de la densidad, llegó el momento de los coros empezando por una canción que aúna las dos caras en las que se puede dividir la discografía de Los Planetas, «Santos que yo te pinte». Con la sala con ganas de marcha, «Plan de fuga», «Maniobra de Evasión», «Devuélveme la pasta», «Canción del fin del mundo», «Reunión en la cumbre», «Alegrías del incendio» y «Soy un Pobre Granaíno» subieron radicalmente el nivel del concierto porque formaron una combinación perfecta y por fin poco habitual. Aquello estaba en el punto de ebullición perfecto para haber firmado un concierto histórico a nada que se hubieran empeñado (alguna colaboración, caras b raras de escuchar, la Princesa en el escenario haciendo coros), pero lamentablemente volvimos pronto a la realidad. Por lo menos el final comenzó con artillería pesada «Segundo Premio» y «David y Claudia», pero luego se limitó  a una sucesión de agradables guiños para el que no fuera fan, «Un buen día» y «De viaje». Despedida y cierre con «Los Poetas», un pequeño chaco, nos merecíamos «La Caja del Diablo».
BARCELONA

 
Este año, el Primavera Club ha sido el de los sustos. Primero se nos cayó Cat Power del cartel. Un susto. Sí, la organización nos puso a Deerhoof en su lugar, pero ya sabemos que no es lo mismo. Luego, a pocos días del festival, se cerró la sala Apolo. Un susto mayúsculo al que, en menos de cuatro días siguió el nuevo susto de descubrir que otra de las salas en la que debía desarrollarse los conciertos, no tenía los permisos necesarios para organizar este tipo de eventos. Miedo en el cuerpo. Pero pronto la organización se puso manos a la obra y acabó encontrando recintos alternativos en los que ubicar las actuaciones.
Y así, el Primavera Club pudo desarrollarse con relativa normalidad en Barcelona. Las salas escogidas, bien. Es más, como algunas estaban algo sobredimensionadas, había gente pero se estaba a gusto. Y pudimos disfrutar, ahora sabemos que por última vez en Barcelona, de uno de los festivales más carismáticos del año.
JUEVES
Había ganas de ver a Great Lake Swimmers, que con el disco anterior decidieron obviar su paso por nuestro país y aprovechaban el Primavera Club para cerrar su actual gira. Los de Tony Dekker venían a presentar su nuevo New Wild Everywhere y su concierto acabó provocando las mismas sensaciones que el disco: los de Torono sonaron exquisitos, estuvieron impecables sobre el escenario y los primeros temas tenían gancho. Pero pronto acabaron diluyéndose en un runrún interminable en el que sobresalían puntualmente los temas más llamativos, como «Think That You Might Be Wrong» o las canciones de su estupendo Lost Channels como «Palmistry». Eso sí, siempre es un placer oír cantar a Dekker y eso no nos lo quita nadie.
Una de las sorpresas de la edición ha sido descubrir a los finlandeses Cats on Fire y su vehemente frontman Mattias Bjorkas, mezcla de Jarvis Coker y Edwyn Collins. Los escandinavos presentaban su tercer disco All Blackshirts To Me, editado este mismo año, y con el que han empezado a sobresalir fuera de sus fronteras. Y no es para menos: su pop dramático y de tintes arty es tan disfrutable en directo como lo es en disco, con una banda compacta y con tablas y esa manera tan clásica de entender el pop: melodías, estribillos y guitarras. Sí, sí, una de las sorpresas.
Luego sería el turno de The Soft Moon, que esparcieron por la sala su post-punk adrenalítico con una potencia arrolladora. Los de San Francisco, parcos en su puesta en escena tanto visual como sónica, estuvieron atronadores, con un Luis Vasquez desenfrenado y con un sonido enorme en guitarras y baterías. Su propuesta es agreste e implacable, pero desde la primera nota es imposible sentirse ajeno  a su potencia y en temas como «Parallels» o la enorme «Want» sientes que te atraviesa su afilado sonido. Tras la belleza de Great Lake Swimmers y el pop moderno de Cats on Fire, venía bien una dosis de descarga primitiva.
VIERNES
Little Wings inauguraba la jornada del viernes del Primavera Club. Tras verle hace menos de 10 meses en un set en solitario, fue refrescante comprobar lo bien que sientan bajo y batería a sus canciones, pasando del encanto folk del contador de historias, al ritmo sabroso que adquieren temas como «Look At What The Light Did Now» o  «Fall skull». Sin su característica barba pero sin perder un ápice de frikismo, no en vano el americano salió en calcetines al escenario, Kyle Field repasó en apenas cuarenta y pico minutos su vasta discografía con voz emocionante y susurrante, aunque abandonando sus maneras reservadas de otras veces y mostrándose cómplice con el público. Señor Field, un placer escuchar de nuevo su versión del «Human Nature» de Michael Jackson.
Luego fue el turno de The Monochrome Set, con un set inexpresivo en el que a muchos nos costó reconocer el ´mitiquismo´ con que se ha dado a reivindicar esta banda. Despacharon un setlist para todos los públicos, en el que cayeron algunos de sus temas más populares («Jacob´s Ladder» o «The Jet Set Junta») aunque no se olvidaron de su último, y algo irregular, disco.
La sala Arteria Paral•lel despedía la noche del viernes con el buen hacer de los californianos Redd Kross, que demostraron que tienen más actitud sobre el escenario que la mitad de los jovenzuelos que pueblan el cartel del festival (y cabría decir que el indie en general). Banda fundamental de la escena alternativa de Los Angeles, presentaron algunos temas de su más que aceptable último trabajo, «Researching The Blues», y avasallaron al público con canciones como «Crazy World» o «Annie´s Gone», de épocas anteriores. Lección de robustez y energía.
SÁBADO
En lo estrictamente musical, uno de los misterios de esta edición del Primavera Club era desvelar si Toy son un simple hype, penúltimo juguete de la crítica musical, o si tienen argumentos en directo para esperar de ellos algo más que el efímero fogonazo de una cerilla. Visto lo visto sobre el escenario del Sant Jordi Club, cabría esperar que, en un entorno más recogido y con mejor sonido, los londinenses hubieran firmado un concierto perfecto. Y es que el sábado, su rock psicodélico limítrofe con el kraut sonó potentísimo e implacable, demostrando que pese a su juventud andan sobrados de aplomo y con la confianza de que los temas de su Heavenly son infalibles también sobre el escenario. «Kopter» sonó contundente; «My Heart Skipped A Beat», cautivadora; «Dead & Gone» es un himno desde ya. Y aunque el concierto acabó siendo un pelíiiin monótono, ya que al igual que su disco su sonido es quizá demasiado homogéneo, se les adivina la capacidad de llegar a firmar en el futuro (¡ya van por el camino!) algunos temas memorables. Prueba superada, expectativas cumplidas.
Sería el turno después de que nos acordáramos de Cat Power, ya que Deerhoof era la banda que le sustituía tras caer del cartel hace unas semanas. Pedirle a los de San Franciso que mantengan el nivel de sorpresa es pedir demasiado, teniendo en cuenta que son asiduos a los Primaveras. Pero mira, se suben al escenario vestidos así con borlas y chorreras y te desarman: Deerhoof 1 –  Indiferencia 0. Y en lo musical, pues exactamente igual. Indie rock tan singular como su líder, Satomi Matsuzaki: lo mismo se lanzan en fieras diatribas guitarreras, como te encandilan con temas más dulzones, todo muy experimental y peculiar. Hay que reconocer que hay que estar muy metido en su mundo para entender, apreciar y gozar al máximo todo lo que hacen sobre el escenario, pero aun así lograron llenar el escenario de una extravagancia altamente disfrutable.

