Metallica (Estadio Metropolitano) Madrid 12/07/24
Anunciados con una antelación inusitada para lo que estábamos acostumbrados, los dos conciertos de Metallica en Madrid este fin de semana acabaron por enmarcarse en unas fechas algo complicadas, musical y deportivamente hablando, en la capital. Sin embargo, quizá por esa anticipación o seguro que por la fidelidad de la parroquia y gran familia de los de California, la primera de las citas acabó por imponerse frente a cualquier eventualidad con la rotundidad que les caracteriza.
Podría decirse que la fórmula de dos conciertos deja un poco al libre albedrío la selección de temas y el gusto individual, pero permite, por otro lado, ampliar un repertorio que aun así se antojaba complicado de que fuera del gusto de todos. Y es que estábamos, además, ante el último de esos fines de semana que han hecho coincidir, algo así como un espacio temático temporal donde, además de los propios conciertos, ha habido otras actividades.
El Metropolitano presentaba buen aspecto, con un escenario anular presidiendo el centro del recinto, coronado por ocho puntas consistentes en cilindros que harán las veces de pantalla, todo muy circular, para que nada se escape. Abrirán la tarde MammothWVH y ARCHITECTS, dos bandas que complementan el cartel, pero que se exponen a los peligros de los rigores del verano madrileño y que, junto con quizá el poco gancho entre una parroquia centrada, tuvo que ver cómo sus propuestas acompasaban la entrada, muy poco a poco, de un público que acabaría por asentarse a escasos minutos de que salieran por el túnel de vestuarios los cuatro componentes de Metallica y que distrajo la espera con la ola.
La pregrabada “It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll)” de AC/DC anticipaba ya la tormenta, pero menos que esa simbólica “L’estasi dell’oro”, marca de la casa desde tiempos tan pretéritos que cuesta ubicar su inicio del romance sin consultar la enciclopedia, y que paradójicamente reflejaba los campos burgaleses en esas pantallas cilíndricas, escenario de un Eli Wallach casi tan ávido de recompensa como el público, que rompe también de éxtasis con el trash de “Creeping Death”, la primera descarga en la frente, clásica, tensa, atávica, y que logra que, de primeras, el público arrebate el monopolio del protagonismo al cuarteto.
A pesar de que no había transcurrido casi nada, se podía atisbar que la forma no la han perdido, mucho menos la técnica, pero si hubiera que señalar el mejor estado de gracia en ese mismo momento este recaería en un Robert Trujillo que aporta una contundencia severa en “Harvester of Death” y el de un Kirk Hammett que se yergue enorme en su primer gran solo de la noche. Ocurrió para entonces algo que, siendo subjetivo, apreció compartirse por parte del público. ¿Hasta qué punto “Cyanide”, que gozó de una buena salud y fuerza en esa conjunción de guitarra y batería, pudo hacerse algo larga? Probablemente también fuera por su enlace con “King Nothing”, dando la sensación más de elementos transitorios que propiamente columnas de un repertorio que se antojaba ya corto.
El primer cambio de batería, el instrumento que marcaría la noche con su situación en los cuatro puntos cardinales de ese anillo que funcionaba como escenario, fue testigo de cierta reconexión con una celeridad más propia de sus primeras épocas, pero curiosamente enmarcada en ese lanzamiento que, homónimo, es 72 Seasons. Esa nueva toma de contacto con el público se materializó en los coros y aplausos al ritmo del bombo de un Lars Ulrich, que se apreciaba se sentía cómodo y que cuajó una noche más que correcta, y de los ánimos de James Hetfield para finalizar con la ejecución de “If Darkness Had a Son”, marco también excelente para que Hammett siguiera haciendo de las suyas.
Durante esta gira, ha sido habitual ver a Trujillo y Hammett tocando improvisaciones sobre el escenario como un guiño de exclusividad para con cada público. Con un español roto, efecto de la maldita diglosia, el bajista anuncia el título elegido: “Sangría Brain”, demasiado típico quizá, pero efectista y efectivo para recuperar la energía que se necesitará para después de la primera parte de “The Day That Never Comes”, un tema que impacta in crescendo hasta copar esa intensa comunión con el público y que deja botando la continuidad de “Shadows Follow”.
Nuevo cambio cardinal de posiciones lo marca una entrada demasiado larga, virtuosa en su esencia y que prolonga, no obstante, unos minutos preciados hasta desembocar en “Orion”, esa joya del Master of Puppets que parece abducida por momentos por un entorno lyncheano de música acorde y rojo intenso. Pero nada como un cambio de ritmo y de mentalidad para mantener con vida la esencia algo sincrética del repertorio elegido. El foco se centra en la figura de un Hammett que comienza a ejecutar los archiconocidos acordes de “Nothing Else Matters” y que se yergue en algo similar al arranque de la parte que más temas reconocibles para el público general contendrá y que encontrará respuesta en la complicidad con el mismo.
“Sad but True”, la segunda pieza de su álbum negro y última de la velada, añadirá esa parte de reivindicación en la noche de uno de sus grandes álbumes, pero dejará fuera a una “Enter Sandman” que quizá hubiera conjugado más con la cadencia de ese momento. Preferencias aparte, “Battery” aterrizará de nuevo la tralla necesaria para ir preparando la traca, más o menos literal, final, la que aboga por “Fuel” para desplegar el fuego real que calentará todavía más las gargantas de un respetable al que le quedarían todavía dos balas (una más que a Eli Wallach) para demostrar su devoción y sintonía.
James Hetfield preguntará antes por Kill’Em All para hacer salivar a esa familia, como él dijo, que les estaba acompañando. “Seek and Destroy” es la elegida para que se produzca una nueva curiosidad, la de una de las más significativas y contundentes canciones de Metallica de sus inicios como banda sonora de un despliegue de enromes balones de playa promocionales de su último lanzamiento y que provocarán una concentración tal alrededor de Hetfield que resultó hasta cómico su despeje, mientras que en la pista se sucedían los corros de golpes y pogos. Si la lista de quince temas solo dejaba lugar para un último de la noche, la elección de “Masters of Puppets” pudo venir como bendita (o maldita) tirita para cerrar esas ausencias, porque, reconozcámoslo, la oportunidad que brinda para el público es excelente, tanto para su interacción como para reconocer a un cuarteto que, tras más de cuatro décadas, sigue insistiendo en lo que mejor sabe hacer: tocar música en directo.
Foto @photosbyjeffyeager (IG de Metallica)