Especial: Fun House, piedra angular de The Stooges
Si tuviéramos que buscar el disco más vital, enloquecido, sudoroso, sexy y retorcido de la historia, posiblemente encabezaría el ranking el maravilloso segundo álbum de The Stooges.
Fue en julio de 1970 cuando se publicó Fun House, la obra más redonda editada por el grupo de Detroit. La continuación de su debut, publicado un año antes, iba varios pasos más allá, reflejaba la incendiaria actitud que la banda mostraba en vivo y contenía concentrado en tan solo siete temas y poco más de media hora, toda la rabia y la energía que terminarían definiendo a cientos de combos de garage y punk, en las siguientes décadas. ¿Se imaginan las carreras de Ramones, The Cramps, Black Flag, Motörhead, The White Stripes o el primer Nick Cave sin haber escuchado a The Stooges? Nosotros tampoco.
Iggy Pop, Dave Alexander y los hermanos Ron y Scott Asheton, no solo fueron capaces de digerir mejor que nadie las influencias de The Velvet Underground, The Rolling Stones, The Pretty Things o The Sonics y convertirla en un arma letal de rock and roll, sino que consiguieron ensamblar con brillantez sus guitarras punzantes y una base rítmica demoledora, con ese cantante que como fiera enjaulada ávida de sangre, se convertía en un animal aullante que se comía el escenario.
Haciendo mención a la comuna en la que vivían y hacían sus fechorías, Fun House es la carta de presentación ideal para adentrarse en el universo de The Stooges. Un disco crudo, que nos los mostraba en su punto más álgido e inspirado, también gracias a la producción de Don Gallucci de los míticos The Kingsmen (los de «Louie Louie»), quien supo hacer que se movieran con soltura entre ese rock primitivo, la psicodelia, el blues fantasmal o el jazz más desquiciado.
Los 36 minutos más desquiciados del rock
En sus siete temas, basculan entre la crudeza primorosa de «Down on the Street», el guiño salvaje al «Jumpin’ Jack Flash» de los Stones en la muy sexual «Loose», el navajazo en las entrañas de «T.V Eye», protopunk en estado puro; el blues hipnótico y sensual de «Dirt», los alaridos de «1970», -secuela numérica de su «1969», operación que ya no repetirían en Raw Power (1973)-, el libre albedrío de una «Fun House» bendecida por el saxo de Steve MacKay y tocada bajo el mantra de The Doors o esa ida de olla final cuasi apocalíptica llamada «L.A. Blues», de la que no existen más tomas, porque fue grabada en una sola sesión.
Nada sobra en estos 36 minutos descomunales, que han pasado a la historia como una de esas piezas maestras que definieron generaciones como hicieran Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), The Velvet Underground & Nico (1967), Never Mind The Bollocks (1977), Unkown Pleausures (1979) y tantos otros.