Tras Deerhoof, era momento de recibir con rostro circunspecto al gran Mark Lanegan, que subió al escenario serio, con ese aire grave que le caracteriza y con una excelente banda. Y nos entregó un concierto solemne y oscuro, demasiado exquisito, a juzgar por las molestas conversaciones paralelas que tenían lugar entre el público, para esa sala. Se atrevieron, Lanegan y su banda, con el rock más arenoso, con el bluegrass más pesado e incluso con la electrónica de su último trabajo. En todos los registros, técnicamente intachables. Y si a eso le sumamos el extraordinario carisma de Lanegan y el poderío de su voz rota y fascinante, tenemos todos los ingredientes para uno de los conciertos de la edición, emocionante y profundo. De esos que calan. Hondo.
La verdad, después de que Mark Lanegan te removiera las entrañas con su concierto, encarar un set de Ariel Pink´s Haunted Graffiti se me hacía cuesta arriba. Pasar de la tosquedad del primero a la desmesura del segundo parecía tarea imposible, pero es difícil resistirse a la divertida extravagancia de Ariel Pink, más comedido que en ocasiones anteriores, y pronto te encontrabas contagiado de los ritmos tribales o hechizado por los sonidos broncos y distorsionados, a ratos incluso demasiado enrevesados y complejos. Y es que desde  «She´s My Girl» hasta la etérea «Nostradamus & Me» el «hombre de las puntas de barra de pan en las gafas» y su banda propusieron un concierto que de esos de no dejar indiferente, seas fan o no. El sonido no les acompañó, y la elección de algunos temas del setlist puede ser hasta discutible, pero el concierto estuvo entretenido y, tras la turbación de Lanegan, nos hizo volver una sonrisa a la cara.
Es curioso que en un cartel con nombres como Swans o el propio Mark Lanegan, The Vaccines sean los que se llevan el gato al agua en cuanto a popularidad. Gente que no sabe ni quién es Sir Richard Bishop, se compraron la entrada de ese día para ira ver al cuarteto de londres y su propuesta de pop-rock tan blanda como manida. Sí, son llamativos y suenan bien sobre el escenario, eso no se puede negar. Sí, tienen algunos temas resultones como «Tiger Blood» o «Wrecking ball». Pero que levante la mano quien no ha oído ya, otras cuarenta mil veces antes, lo que The Vaccines ofrecen. Y conste que no se trata de querer ser adalides de la originalidad (¡dios me libre, con lo que disfruto con el folk!) sino de tener el anhelo de dejar una marca en los temas. Por supuesto, a sus numerosísimos fans el concierto les supo a gloria, no en vano la banda concentró sus temas más conocidos y supuró brío durante todo el set.

Pero tras lo que nos había ido deparado la tarde, y en general el festival, la verdad es que se antojaron bastante inofensivos.
 
 
 

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