Muse – The 2nd Law (Warner)
Últimamente, los discos de Muse se parecen mucho a los anuncios de compresas. Son producciones abiertamente excéntricas, pomposas e innecesarias. Para dirigir esos spots se llama a Isabel Coixet; para producir esos discos, Muse parece haber puesto al mando a Ridley Scott. The 2nd Law es otra superproducción con pies de barro, otro exceso de arquitectura megalomaníaca que se desmorona sólo con mirarla. Calatrava lo llama hacer puentes, Muse lo llama hacer discos.
La mayoría de las canciones de The 2nd Law parecen desarrollarse en el espacio. Concretamente, en el espacio que dejan las ínfulas de Matt Bellamy, que no es mucho; parece que la pérdida de contacto con la realidad ha ido al mismo ritmo que la pérdida del control de su voz. Una paradoja más en la historia de Muse. Otra de ellas es que tomarse tan en serio pueda acabar resultando tan asombrosamente gracioso; mientras Bellamy se ve cabalgando tormentas eléctricas con imperial dirección, el espejo escupe una realidad bastante más cercana a la de Napoleón montado en un tiovivo mientras manda infructuosamente en círculo a sus tropas.
Donde Bellamy se ve reinventando un género, creando un gigántico y extraordinario mosaico de rock sinfónico, progresivo, electrónica y dubstep por el que levantarán estatuas monumentales a la entrada de cada Primark, el observador ajeno asiste a la veloz decadencia de una propuesta prescindible que reúne lo peor de cada estilo y lo adorna con una ridícula interpretación vocal. The 2nd Law es un cóctel imposible en el que Bryan May, las americanas con hombreras de los 80 y los primeros Muse se dan la mano formando un círculo para invocar al espíritu de Michael Jackson y Freddie Mercury. Otro monumento al exceso, un desparrame obsceno de posibilidades que no concreta en nada más que en un puñado de canciones pretenciosas hasta decir basta. Hace dos discos que Muse no deja que nadie le toque sus canciones (sólo Nero lo han hecho en «Follow me»), lo que propicia una ensalada de egos en el que sobresale el busto áureo de Bellamy.
La jamesbondiana «Supremacy» que abre el disco ya descubre las cartas más vistas de Muse: una canción de corte marcial, con una épica de todo a 100 y un Bellamy incapaz de controlar sus gorgoritos; faroles que comparte con «Survival», un delirio que comienza en Queen y acaba en la cabalgata de las Valkirias merced a unos coros terribles (con preludio sinfónico incluido). Pero lo peor del disco es sin duda la incoherencia que derrocha, más allá de que las canciones sean realmente horribles: del space rock barato al gastasuelas ochentero de «Panic station» (ay si Jackson levantara la cabeza) hay un paso, el mismo que de la eléctronica pastillera de «Follow me» al delicado pero descarado calco de «Don´t stop me now» en «Explorers»; igual que se inspiran en U2 con «Big freeze», fusilan sin compasión a Queen of the Stone Age en «Liquid state».
Dejando a un lado esos engendros, conceptualmente mutilados, que cierran el disco (el famoso dubstep de «Unsustainable» y «Isolated system»), la eléctronica es a la postre lo mejor del disco. Lo cual tampoco es una gran noticia. Pero, sin más estridencias anacrónicas que las de una guitarra y unos coros de hace 30 años, «Madness» es el clavo ardiendo al que yo me agarraría si fuera un fanático de Muse.
The 2nd Law no deja de ser la continuación natural de The Resistance, tampoco es que haya que extrañarse. El disco ahonda en el sinsentido conceptual, y ameniza con composiciones mediocres e hinchadas de artificio la deriva estilística y los excesos creativos hacia los que Bellamy ha conducido a Muse en su inagotable carrera hacia la autoperfección. Sin duda, a partir de ahora sólo se puede mejorar.