Libro: The Stooges – Combustión espontánea (Libros Crudos)
Jaime Gonzalo es uno de los críticos musicales más importantes que ha dado este país. Su prosa envolvente, audaz, inquisitiva, ha revertido en libros de gran calado como los volúmenes de Poder Freak, o la imprescindible crónica de la Barcelona musical underground comprendida en La Ciudad Secreta.
Gonzalo es más que un crítico un cronista. Lejos de reverenciar a los protagonistas, prefiere ponerlos en su contexto hurgando en las entrañas de esas conexiones que une a los artistas con el entorno o la escena que los vio nacer. Un tipo de escritura que un servidor echa muy en falta, sobretodo en estos tiempos en los que prima más el contenido por el contenido, y los panegíricos a los artistas que lo único que consiguen es endiosarlos aún más si cabe.
Este clásico de la literatura rock The Stooges: Combustión Espontánea (Libros Crudos) fue publicado por primera vez en 2008, y ahora se vuelve a imprimir con tres capítulos más que integran la etapa más reciente del mítico grupo de Detroit.
The Stooges fueron una banda nacida en Ann Arbor (Michigan), en donde Iggy Pop vivía en el seno de una familia que le inculcó unos valores burgueses que acabaron por hacer de él un personaje misántropo, rebelde, y profundamente misógino con el tiempo.
Nacido como James Newell Osterberg en 1947, su pasión fue la música desde siempre. Sus primeros ídolos de juventud eran aquellos que mostraban su furia indómita en el escenario como Jerry Lee Lewis aporreando las teclas, o sus amigos de batallitas MC5.
Su padre le dio el dinero para comprarse una batería, y entró a formar parte posteriormente de los Prime Movers de los hermanos Michael y Dan Erlewine. Fueron una efímera banda de blues, en donde la yerba y el acido servían de acicate para que las canciones se revelaran confusas y ponzoñosas.
En esta banda conoce a Ron Asheton, y junto a su amigo Dave Alexander arranca el embrión de los The Stooges con el nombre de The Psychodelic Stooges. Iggy empieza a cavilar: “Yo era un chaval que pensaba, que en su interior guardaba una magnífica música, y una visión de exgtrema belleza”. Nunca ha sido un personaje que ha necesitado abuela como deja claro en estas declaraciones y que recoge Gonzalo en una labor documental encomiable.
The Stooges son fichados por Elektra de la mano de Danny Fields, cazatalentos de primer orden, y empieza la leyenda: su primer álbum homónimo (1969) se descarrilaba a partir de riffs de Asheton en los que se destripaban amplificadores y trepanaban los oídos más advenedizos. Sobre estas ráfagas de rabia eléctrica, el arrebato sonoro se envolvía con el martilleo psicótico de las baquetas de Sott Asheton, y el bajo de Dave Alexander. Sobre este manto de poderosos rituales sonoros que se adelantaron a su tiempo, la iguana cantaba soflamas de contenido sexual, angst postadolescente, y sobretodo, articulaba un magnetismo sobre el escenario sin parangón. John Cale intentó canalizar esa furia a los mandos de la producción. No fue fácil, pero ahí queda su impronta en los hermosos fraseos de viola en la maravillosa “We Will Fall”.
Después llegó Fun House (1970) con la expulsión de Alexander, y un mayor control de la banda en los procesos de producción. Tenían ya mucho dinero para gastar en drogas y putas, aficiones que quedan sobradamente expuestas en estas páginas. A nivel sonoro es una obra fundamental: desquiciada, intuitiva, y de una fisicidad asombrosa.
Finiquitado el contrato con Elektra, fichan por Columbia y se van de gira por Europa. Recalan en Londres en donde graban Raw Power (1973). La influencia de David Bowie es esencial, y como dice el autor, sus mezclas otorgaron al conjunto una plus de vanguardia. Gonzalo considera que este trabajo es uno de los más influyentes de los 70, y desde luego que razón no le falta, y lo califica como un “holocausto insalubremente romántico”, y sin lugar a duda es un cancionero que ha influenciado a buena parte del punk posterior. Luego llegaron The Weirdness bajo la batuta de Steve Albini, y Ready To Die, obras de no mucho calado.
Manejando declaraciones de los miembros de la banda, productores, road managers, amistades, etc. Jaime Gonzalo crea en este voluminoso libro un primoroso retablo de una época en la que la insatisfacción general (secuelas de la guerra de Vietnam) fue el detonador para que una caterva de rockeros se cagaban en la herencia de sus padres. Consiguieron crear un lenguaje nuevo en el rock propulsando ritmos con malformación congénita y rabia disparada a bocajarro.
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Acompañamos la reseña con una playlist especial de The Stooges