ArtículosDestacadaEspeciales

Nuestros discos en directo favoritos (II Parte)

Continuamos nuestro especial de los discos en directo favoritos para la redacción de Muzikalia.

Si la pasada semana te hablábamos de álbumes de Alice In Chain, Bob Dylan, Depeche Mode, Supertramp o Iván Ferreiro, hoy te traemos una nueva tanda de esos LPs que recogen una actuación en vivo y que para nosotros han sido tan importantes.

Queremos recordar por qué nos hicieron vibrar de aquella manera y hacer que todos vosotros traigáis a la mente cuál fue el que os marcó a vosotros.

Te dejamos con la segunda tanda de discos en directo predilectos:

The Smiths – Rank (Warner, 1988)

La carrera de The Smiths fue corta, de apenas cinco años, y aún así puede ser una de las mejor aprovechadas de la historia. En ese lustro, un ritmo frenético de publicaciones nos dejó como legado cuatro estupendos álbumes y una quincena de singles con sus correspondientes caras B que dieron lugar a varios recopilatorios igualmente memorables.

Morrissey y Johnny Marr no perdieron el tiempo, fueron al grano con una de las discografías más recordadas e influyentes de la historia del pop que aún hoy, treinta y un años después de su separación, sigue manteniendo la vigencia de entonces. Aunque con el paso de los años han ido llegando nuevos recopilatorios y reediciones -ese «Re-issue! Re-package! Re-package! Re-evaluate the songs» que tanto criticaba Morrissey en la canción «Paint a Vulgar Picture» de su último trabajo; la guinda a su carrera llegó en forma de directo. Un Rank que fue publicado un año después de que la banda desapareciera.

Grabado en el National Ballroom Kilburn de Londres en 1986, el disco nos muestra la fuerza en directo de The Smiths, que lejos del pop más delicado demostraban que sobre el escenario su contundencia era arrolladora. Basta escuchar el primer minuto de «The Queen Is Dead» para comprobar cómo sonaban las guitarras de Marr, aquí con el apoyo de Craig Gannon, quienes daban a las canciones un empaque totalmente poderoso (veáse igualmente la potencia de «London» o «Rubber Ring/What She Said» y la lisergia psicodélica que conseguían en «The Draize Train»). Pero Rank tiene mucho más, y a pesar de no ser un concierto completo, sí nos muestra los mejores momentos de una carrera para el recuerdo. Entre los pasajes melódicos de «Panic», «Ask» o»The Boy with the Thorn in His Side», a la emoción de «I Know It’s Over», el toque rockabilly de «Vicar On a Tutu» y «Rusholme Ruffians» con «His Latest Flame» como intro, o el apoteósico final con «Bigmouth Strikes Again». Una maravilla.

Manuel Pinazo

The Who – Live at Leeds (Geffen Records, 1970)

Siempre me ha parecido triste que alguien me pregunte si me gustan más The Beatles o los Stones, porque queda raro contestar que The Kinks o The Who, según el día. Estos últimos por ejemplo, grabaron en 1970 mi disco en directo favorito, el mítico Live at Leeds, reeditado casi cada año desde aquella fecha.

En 1969 los londinenses estaban en su mejor momento, acababan de publicar la primera ópera rock de la historia, Tommy, y sus directos eran auténtica dinamita. Pete Townshend estrenaba las nuevas guitarras Gibson SG y los amplificadores Hiwatt CP-103 y cada concierto tenía algo nuevo. Recién llegados de una gira por Estados Unidos, decidieron grabar un directo después de quemar las cintas de las grabaciones de todo el tour para evitar publicaciones piratas. Eligieron dos fechas, el 14 de febrero en Leeds y el 15 en Hull. Problemas con la grabación del bajo en el segundo concierto hicieron convirtieron el bolo de Leeds en una leyenda de seis canciones.

La cara A del disco está dedicada a tres versiones, y la B a una insuperable «My Generation» de quince minutos, plagada de improvisaciones, y «Magic Bus», rematada por la armónica de Roger Daltrey.

