Beth Gibbons – Lives Outgrown (Domino / Music As Usual)
Si de algo no puede acusarse a Beth Gibbons, es de tomarse las cosas a la ligera. La que fuera cantante de Portishead, una de las bandas básicas para entender la unión entre pop y vanguardia, nunca ha dado un paso en falso. Tal vez por eso, a partir de sus tres primeros trabajos junto a esa banda –Dummy (1994), Portishead (1997) y Roseland NYC Live (1998)- cada vez se fueron espaciando más en el tiempo sus noticias discográficas. Aunque eso sí, cada vez que tenía algo que decir, era un acontecimiento: así fue cuando grabó Out Of Season (2002), junto a Rustin Man, cuando regresó junto a su banda a lomos de Third (2008), o cuando rindió tributo junto a la orquesta sinfónica de Polonia a la sinfonía nº3 de Górecki en 2019.
En todas esas ocasiones, en todas, partió la pana. Y no es una excepción a esa regla este, que puede considerarse, con permiso de sus aventuras con la citada orquesta y Rustin Man, el primer disco enteramente en solitario de la de Exeter. Un disco que, según ha reconocido, se ha gestado durante diez largos años, en los que han sucedido muchas cosas que la han hecho reflexionar profundamente sobre su propia existencia, el hecho de envejecer y, por supuesto, la muerte. Es, por tanto, más que un primer disco en solitario, toda una autobiografía, o un testimonio de vida, más bien, que llega ahora, cuando la cantautora está cerca de cumplir 60 años.
Estas “vidas superadas” -quizá no sólo la suya -que retrata el álbum de Gibbons parten del gran pesar de la existencia ( ahí está ese “Burden of life” que sirve de título a una de las canciones más intensas de esta colección), pero no dejan que eso haga desbordar la desazón por cada surco de este disco. Al menos, no del todo.
Cualquiera lo diría, de hecho, al escuchar “Tell me who you are today”, canción con la que se despereza esta descomunal obra, que adopta aquí el tono lúgubre y apesadumbrado que, sin embargo, irá superando poco a poco, para que la luz de la esperanza no se apague del todo. Los arreglos son opresivos. Cuerdas de guitarra rasgadas con pesadez, percusiones ásperas y casi funerarias, arreglos orquestales más trágicos que dramáticos, y una voz, la de Gibbons, que se dobla y se quiebra para romper nuestra alma y arreglarla una y otra vez.
Como no podía ser de otra manera, Beth compone aquí prácticamente todo, con la ayuda ocasional de Lee Harris (batería de Talk Talk), que también le echa una mano en tareas de producción, igual que el reputado Mark Ford. Entre todos han hecho un trabajo sobrecogedor, de un alcance que va mucho más allá de modas, de estilos, de legendarios pasados en la música. Hay una vocación de trascendencia, pero sin un ápice de pretenciosidad, que se respira a lo largo de todo este trabajo que, tras un inicio especialmente lúgubre, comienza a aportar luz a partir de la extraordinaria -y ya conocida, pues fue uno de los singles de avance- “Floating on a moment”, todo un tour de force con cambios de ritmo, de escenario, sonido épico y capacidad de emocionar, como pocas piezas de música se publicarán a lo largo de este año.
Ese tono entre lo funerario, lo introspectivo, lo doloroso y finalmente, lo esperanzador, va a ser la tónica dominante en un disco que lo da todo: “Burden of life” es sin duda una pieza central de la historia que este álbum quiere contar. Pero la verdad es que el resto no flaquea ni por un segundo. La mayoría piezas largas, aunque sin excederse en minutaje. Cada canción es un universo en sí misma. “Lost changes” aporta la fragilidad acústica del folk pero lentamente se va transformando en algo mucho más complejo. Igual ocurre con la tenebrosa “Rewind”, que nos interna en un bosque oscuro en cuyas profundidades seguimos con “Reaching out”. La escucha es trepidante, es como si nos llevaran de la mano por todos esos lugares oscuros, peligrosos, pero haciéndonos sentir, de forma inverosímil, seguros. No obstante, ahí está “Oceans”, que aporta calma y cierta luminosidad. Parece que empezamos a salir del bosque. Así lo corrobora “For sale”, pieza inquietante pero preciosista que parece continuar en la senda de la anterior, la de salida del bosque, a la cual llegamos con la espectacular “Beyond the sun”. Y no es que en la salida del bosque se esté del todo tranquilo, pero al menos ya no es la oscuridad absoluta. Esos coros magníficos que surgen de repente así lo atestiguan.
Y, por fin, “Whispering love” aporta toda esa carga de esperanza, de serenidad, de luz, que necesitamos para salir del todo de una experiencia intensa como pocas, que es la escucha de este disco. Un trabajo que Beth Gibbons podrá decir que ha tardado diez años en completar, pero que parece la obra de toda una vida. Tal es su magnitud. La expresión obra maestra se inventó para cosas como esta.