The Church – The Hypnogogue (Communicating Vessels)
Una “alucinación hipnagógica”, término acuñado por el erudito francés del siglo XIX Alfred Maury, es una especie de espejismo que puede ser táctil, visual o auditivo y que sucede en la fase que va entre la vigilia y el sueño. En base a algo tan etéreo -calificativo que a ellos les sienta como anillo al dedo, por otro lado- la legendaria banda australiana The Church ha construido el hilo argumental del que es su primer disco conceptual, su primer disco como quinteto y el primero (desde hace mucho) sin el guitarrista original y columna vertebral de su sonido, Peter Koppe.
Demasiadas primeras veces para una formación que lleva más de cuarenta años en la brecha, dirán ustedes. Pero para unos titanes como ellos, que han sorteado adicciones, idas y venidas, no pocas dificultades, y llevan 26 álbumes de estudio sin apearse ni por un momento del listón bien alto que dejaron en los ochenta, eso no debería ser un problema. Y a tenor de lo que uno escucha en la hora y cuatro minutos de música que contiene The Hypnogogue, no lo ha sido.
Ellos dirán que este disco es probablemente lo más cerca que han andado jamás del prog-rock. Pero el caso es que, cuando suenan los primeros y siderales compases de “Ascendence”, canción que inaugura el álbum, nada de su esencia parece haber desaparecido. De hecho, en cuanto suenan las hipnóticas guitarras de “C’est la vie” y ese estribillo etéreo, tan de marca registrada, uno se siente como en casa.
Y es que si hay una banda inclasificable, son ellos. Han querido meterles en el cajón del power-pop, del post-punk, de la psicodelia, de la vanguardia, pero es inútil. The Church son The Church. Un género en sí mismo. Una nave perdida en el espacio que se empeña constantemente en regresar a casa. Y cuya tripulación, que ya sólo cuenta con uno de sus miembros originales (el siempre elegante y ensimismado, pero tremendamente inquieto, Steve Kilbey), ha sabido mantener en conserva la esencia de un espíritu que hace que la banda siga sonando a banda, sin tóxicas individualidades que nublen ese valioso concepto.
Cuando uno escucha una canción tan perfecta, tan ensoñadora, como “Flickering lights”, tan hipnotizante como la titular, o tan maravillosamente épica como “No other you”, entiende de inmediato por qué han mantenido el nivel siempre por encima del notable a lo largo de una discografía tan nutrida como la suya. No han perdido ni un ápice del sentimiento, del rendido entusiasmo que poblaba discos como Of Skins And Heart, Heyday, Starfish o Priest = Aura. Todo sigue ahí, en unas canciones que en esta ocasión buscan, además, contar una historia distópica como si de uno de esos álbumes de hippies alucinados de los setenta se tratara, pero que no dejan de ser canciones enormes. Y valorables, individualmente, como lo que realmente son: testimonios de la longevidad en plenas facultades de uno de los mayores tesoros del rock australiano.
Magnífico álbum y canciones enormes, sí. El concepto del disco les va como anillo al dedo. Kilbey lo explica siempre, sobre todo cuando se le pregunta por Under the Milky Way: muchas veces no sabe lo que significan sus canciones ni de qué van. Es música que abre puertas para que el oyente se pierda en ella, construya sus propias historias, fantasee, sueñe. Con los años, cada vez disfruto más y más con The Church. Qué discografía! (I think I knew what you wanted…)
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