Escuchar el disco casi 50 años después de su grabación, transmite toda la fuerza de un grupo tocando desde la misma cima del rock & roll.

Iñaki Espejo-Saavedra

Ramones. It’s Alive (Sire Records 1979)

Comenzaré este breve escrito con un arranque de sinceridad, nunca me gustaron los discos grabados en directo. Siempre me parecieron un invento de la industria (otro más) para sacar la pasta a los fans, en los que poco o nada se aporta sobre el cancionero del artista en cuestión. Si a eso añadimos que luego suele haber un trabajo de postproducción e ingeniería sónica, el resultado no puede ser más engañoso. Les pondré un ejemplo y con eso termino esta “entradilla”. Un conocido, y hasta mítico, grupo español, grabó un directo en otra también mítica sala madrileña hace unos años. El que esto suscribe estuvo en el concierto, fue grande, con sus fallos y sus aciertos, cosas inherentes al directo. Casualidades de la vida, el disco fue mezclado en un estudio que un servidor conocía muy bien y al que asistía, por aquel entonces, todas las semanas. Un mes tardó en fraguarse el “directo”, con grabaciones de guitarras y coros en estudio incluidas, para “parchear” los pequeños fallos de la grabación primigenia. No sé si me explico.

Así que, después de esta introducción, paso a hablarles de uno de los pocos directos que hay en mi discoteca y, por ende, el único disco en directo (para mí) con sentido de la historia. Aunque It’s Alive fue grabado la noche del 31 de diciembre de 1977, no fue publicado hasta 1979. Los cuatro de Queens en estado de gracia, Tommy incluido, antes de que el “sacacuartos” de Marky accediera a las baquetas, se marcan veintiocho canciones en cincuenta y cuatro minutos. Grabado en el, ya desaparecido, Rainbow Theatre, It´s Alive es un compendio lo que debería ser siempre el Rock & Roll; urgencia juvenil, potencia y síntesis en todas y cada una de las canciones, por no hablar de las inexistentes paradas entre ellas. Su amigo, el inseparable, Ed Stasium, estuvo a los mandos en la mesa de sonido y consiguió plasmar toda la mala uva que destilaban los Ramones en su época dorada. Háganse un favor, pónganlo en su estero de principio a fin y no escuchen nunca el “Loco Live”, el directo que grabaron los neoyorkinos trece años después en la sala Zeleste de Barcelona.

Fernando del Río

Van Morrison – It’s Too Late To Stop Now (Warner Bros. Records, 1974)

A estas alturas, cada vez que sé que alguno de mis artistas favoritos publica disco en directo, lo mínimo que puedo esperar es que me sorprenda, que aporte algo diferente a lo ya disfrutado en disco, que sea cuanto menos un retrato lo más crudo posible y con los menores aditivos de lo que en verdad es y de cómo vive él, o ella, o ellos, las canciones en el momento presente, cuál es su significado real y si coincide con el que yo tengo en mente. La vida va cambiando, las personas también y los sentimientos… Bueno, a esos mejor dejarlos en paz, que bastante tienen ya con sus propios vaivenes. Por eso cuando (re)escuchas algunos de los discos que han retratado a alguien en un momento concreto y especial de su carrera de la mejor manera posible (a tu entender, claro) vuelves a colocarlo en la primera línea de tu discoteca y le das otra vuelta, si es que eso es posible, a todas esas melodías y arreglos que salieron una vez de un alma en vena, que no en pena, para instalarse en tu corazón y no salir nunca ya de ahí. Así sucede, y sucederá, con una maravilla titulada It’s Too Late To Stop Now y su máximo responsable, Van Morrison, un músico voraz atigrado vocalmente y entregado a la causa de dejarse la piel en cada surco, como debe ser.

