Beth – Segueix-me el Fil (Musica global)
¿Por qué reseñar un disco de Beth en una web de música de carácter independiente y que respeta unos mínimos de calidad musical? Buena pregunta, digo yo. Parecería que artistas (ejem) de este estilo tienen suficiente presencia en medios de alcance mucho mayor y de ética más difusa. Parecería también que, puestos a hablar de ésta, podríamos tratar también los discos de Bustamante, Britney Spears o Camela. Y además, habiendo música de verdad, ¿para qué perder el tiempo escuchando a triunfitos? Pues sí, todo eso es cierto.
No obstante, la discográfica – es de suponer que tratando de dar una pátina indie al disco, en un intento fútil de relanzar con un giro de carácter una carrera ya moribunda – nos ha mandado un disco promocional para que publiquemos una crítica en esta revista. Y, noblesse oblige, despejé mi mente de cualquier prejuicio o preconcepto, me até a una silla, y escuché la obra. Aquí está, pues, una crítica musical bien informada del disco.
Segueix-me el Fil, el tercer disco de estudio de Beth, es un cataclismo musical. Esta mezcla de música de ascensor – un poco folk, por el qué dirán – y sala de prácticas de una coral se arrastra durante cuarenta y tres dolorosos minutos que no suscitan ningún otro sentimiento que el de abandonar la habitación precipitadamente. Tras mis estresantes sesiones de audición (hay que escuchar un disco tres o cuatro veces como mínimo para hablar de él, me repetía a mí mismo, apretando los dientes, en un abnegado gesto de profesionalidad periodística), no recomendaría experimentar el disco de un solo golpe: tres canciones, un descanso, un par más, otra paradita, un trago de algo fuerte, y así sucesivamente.
Las letras – íntegramente en catalán – consiguen encadenar estrofas enteras compuestas exclusivamente de frases hechas sacadas de la peor novela de Corín Tellado, con “estimar” (“querer”) constituyendo, aproximadamente, el cuarenta por ciento de las palabras. Perpetradas por la voz de Beth – la voz dulzona y mal sentida que uno esperaría de una cantante de lobby de hotel – constituyen un pastiche medio jazzístico que no varía en lo más mínimo de una canción a otra, con un cero absoluto en interpretación.
Los arreglos musicales, repetidos de un tema a otro mediante la técnica de la fotocopia, los constituyen un pianista soñoliento, un guitarrista ausente y un batería de playmobil que anda por ahí dando un poco de coherencia a la cosa. La legendaria estirpe de los músicos de sesión españoles, esa raza heroica que acepta tocar con cualquiera. En su conjunto, pues, Segueix-me el Fil resulta una experiencia en todo comparable a la de besar un cactus.
La pregunta, pues, es: Beth, ¿tú sabes que lo que haces es horroroso, pero te da igual porque te publican cualquier cosa y te forras de todas maneras? ¿O, en cambio, realmente crees que – con la de buenos grupos que no consiguen que les publiquen (¡por ejemplo mis colegas de Mood!) – te mereces que te saquen al mercado esta birria por motivos únicamente musicales?
Si la repuesta es que está hecho por amor al arte, entonces siento mucho el tono de choteo y el desprecio general. Debe ser un trabajo hecho con cariño y dedicación, pero simplemente es malísimo. No llega a ningún estándar de calidad. Hay que ser más exigente.
Si la respuesta, en cambio, es que se hace por pasta, da la impresión de que habría que ir haciéndose a la idea de que los dos discos de platino, los dos números uno de 40 principales y las 200.000 copias vendidas del primer disco son un poco todo lo que se va a hacer. El resto es bajada; es momento de buscarse otro oficio.
Y, aunque no habría sido mal momento para acabar el artículo, no puedo finalizar sin parafrasear lo que dijo no se qué crítico de cine americano sobre la película de Travolta “Battlefield Earth”: “Dicen que, dado un tiempo infinito, un millón de monos aporreando un millón de máquinas de escribir acabarían escribiendo las obras completas de Shakespeare». ¿Segueix-me el Fil? Tres monos, en diez minutos.