Adrian Levi – dELUXE Club (Valencia)
A estas alturas creo que no hay que explicar a nadie la diferencia entre escuchar un disco y asistir a una actuación en directo. En ambos casos se trata de una experiencia sensorial marcada de manera indiscutible por la relación que cada cual tenga con la música en cuestión, pero no cabe duda de que un concierto implica al oyente de una manera más emocional, directa y visceral. La presencia del artista, la comunicación con el público, la interacción (para bien y para mal) con el resto de los asistentes… Todo ello confluye para crear ambientes irrepetibles por definición: sólo lo vives una vez y lo recuerdas unas horas, unos días…o para siempre.
Es muy posible que el dELUXE Club no sea el mejor local de Valencia para ir a un concierto si quieres escuchar la música, apreciar cada uno de sus matices, tener una buena visibilidad del escenario, etc. Al mismo tiempo, es también muy probable que el dELUXE esté entre los mejores sitios de Valencia si quieres ir a un concierto a vivirlo, a estar cerca del artista, a interactuar y a disfrutar de una comunión sonora con otros feligreses tan entregados a la causa como uno mismo. Buena parte de culpa la tiene la dirección del local, con Luis Nácher a la cabeza, siempre dispuesto a hacer lo que sea para que cada noche sea única y los pocos asistentes que caben en el pequeño recinto se sientan en familia y como en casa. Sin embargo, como en cualquier sala que programe conciertos, hay otro factor indispensable para que el éxito de una propuesta íntima y cercana como la que el dELUXE ofrece sea un éxito. Por supuesto, ese factor está sobre el escenario. Y a eso vamos.
Adrian Levi es un músico distinto. Es, como uno de los asistentes al concierto dijo en cierto momento, «de verdad». Yo, al menos, me lo creo, y más después de haberlo visto en directo. A la guitarra, acompañado de una banda que parecía un dream team de la música valenciana (Carlos Soler con su guitarra eléctrica, Manolo Tarancón con la acústica y José de Ambros Chapel a la batería), fue desgranando uno a uno los temas de su álbum My Hidden Pockets de manera que su interpretación (magistral, por otro lado) era sólo una parte de algo intangible que nos mantenía pegados al escenario. Cada canción era presentada, explicada, puesta en contexto y aprovechada para lanzar algún puyazo a este mundo imperfecto y cruel que nos ha tocado vivir, y finalmente casi todas llevaban consigo una dedicatoria a personas concretas del público. No hace falta decir que se nos metió a todos en el bolsillo con su humildad y su claridad a la hora de expresar sus ideas y motivaciones tras cada tema. Huelga también decir que muchos de los que estábamos allí lo hacíamos porque compartimos esas mismas ideas, y entendemos que este tipo de eventos (este, en concreto, iba destinado a ayudar a una ONG que trabaja en África) son un pequeño grano de arena en esa playa que, algún día, surgirá de debajo de los adoquines.
A estas alturas el lector pensará que esto es una crónica de un concierto para amiguetes. No se puede negar que en parte lo fue, pero hubo mucho más. Hay que hablar de la profesionalidad de Carlos Soler a la guitarra eléctrica, recreando de manera magistral muchos de los efectos y arreglos que se pueden escuchar en el álbum de Adrian Levi. Manolo y José también estuvieron a un nivel alto, pero hay que reconocer que Carlos se llevaba la mayoría de aplausos y miradas de admiración por su gran labor. La banda creaba un telón de emociones en temas melancólicos como «Draw the line» o «Make me smile», pero también era capaz de incitar a la gente a dar palmas y bailar en otros como «Dead kisses», que por cierto repitieron en los bises. Los temas se iban desperezando en una natural tendencia a la introspección pero, cuando la banda se venía arriba y se dejaba llevar, solían acabar en un impecable crescendo sonoro que ponía los pelos de punta tanto como lo hacían la crudeza de «Sarajevo» o la delicada belleza de «Love is». Algunos temas, de hecho, empezaban con Adrian en solitario a la guitarra (o al teclado, precisamente en «Sarajevo», creo recordar) para posteriormente ir incorporando al resto de miembros de la improvisada pero muy coordinada banda. Así, en un suspiro, completaron el repaso al bello y reivindicativo My Hidden Pockets.
La maravillosa guinda fue, para mí, la inclusión de «Possible», un tema de los extintos Crow Jane, su anterior banda, que Adrian interpretó a solas con su guitarra y que con su fiereza contenida y su poso entre dramático y optimista no rompió para nada la unidad del concierto, más bien todo lo contrario. Como ya he mencionado, el último bis fue una repetición de «Dead kisses» ya con el público entregado por completo, dando palmas y bailando, alegres por haber podido vivir una noche tan intensa y emotiva. Una noche definida con gran acierto por el desconocido compañero que lanzó esa apasionada respuesta a una pregunta de Adrian: «esto es de verdad«. Y tanto que lo fue.