La reedición de tamaña barbaridad sonora, editada en 2016, ampliaba y mejoraba en –un despliegue excepcional de tres CDs extra la colección de joyas originales, dieciocho para ser exactos, que vertieron este señor y sus secuaces durante una serie de mágicas noches cuyo sudor recogía el disco original, sendas presentaciones de la gira del 73 en el Troubadour de Los Ángeles, el Civic Auditorium de Santa Mónica (California) y el Rainbow de Londres, en una serie de conciertos abrumadores, en los que la Caledonia Soul Orchestra suponía un respaldo perfecto para un creador en plena efervescencia, involucrándose e involucrándonos en las fantasías más brumosas del jazz, el vigor de los vientos del soul clásico (imprescindible Jack Schroer al saxo) y un concepto universal del rock en el que cabían tanto violines como teclados y guitarras disolutos (John Platania a las seis cuerdas y Jeff Labes a los pianos, otras bestias sagradas de la época), a la vez que los inevitables guiños a sus ancestros, encarnados en los perfiles de Willie Dixon y “I just wanna make love to you”, Ray Charles y “I believe to my soul”, Sam Cooke y “Bring it on home to me” o Sonny Boy Williamson II y “Take your hand out of my pocket”. Todo bañado en celtic soul, para que la receta no perdiera su auténtica esencia, y transformado en pura ambrosía al pasear por la diáfana “Cyprus Avenue” (hacia el final del garbeo es imposible parar, de ahí que suelte lo de “es demasiado tarde para detenerse ahora”), encontrarte caminando a ciegas “Into the mystic” pero sabiendo cuál es tu destino, invocando un nombre de mujer como “Gloria”, viajando a través de otros tiempos y parajes en una desbocada “Caravan”, escribiendo nuevas reglas sonoras y lúdicas para “Domino” y revocando sentimientos y recuerdos cuando “Here comes the night” se hace más espesa y esperanzadora. “Listen to the lion”, es una orden, y ésta sí que la cumplo sin rechistar.

Hay varias claves en este disco para rastrear la trayectoria de un músico ejemplar, que se entregaba así a un público devoto al que explicaba el porqué de las canciones –qué tiempos aquellos- y que había grabado dos obras incontestables como “Astral weeks” y “Moondance” y se había autoexiliado en California lleno de rencor y nostalgia por su madre patria, la fría y bella Irlanda que lo vio nacer y existir como hombre y como artista. Aunque su patria soñada siempre fue Caledonia, nombre que le sirvió para bautizar a su estudio de grabación y primera compañía discográfica. La nuestra siempre será un teatro, una banda incombustible y una fiera rugiendo en primer plano, como recién salida de la jaula. Directo a la yugular, sin previo aviso ni anestesia, para que pudiéramos morir con la paz que da lo salvaje.

J.J. Caballero Valero

Depeche Mode – 101 (Mute, 1989)

¿Puede uno enamorarse de una banda a partir de un disco en directo? Rotundamente sí. Eso me ocurrió con Depeche Mode y este inmortal y sublime 101 (89). Y es que no se trata de una mera recopilación de las bondades de sus mejores trabajos, paridos en ese periodo, sino que este álbum se revela como la fotografía mejor conseguida de una banda en su momento álgido.

Enmarcado en la gira Music For The Masses, y en concreto en aquel irrepetible concierto final en el Rose Bowl de Pasadena, el disco formó parte de un trabajo conceptual al que acompañó un documental en el que aún emociona ver a su legión de fans entregada al límite. No en vano, los de Essex pusieron banda sonora a su transitar por momentos vitales que no se podrían entender de la misma manera sin la existencia de estas canciones. La producción resalta este aspecto, haciendo que el oyente pueda incluso sentirse como si hubiera estado allí. Se puede palpar el aliento incansable que los empujó a convertirse en un fenómeno de grandes dimensiones. El sonido, majestuoso, acentúa aún más si cabe la grandeza de unos clásicos perfectamente secuenciados y enlazados sin descanso en un viaje hacia el pasado que emociona y alcanza donde las palabras ni siquiera se acercan.

