Anne Arbour – La Habitación de Música (Siesta)
Cuenta la hoja promocional de Anne Arbor, que el Infante Don Juan de Portugal, construyó en el año 1773, un castillo en la Costa Azul portuguesa, que lleva por nombre El reino de Clarissa, en honor a su hija muerta (Clarissa). Y que es dentro de esa maravillosa casa, donde se encuentra una sala llamada La Caja de Música, que inspira el nombre del álbum (La habitación de música) y donde crean sus canciones los pulcros y elitistas Peter Anne y Nathalie Arbor, compositores del pop más aristocrático realizado hasta el momento. Sin embargo, a nada que se ponga a investigar, o que tenga conocimientos históricos, se dará cuenta de que no existió ningún Infante Don Juan de Portugal que viviese en el siglo XVIII, y menos con una hija que se llamase Clarissa.
Así, que como en la mayoría de las ocasiones, será mejor poner en cuarentena los titulares de los medios oficiales, y hacer más caso a la voz de las gargantas profundas, que sitúan al mencionado grupo más cercano a Gijón que a Portugal, y que relacionan a Peter Anné con Pedro Vigil (Penelope Trip, Edwin Moses,Vigil) y a Nathalie Arbor con la vocalista del grupo Nosotrash, Natalia Quintanal.
Así que una vez desenmascarado dicha incógnita, ya es mucho más fácil de comprender los elegantes sonidos y las orquestadas melodías, que se exponen a lo largo de todo el álbum, y que recuerdan (en esta ocasión sí), a una especie de nuevo pop aristocrático, cargado de pompa y circunstancia, gracias a la enorme elaboración de sus canciones, los concienzudos arreglos, su más que trabajada orquestación, y su exquisita producción.
Un disco de esos de tarde de salón, (mejor si es melancólica, o si la lluvia golpea en los cristales), en el que reina el conocido pop calmado nacional, a excepción de “9.000”, (una canción con reminiscencias electrónicas y disco, con ritmos muy movidos y bailables que recuerdan por momentos a Abba, o a los Bee Gees) y el último tema “la premiada” que ha sido producido por Guille Milkyway, y cantado por Las Escarlatinas, (como contraprestación por los servicios prestados por Anne Arbor, en el último discos de las mencionadas), y que recuerda de manera más que sorprendente, a los sonidos agradables, ligeros, y cargados de letras irónicas, que acostumbran a hacer Kikí d´akí.
Pero si pasamos por alto estos dos temas (puntos discordantes, que brillan por si solos), el resto del álbum se caracteriza de manera clara, por pasear por los distintos paisajes del pop suave y muy musicalizado, que recuerda a grupos como La buena vida, Pauline en la playa, Niza, o incluso a Family, en los momentos que en las melodías se entremezclan sonidos algo más electrónicos como ”un apple fizz en México” o “los reyes del nightclub”. Aunque, puede que sea en los temas que están a medio camino entre el pop más tranquilo, (representado por “Luna”) y los temas electrónicos anteriormente mencionados, donde realmente se escuchan los mejores temas del disco. Canciones cargadas de detalles sutiles, de letras más que cuidadas, y de ambientes distinguidos y agradabilísimos que partiendo del pop más puro, no dudan con coquetear con el swing, como con la bossa nova, o incluso con grandilocuentes apartados de cuerda, dando como mejores representantes temas como “canción de Clarissa”, “salones de Bohemia”, o el tema inaugural del disco “el chico de Cincinnatti (el jugador más triste de las series mundiales)”.
Melodías dulces, que si no te consiguen empalagar, te cautivarán gracias al buen hacer y a la experiencia del dúo de voces, sentimientos, personas y personalidades, que suponen Natalia y Pedro, y que como se puede comprobar en el disco, al juntarse, su música, más que sumar, se multiplica para dar un sensacional resultado.