Amsterdam. Homenajeamos a la ciudad de los canales a través de canciones
Cualquiera que haya estado alguna vez en Amsterdam sabrá que la capital de los Países Bajos es algo más que la Venecia del norte, algo más que el Red Light District, las putas, la marihuana y Anne Frank. Amsterdam es, por encima de todo, un corredor inteligente; una ciudad que ha ido siempre un paso por delante de unos acontecimientos que ahora sí empiezan a alcanzarla implacablemente.
Sin embargo, sus sombras, sus luces rojas y sus charcos de sudor y random rain siempre han sido terreno fértil para las historias más oscuras y fantásticas. Los efluvios de sus canales parecen intoxicar sin remisión a cualquiera que los recorre. La ciudad con la queTravolta ilustraba a Samuel L. Jackson sobre una Europa utópica donde drogas y alcohol eran parte de un cóctel cotidiano es también inspiración para cualquier músico que la haya pisado.
La referencia más representativa es tan obvia como las prostitutas del Barrio Rojo. Jacques Brel se levantó una mañana en su casa de Roquebrune-Cap-Martin y, mirando el Mediterráneo, escribió una de las canciones más emocionantes de la historia. “Amsterdam” quedaría grabada en un directo mítico, Olympia 64, durante una de las actuaciones de Brel en el famoso teatro de París. La canción, emblema del belga, jamás sería registrada en un estudio, donde probablemente hubiera perdido la tensión, el drama y la épica de su versión en vivo.
Tomando la melodía de “Greensleves”, una canción del folklore inglés cuyo origen se remonta al siglo XVI (se dice que la compusoEnrique VIII de Inglaterra para Ana Bolena), Brel esculpe, pinta y escribe el monumento, el cuadro y el poema más crudo y magnético de la antigua Mokum. El puerto de Amsterdam y sus canales son el campo de batalla en el que los marineros se disputan su vida lejos del mar: cerveza, pescado y putas adornan su regreso, mucho menos luctuoso que el del marinero holandés de Apollinaire, pero seguramente igual de trágico y agridulce. Brel encierra la esencia hedonista de Amsterdam en los poco más de tres minutos que se alarga su duelo ascendente con el acordeón.
La de Brel es una obra maestra de la vida y la catástrofe, de las ansias de fortuna y del deseo, del drama nuestro de cada día. Han sido numerosos los intentos de alcanzar aquel crescendo emocional del 64, sin mucho éxito, todo sea dicho; ni Scott Walker ni Bowie lo consiguen, y las versiones se quedan en meras traducciones anglosajonas de la canción original.
La influencia de Amsterdam en la cultura popular se extiende más allá de Brel y sus marineros ávidos de fortuna y placer. Sin ir más lejos, Coldplay tomaban “Amsterdam” como cierre perfecto para su segundo disco (A Rush of Blood to the Head, 2002), y prácticamente para su carrera. Aunque nada tenía que ver la ciudad con la canción. Sin embargo, sí es protagonista en otros casos que la toman como título.
Peter Bjorn & John se fueron “cuatro o cinco días” a la capital holandesa y no se la quitan de la cabeza (“Amsterdam was stuck in my mind”), pero lo de Mando Diao no fue tan ideal. A juzgar por la letra, debieron de tener un muy mal “viaje” (“I was down in Amsterdam, almost hurt myself to death”) y acabaron viendo la cara más sórdida de la ciudad (“but nothing seems to matter in this lonesome dirty town”); quizá lavaran sus pecados en Oude Kerk antes de irse, como hacían los marineros tras disfrutar de los beneficios de las prostitutas antes de volver a hacerse a la mar. Elvis Costello y Zola Jesus comparten inspiración (“New Amsterdam”). Igual que Van Halen, Joan Báez o Crowded House; el eclecticismo amsterdamer. Paul Weller, por otro lado, estuvo allí con una instrumental (“In Amsterdam”), y Counting Crows son un poco más específicos y deprimentes (“On a tuesday in Amsterdam long time ago”). Por lo que cuentan en “Cayman Islands”, Kings of Convenience pasaron unos días, tan bucólicos como son ellos, entre canales y paseos en bicicleta mientras se ponía el sol en Voldenpark (“these canals, it seems, they all go in circles… I’m holding on to you on a bike we’ve hired until tomorrow”).
Casi seis minutos dura “Gang-Bang”. Una suerte de vals a cuyo pulso se sintoniza Nacho Vegas para introducirnos en la Amsterdammás sórdida y despiadada. Como Brel, Vegas también tira de un acordeón; un acordeón que abre cerca del Damm, y un acordeón que cierra. “Gang-Bang” es una orquesta de almas y putas, un paseo siniestro bajo la lluvia entre los canales y el neón de Amsterdam; un trago que sabe a sudor mientras pisas el empedrado en busca de no se sabe muy bien qué.
Vegas consigue darle la vuelta a la piel de la ciudad y poner sus entrañas a la luz del gris; se pone en la piel del doctor Tulp y disecciona el cuerpo del corredor, aún caliente y palpitante de Amsterdam. El viejo Rembrandt estaría orgulloso. El drama contenido de la ciudad que una vez vio desaparecer a decenas de miles de personas se respira en cada centímetro abierto por el asturiano. Los tendones se retuercen y el finado convulsiona en espasmos de placer y dolor extintos. La autopsia determinará la causa de la muerte: agotamiento hedonista y extirpación del alma. Y aún así: Amsterdam.
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