Después vendrían más directos, pero sin duda es éste el que traza el mejor testamento de una pieza imprescindible para entender la escena pop de los 80. Es escucharlo hoy día y no poder evitar que la piel se ponga de gallina. Puedes cerrar los ojos e imaginarte en aquella época, turbulenta y agitada, sí, pero también mágica e irrepetible. Imposible elegir, pero mi corazoncito de fan se decanta hacia el disco dos, en el que desde “Black Celebration” hasta “Everything Counts” el goteo de clásicos es abrumador y las emociones que brotan de cada nota resultan imposibles de abarcar. Mejor limitarse a celebrar el haber podido vivir aquel momento, imaginando lo que los asistentes pudieron experimentar y haciéndolo tuyo.

Con todo esto, solo podemos concluir diciendo que se trata de un perfecto reflejo de lo que se pudo vivir en una noche en la que Depeche Mode alcanzaron el cielo y nosotros, ya sea directa o indirectamente, lo rozamos con los dedos.

José Megía

James Brown – Live At The Apollo – (Universal Records/King Records, 1963)

Los álbumes en directo son casi siempre como esas anécdotas largas que alguna gente se empeña en rememorar pese a que no tienen ni puta gracia si no se estaba allí cuando sucedían. Claro que hay excepciones, los milagros ocurren a veces y todo eso; en ocasiones, como por arte de magia, mola escuchar el estribillo de tu tema favorito interpretado por una masa de desconocidos no profesionales que están demasiado lejos del micrófono. Pero normalmente, no.

Sin embargo, hay gente un poco especial a la que sí les estimula y aviva el espíritu esto de que todo suene mal y desafinado y la guitarra ahogue al bajo y la letra apenas se entienda… Lo llaman «auténtico», con las zapatillas de estar por casa puestas. Esta es precisamente la misma gente que, esencialmente, desprecia el Live At The Apollo de James Brown (acompañado en aquella memorable ocasión de 1962 de sus Famous Flames) por sonar demasiado milagrosa, exquisita y prodigiosamente bien para ser un álbum grabado en vivo. Tiene guasa, la cosa…

Nadie quiere ver (u oír, en este caso) a otros sufrir en beneficio del disfrute propio, pero bajo la perfección de cada golpe rítmico y de la impoluta ejecución de todos los interludes se escucha el terror en los dedos, los pies y las lenguas de unos músicos amaestrados como sofisticadas fieras por el domador más trabajador del show business. Tomemos “Think” o “Night Train”, por ejemplo, con sus diabólicos frenesís diseñados ergonómicamente para ajustarse a la antropología cardíaca de Brown, y prestemos atención a la tensión y congoja extremas de la banda que se transforman en vivo y en directo, sin segundas oportunidades, en puro disfrute estético e impulsivo para el público; hasta los chillidos de las adolescentes parecen seguir la estricta e idiosincrática lógica del rey del funk. Es una suerte que la acrobacia orquestal dure solo unos treinta minutos: un segundo más y el pobre Bobby Byrd no lo cuenta.

Da igual que no hubieras o vayas a acercarte jamás ni remotamente al teatro Apollo de Nueva York en los años sesenta; no importa dónde estás, a dónde vas, de dónde vienes ni cuántas veces quieres contarles a tus nietos la batallita en cuestión: la puta gracia de esta que se titula Live At The Apollo de James Brown es eterna.

Icaro Lavia.

dIRE sTRAITS – Alchemy-Live (1984)

Aunque prefiero los álbumes de estudio, siempre emerge alguno en directo que alberga la capacidad de marcar una positiva muesca en la existencia de uno mismo, como os habrá ocurrido también, seguramente, a la mayoría de los melómanos lectores. Uno de estos casos es, sin ninguna migaja de duda, el Alchemy-Live (interpretado en 1983 y editado en 1984) de Dire Straits, venerado vinilo que, en mi caso, la ocasión inicial que entró por mis sentidos fue con 15 años y por descontado, me impactaron el mago Mark Knopfler y compañía en uno de sus más encumbrados y notorios momentos (y no ha mutado ni un ápice mi criterio tres décadas después). El virtuosismo hipnotizador de “Once upon a time in the west”, la ironía amorosa de “Romeo and Juliet”, la universal “Sultans of swing”, la arcana y thrilleresca “Private investigations” o la épica largura de “Telegraph Road” (entre otras octavas maravillas mundiales), me acariciaron todas con tal profundidad que me inyectaron, a tan temprana edad, el hecho de que mi tímpano no quisiera saber nada ya de guitarras “noisy” ni de sobrevalorados grupos de dudosa calidad.

