Stephen Malkmus & The Jicks – Pig Lib (Matador)
Ante un disco como este, uno puede enfrentarse a él de dos maneras: o se referencia a Pavement o simplemente se considera el segundo disco de un artista. El primer caso es arriesgado: la mayoría de álbumes en la actualidad salen perdiendo en la comparación con el grueso de la discografía de los californianos (omitiendo Terror Twilight (99), bastante más adocenado que el resto). El segundo caso es complicado: es imposible pensar en Malkmus sin que venga Pavement a la cabeza, como impensable desligar a Frank Black de Pixies, por mucho que él se empeñe.
La comparación con el bostoniano no es gratuita. Ambos parecen estar muy interesados no tanto en marcar distancias con su pasado como en autorreivindicarse. Este planteamiento es evidentemente legítimo, pero injusto por lo que implícitamente tiene de ninguneo a sus excompañeros, y si algo ha quedado patente en ambos casos es la ingente aportación de éstos a la magna obra de Pixies y Pavement. Porque, digámoslo ya, Malkmus por sí solo tiende a evaporarse, y The Jicks no son Pavement ni de lejos, aunque hay que reconocer que Malkmus ha terminado un disco mucho menos rupturista de lo que se podía prever. Y es precisamente en ese tibio continuismo (un ejemplo es la portada, tan espantosa como cualquiera del quinteto) donde se demuestra, por defecto, el talentazo y poderío del gran Scott Kanberg, al que inevitablemente se echa de menos.
Pig Lib es un disco, por tanto, situado entre Pavement y Stephen Malkmus, pero el problema es que ni el propio Malkmus da la impresión de conocer cuál es su sitio. Mantiene sus mejores virtudes en lo vocal, pero en lo compositivo parece estar perdido (“Craw Song”), y aunque el álbum contiene buenas canciones (“Animal Midnight”, “Witch Mountain Bridge”, “(Do Not Feed The) Oyster”), éstas se ubican en un terreno demasiado insulso. Y esa es la impresión que da el conjunto: la de ser un disco desganado, cansino, rutinario, mediocre, con el añadido de momentos de autocomplacencia instrumental (“1% Of One”, “Water And A Seat”) que oscilan entre lo irritante y lo inexplicable, y en cualquier caso indignos de una carrera como la de Malkmus. Aún así, Pig Lib tiene buenos momentos aparte de los mencionados, como “Ramp Of Death” o “Sheets”, que le salvan del desastre, aparte de un guiño a la galería como es “Vanessa From Queens”, con el que sigue engordando la galería de personajes femeninos abierta por Chesley y Loretta en el monumental e inolvidable Slanted & Enchanted (92).
De todos modos, el sueco-americano es listo, y sabe que juega con la ventaja de entregar este disco a una legión de devotos seguidores con tendencia a perdonar (casi) todo. Y, entendámonos, no es que sea un disco aborrecible, sólo que los que disfrutamos con todo el material anterior de Malkmus esperábamos más. De momento, ya ha dado una de cal (el interesante disco homónimo del 2001) y ahora le ha tocado la de arena. Eso sí, arena de primera calidad.