Nicole Dollanganger – Married In Mount Airy (Autoeditado)
No sabía de la existencia de una serie producida por la CBS en los años 60, y que duró en pantalla ocho años titulada The Andy Griffith Show. En esta historia protagonizada por el sheriff – el propio Griffith– con el nombre de Andy Taylor se desarrolla en un espacio ficcional, Mayberry, en Carolina del Norte. Un escenario que venía a representar la idea del “sueño americano”, abundante en personajes bondadosos, y una orografía de cartón-piedra muy al estilo de la incipiente “american way of life”. La América de los ganadores, en donde la podredumbre se escondía de puertas para adentro.
Si nos fijamos en el cine de Tim Burton o sobre todo el de David Lynch también nos podemos hacer una idea de esta cartografía de colores pastel que ahora la artista canadiense quiere desquebrajar y mostrar su verdadero rostro en su nuevo disco, un maravilloso cancionero bajo el título de Married In Mount Airy. Ella aparece en portada vestida de novia, recostada en un antiguo cabecero de cama, y mirando con rostro desconsolado. Mount Airy (según los norteamericanos, el lugar verdadero donde se inspiró la serie ya comentada) es el lugar donde pivotará toda la pesadilla, casi de terror gótico que narrará la canadiense a lo largo del disco.
Mount Airy no es un fotograma velado por el tiempo de sonrisas plácidas, niños revoloteando en patios traseros, enamorados que toman Coca-Cola en los porches de sus casas adosadas, es más bien la alegoría del terror por el amor impuesto al que canta Nicole Bell aka Nicole Dollanganger en el tema homónimo. Su voz perezosa, tímida, se va deslizando sobre un manto de steel guitar que evoca a Marisa Nadler. Una canción rotunda, de esas que dejan poso. Los aires fantasmales, cercanos a la abstracción continúan sucediéndose en temas como “Gold Satin Dreamer”, o en “Dogwood” con unos arreglos de sintetizador que te hace recordar a una Julee Cruise residiendo en algún pueblo perdido en el mapa de la América profunda.
La sensación de desazón es constante gracias a las estupendas atmósferas que envuelven a unas canciones panorámicas. “Bad Man” proporciona un poco de alivio (“I wish he didn’t have to die / But he was a bad man,”), aunque una guitarra eléctrica late en forma de drone para llevarnos por la terrible relación afectiva de “My Darling True”. Una pesadilla, un relato fantasmal cuyo placer es inmenso.