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Adiós a Jerry Lee Lewis, el último que quedaba en pie

Y digo yo que de repente, algo ha cambiado ¿no? La muerte de alguien realmente significativo siempre supone un antes y un después. Una barrera que se cruza. Sucede, dicen, con el reciente deceso de la reina madre y ahora también, claro, con la de uno de los creadores del rock and roll. Seguramente, el que junto a Little Richard personificó todos, y digo todos, los excesos de esa forma de vida destinada sólo a los dioses. Se va Jerry Lee Lewis, autoproclamado, tal como rezaba uno de sus últimos discos de estudio, “el último que quedaba en pie”.

Y era cierto, él era el último que quedaba vivo de los muchos que poblaron la primera generación del rock and roll. Esa que robó a los negros su sonido y lo hizo entendible para los blancos, causando una auténtica revolución. Gene Vincent, Elvis, Carl Perkins, Johnny Horton, Buddy Holly, Eddie Cochran… todos, antes o después, fueron cayendo. También, aunque bastante más mayores, los bastiones realmente genuinos, como Fats Domino, Little Richard o, por supuesto, Chuck Berry. Jerry Lee, sin embargo, parecía eterno. Había sobrevivido con creces a todos ellos. Y lo había hecho, además, subido a un escenario. Echando atrás la banqueta del piano de una patada y levantándose como solía hacerlo ante las cámaras de televisión cuando su “Great balls of fire” incendiaba y contaminaba sin remisión a la juventud de su país.

 

Y es que si un calificativo merecía este hombre, nacido en Louisiana en 1935, era el de incendiario. Cualquiera que lo haya visto en directo lo sabe. Y si no, pueden ustedes acudir a uno de los discos en directo más salvajes de la historia -y un buen lugar para empezar con nuestro homenajeado- titulado Live At The Star Club (1964) y que refleja fielmente el nivel de intensidad al que podía llegar Jerry cuando realmente “tenía la noche”.

Yo mismo le vi, con 16 años, subirse a un escenario de mi ciudad, València, ante una auténtica multitud, con motivo de la festividad del 9 d’octubre y realmente aluciné. Comprendí a la perfección el porqué del apodo “The killer”. Salía a matar. Así lo intenté reflejar en el primer artículo que escribí en mi vida -y publiqué, en el periódico de mi colegio- sobre música. Lo titulé “Rock de diez para el nueve” a sugerencia de mi padre, que falleció pocos años después. Siempre me emociono al recordarlo.

No es extraño, todos estos mitos que ya no volverán a pisar la tierra, pero que realmente no mueren, porque siempre han formado parte de nuestra imaginación, nuestras paredes, nuestras estanterías, son también parte de nuestra educación sentimental. No hace falta ser un gran aficionado a la música para atar muchos de los recuerdos importantes de la existencia a referencias pop. Y Jerry Lee era un referente de los más poderosos. Uno de aquellos que personifican realmente el estilo de vida del rock and roll. Ese anhelo de tantas y tantos.

 

Marcado a fuego, como todo buen destripaterrones sureño, por una educación religiosa que prometía el más oscuro infierno a todos aquellos que abandonaran el camino del señor, él lo abandonó tantas veces, y de forma tan estrepitosa, que debía haberse quemado en las llamas de belcebú durante varias eternidades, sin embargo vivió una vida larga y llena de éxito. Sin siquiera haber registrado un sólo hit ya era bígamo y vicioso al máximo. Pero fue llegar Sun Records, “Whole lotta shakin’ goin’ on” y dispararse la cosa. Tanto, que el que se casara con su prima de 13 años (nueve menos de los que que tenía él), aunque fue un escándalo espectacular cuando se descubrió, pasó rápidamente a un segundo plano.

Sus sencillos “Breathless”, “High school confidential” o, por supuesto, “Great balls of fire” le pusieron tan alto en los índices de popularidad que Elvis llegó a sudar frío al pensar que podría perder su corona. No obstante no había de qué preocuparse, alguien tan excesivo como Jerry Lee no podía mantener demasiado tiempo ese estatus. Su vida era absolutamente salvaje, un caballo desbocado.

Al descubrirse la noticia de su matrimonio con una menor (y no sólo eso: sin estar divorciado de su anterior esposa), de repente, todo se derrumbó. Su carrera cayó en desgracia y aunque logró levantarla en diversas ocasiones, triunfando en Europa o en su país como cantante de country, la verdad es que durante muchos años no hizo sino adentrarse más y más en un infierno personal que le acarrearía no pocas tragedias:: dos hijos -uno de tres años y otro de 19- muertos, dos de sus siete esposas, también muertas, problemas serios con las drogas y la justicia y episodios delirantes a cascoporro, como aquél en que arrolló con su Rolls Royce la puerta de la mansión de Elvis, Graceland, o cuando disparó su ametralladora sobre las cabezas de todos los asistentes a una fiesta en su casa porque pensaba que se estaban amuermando.

Todo eso ha creado un mito en torno a él que por supuesto no tiene nada que ver con la música. Una música que nos deja no pocos discos, y sobre todo sencillos, memorables. Su lista es casi interminable. Tras la época clásica en Sun Records, que da para bucear en ella de lo lindo, su etapa country o sus diversas vueltas al rock son también suculentas. Es difícil recomendar algo, pero yo me quedaría con el lp Jerry Lee Lewis, de 1957, el famoso directo de Hamburgo, Memphis Beat, de 1967, ya en clave country Another Place Another Time, de 1969, o el reciente directo auspiciado por Jack White en Third Man Records.

Todos ellos os darán una perspectiva de alguien que es mucho más que su mito o sus excesos. Un músico grandioso, dueño de un toque al piano y de una voz exquisitas, que supo reinventarse varias veces y mantener a flote una carrera brillante por encima de sus locuras.Y por otro lado, si queréis conocer al hombre, podéis, lejos de acudir a un bodrio como la película que protagonizó en su día Dennis Quaid, acudir a su autobiografía Fuego Eterno (Editorial Contra) o al fantástico episodio que Mike Judge le dedicó en sus imprescindibles Tales From The Tour Bus.

 

Conoceréis a aquél tipo, a ratos totalmente indeseable, que enfurecido por ser el telonero de Chuck Berry en un concierto, ni corto ni perezoso, salió a tocar con una botella de Coca-Cola llena de gasolina e incendió su piano al final de su actuación, recibiendo a Chuck en el escenario para que empezara la suya con un “supera esto, negro”. Algo que en fin, no dice mucho de él como persona, pero sí de lo poco que le importaba todo con tal de ofrecer el espectáculo que él creía que debía ofrecer. Con tal de SER rock and roll.

En todo caso, como dicen los americanos, don’t try this at home.

Y buen viaje, Killer.

Un comentario en «Adiós a Jerry Lee Lewis, el último que quedaba en pie»

  • RIP, pero me jode mucho más que el cantante de Low Roar haya muerto con 40 años y no pongáis nada de él.

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