 

Dire Straits emitieron, en ese 1983 en el teatro Hammersmith Odeon (Londres), una colección de manjares de su singular rock sereno, el cual transportó al público de buen gusto a una embriaguez incontrolable e inenarrable. Todo esa grandiosidad fue obtenida además, antes de que el combo británico llegara a los popularísimos Brothers in arms (1985) y On Every Street (1991), ambos con sus faraónicas pero insalubres giras correspondientes, las cuales por cierto, exterminaron precisamente el deseo del propio Knopfler de alargar más la trayectoría de la legendaria formación británica, lamentablemente. En consecuencia, solo cinco años después de su álbum de entrada (en 1978 éste), con esta llamémosla “peculiarísima alquimia en vivo” del 83, los Straits eran ya uno de los cinco mejores grupos de los años 80 y probablemente, uno de los 50 más influyentes de cualquier franja temporal, expresado el inciso con aparente lenguaje promocional pero auténtico, en el fondo, por mi parte.

Mark Knopfler (inconfundibles jamás, su voz y su guitarra), John Illsey (bajo), Alan Clark (teclados), Tommy Mandel (teclados), Mel Collins (saxofón) Hal Lindes (guitarra), Terry Williams (batería) y Joop de Korte (percusión) nos obsequiaron, en Alchemy, con una de las más sublimes y sobrecogedoras ejecuciones conocidas en vivo, terreno éste donde los artistas de rock muestran, realmente, lo deslumbrante y puro que puede resultar o no su sonido. En medio de la función, los músicos no se pueden amparar tanto detrás de los trucos de estudio sino que en el escenario, dichos instrumentistas se hallan algo más desnudos técnica y artísticamente y es donde lograrán o no, insisto, una comunión musical con la audiencia o crítica más exageradamente exigente, entendida y detallista. La actuación en directo se distingue como la definitiva prueba del algodón y bandas hiper-preciosistas como Supertramp, Steely Dan o los mismos Dire Straits alcanzaron una exquisitez histórica y etérea en este apartado.

Txus Iglesias

Consulta aquí la (I Parte) de nuestros discos en directo favoritos.

3 comentarios en «Nuestros discos en directo favoritos (II Parte)»

  • Bien por la inclusión de «Rank», fan absoluto de ese disco. De los de aquí, que algunos buenos se han hecho, me quedo con el de Los Elegantes, «En el corazón de la resaca».

  • Un gran honor y un placer para mí el haber participado, en la revista MUZIKALIA, junto a varios grandísimos escritores como son Raúl del Olmo, Edu Cornejo, Raul Julián, Fidel Oltra, Fátima Conde, Manuel Pinazo, Iñaki Espejo-Saaavedra, Fernando del Río, J.J. Caballero, José Megía e Icaro Lavia en “Nuestros discos en directo favoritos”.

    A disfrutar de la mejor música
    y un saludo para todos los compañeros de la revista y para los lectores melómanos de parte de Txus 😉

  • Enhorabuena a Muzikalia por regalarnos iniciativas como ésta, que los lectores celebramos sobremanera al hacernos evocar asimismo estos discos míticos (y otros que afectan ya a la circunstancia vital de cada persona en particular). Seguid con esta tarea, y felicidades a todos los miembros de la redacción y colaboradores ilustres que han participado. Puestos a comentar, de los seleccionados en las dos partes, me han agradado especialmente las revisitaciones de Supertramp, Van Morrison y Dire Straits. Saludos a tod@s-

Deja una respuesta

WP-Backgrounds Lite by InoPlugs Web Design and Juwelier Schönmann 1010 Wien