Los Zigarros – Long Rock (Córdoba)
El puñetero rock and roll. La droga que todo lo cura, el amigo que nunca te falla y el método más fiable para no dejarse arrastrar por la cruel inercia del sinvivir. Dicho de otro modo y para que esta crónica no tenga un tono tan pedante a los ojos de algunos, si un viernes por la noche no corren las cervezas y te metes una buena dosis de guitarras en vena, casi que no merece la pena marcar en rojo las postrimerías de la semana con los lúdicos fines habituales. Y también echar unos Zigarros, claro. De los tradicionales y así, con «z», para que las caladas tengan un poco más de estilo y el humo no nos perjudique tanto.
Justo eso, una sesión intensiva, sudorosa y nicotínica de rock en vivo es lo que ofrece en sus comparecencias en escena estos hermanos que una vez alternaron con el mismísimo Angus Young y sus secuaces en el que probablemente haya sido uno de los mejores momentos de su vida musical. Entonces eran unos Perros del Boogie a los que después compraron un nuevo collar antes de escapar de la rehala para husmear otros horizontes, que son los mismos en realidad, solo que mucho más libres y cristalinos. De ahí que apelen a lo de siempre y jueguen sobre seguro en el territorio que conocen como la palma de sus manos. Ahí se sienten como en casa, entre unos acordes básicos y una base rítmica proteínica e incansable, refugiados en algún lugar entre Tequila y Burning, pertrechados con las rudimentarias armas que ya les sirvieron a los primeros guerreros de los años cincuenta y ubicando el campamento base en la encrucijada donde ya pernoctaron muchos antes que ellos. Unos tipos auténticos, conscientes de lo que son y lo que pretenden, que no es poco con la que está cayendo.
Con haber grabado uno de los mejores discos del año en nuestro país les basta para ofrecer bolos redondos, precisos y sin florituras innecesarias. «Cayendo por el agujero» es la bala que abre las siguientes ráfagas casi sin tregua. La sucede «Hablar, hablar, hablar», otra brutal descarga de metralla rítmica que le daría sopas con onda a tantos presuntos hypes de los que se alimentan las revistas de tendencias; «Voy a bailar encima de ti» sirve para cualquier cosa y para eso también; «No obstante lo cual», aparte de homenajear al patriarca argentino Papo, recuerda que podrían volver a girar con AC/DC sin el menor asomo de sonrojo; «Tras el cristal» atempera los ánimos con estilo; «Desde que ya no eres mía», con su falsa melancolía, anticipa futuras tempestades que estallan de nuevo en «Como un puñal», uno de esos medios tiempos que dan coherencia a un concierto de estas características.
También es preciso incluir himnos llenos de coros para que el público empiece a participar de un repertorio aún escaso, y para eso está un tema como «Voy hacia el mar»; y que se reconozca la influencia del último y más domesticado rock español en «Qué harás, amor», tema del que el todopoderoso Carlos Tarque podría adueñarse con pleno derecho. Pero también ellos se apropian méritos anteriores y bien conseguidos, como los de los Kinks del archiconocido «You really got me» o el imperial Tom Petty de «You wreck me». Nobleza obliga y en este caso las deudas son variadas y más que evidentes.
Suelen sentirse a gusto estos Zigarros (a la hermandad creativa de Ovidi y Álvaro Tormo se suman en escena el bajo de Nacho Tamarit y la batería de Adrián Ribes), y no distinguen la candidez de Chuck Berry en «No particular place to go» de la intensidad de una de las cumbres del blues tradicional, un «Hoochie coochie man» que lo mismo da que rememoremos en manos de Willie Dixon, Muddy Waters o ellos mismos. Así que se dan a ello con pasión y entrega, y terminan la faena con la guinda de «Something else» de Eddie Cochran y un par de muescas que se suelen guardar: «Antes de los muertos» y «Dispárame», el enésimo ejemplo del «menos es más» que suele ser no pocas veces la semilla de la grandeza. Que apaguen esta colilla aún incandescente con el bis, nunca mejor dicho, de «Hablar, hablar, hablar» y anuncien que la próxima vez será aún más intensa solo puede dejar una cosa clara: por mucho que el Ministerio de (in)Sanidad se empeñe, hay adicciones que nunca podremos controlar. Hasta la próxima humareda, la prescripción más saludable es tener siempre a mano unos buenos Zigarros.