Antony and The Johnsons – Teatro Real (Madrid)
Algunos de vosotros no estuvisteis en el Teatro Real de Madrid. Algunos de vosotros ignoráis que existe un genio, un artista que lleva eclipsando a cualquier otro artista musical todo el siglo XXI. Algunos de vosotros, culposos ignorantes, no seréis capaces y os empeñareis en negar la evidencia de que una nueva figura salvadora ha venido en forma de hombre. Una nueva figura que tiene alma de mujer, transgénero quiere que lo llamemos. Y ha llegado a derretir con su prodigiosa voz los nutrientes de vuestra pobre alma mortal. Desde las cloacas infestadas de travestis cabareteras de Nueva York, recién aterrizada de su Inglaterra natal, pasea Antony Hegarty su carrera hasta el Teatro Real de Madrid.
Para ello no ha necesitado más que un puñado de interesantes entrevistas, tropezarse con Lou Reed como su primer valedor y poco más. Bueno, tal vez publicar cinco discos maravillosos y dos o tres EP´s igual de imprescindibles. Con eso nada más ya se ha situado en el centro del universo musical. Convertirse en el sueño de propios y extraños, con esa capacidad simplificada que tiene, mágica y mística de transformar nuestros miedos y amores más personales en piezas musicales de intensa belleza. Lo de ayer fue épico, casi irrepetible debería afirmar, sino fuera porque Antony consigue arrancar la misma pasión de cada escenario que pisa.
Algunos años han pasado desde que descubriera a Antony and the Johnsons en el Festival de Benicàssim de 2007 y desde entonces este que escribe reconoce que su tragicómica discografía forma parte de un personal mundo imaginario, ese en el que atesoro anhelos y esperanzas como si se tratara de la banda sonora de una vida. Pero justo ahí y no en otro lugar reside el poder furioso de la música de Antony. Él o Ella, como el Señor@ prefiera, siempre canta para ti. Sólo escribe para ti, sólo eleva su voz de tenor para ti. Habla de la muerte de tu madre, habla de tu propia y secreta desesperanza, de ti pobre mortal que destrozas este mundo sin reciclar. Te regaña a ti pobre mente obtusa y te aconseja sobre tu divorcio y aquella chica del trabajo a la que no supiste retener. Y es que la simplista y cálida música de Antony and the Johnsons atraviesa el plano emocional para instalarse en tu vida y que la sientas como propia. Música privada, personal e intransferible. Cada disco, cada canción, habla de ti. Una ilusión óptica y sentimental clave del éxito descomunal que lo ha encumbrado al podio ganador de artistas del siglo que nos lleva.
Luego está el personaje, al que permite acercarnos gracias a los extensos monólogos con los que adorna sus recitales, aunque ayer no fuera el caso, o las tímidas entrevistas en las que sin tapujos habla de su sorprendente visión del mundo. Al personaje extravagante lo aceptas como divino y repites sus palabras como un credo tántrico o simplemente lo observas con desdén. Pero la fiereza y calidad de su música y la que factura junto a sus Johnsons es incontestable. Puro arte. Sentimiento rasgado.
Así se vivió ayer en un espectáculo muy especial que inicialmente fue concebido como una pieza de arte para el MoMA de Nueva York en el año 2012. Un concierto único y supuestamente irrepetible, concebido para una sola representación. Pero su potencia traspasó las rotativas de los periódicos de todo el mundo y el bueno de Antony accedió a pasear su bello espectáculo de luces y color por unos pocos, muy pocos escenarios aparte del estreno en el Radio City Music Hall de Nueva York. Pocas ciudades hemos sido las afortunadas ganadoras, Londres, Nueva York y Melbourne antes que nosotros. Y si hacemos caso a la diva, la de ayer fue la última oportunidad de disfrutar de un espectáculo que agotó el papel durante cuatro noches consecutivas en el Teatro Real y a precios nada populares. Hasta los 115 euros llegaron los precios, nada comparado con el furor que despertó posteriormente la reventa. Casi como los Rolling Stones en su última visita a nuestro país.
Antony, la deidad, ataviado con una simple túnica blanca en el centro del escenario, pocos movimientos para no desviar la atención del corazón, apenas palabras, tímidos agradecimientos, un montaje de luces que asaeteaba el iris, el alma y coloreaba la lágrima contenida. Una orquesta oculta casi hasta el final tras una cortina. Durante una hora y cuarenta y cinco minutos Antony, acompañado de la Orquesta del Teatro Real, con Rob Moose como director (habitual en los Johnsons) y el pianista Gael Rakontongrabe, desgranó con delicada firmeza una a una las canciones de sus cuatros discos de estudio y el que grabó en directo «Cut the World» (2012), del que ayer importó los mismos arreglos musicales. Arrancó con «The Rapture» sin dejarse ver, hasta que su fantasmal figura emergió de las sombras con «Christina´s Farm» para abofetearnos con las canciones que escribe sobre nuestras experiencias personales.
En «The Cripple and Starfish» cantaba ayer (o más bien lloraba) Antony «soy muy feliz, así que pégame«, bonita metáfora de un concierto de claroscuros que puso en pie al público en la ovación más larga que yo recuerdo, prácticamente quince minutos largos de pie, donde gritos, vítores, aplausos y emotivos bravos rezaban al nuevo Dios que la música ha construido. Muerte, vida, música. Como bien dice Antony «necesito otro mundo, echaré de menos este, pero necesito otro mundo» aunque con él «todo es nuevo«. No cantó «Hope There´s Someone» esa canción que le acercó al común de los mortales, ni «One Dove» esa otra que atesoramos como himno los que chuleamos de pertenecer a su religión. Pero no hizo falta, Antony puede estar diez minutos en silencio y con eso transmitir más de lo que muchos consiguen con hora y media de estruendoso rugido. Dios (Hegarty) salve a la música.