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Black Mountain (Gruta ’77) Madrid 07/08/24

En pleno agosto, sin disco a presentar y en el Gruta ’77, una sala tan célebre como, a priori, poco ajustada a la dimensión de esta banda y su expansiva propuesta. Si los fans de Black Mountain, ávidos por lo demás de material nuevo desde 2019, deseaba que sus ídolos sacaran el espíritu rebelde y les sacaran del letargo veraniego con una cita maravillosamente inusual, aquí tenían su oportunidad. Y desde luego no defraudaron: la sala madrileña colgó el cartel de no hay billetes. Normal. No abundan, en estos últimos lustros, bandas de semejantes coordenadas sonoras que hayan consolidado una discografía con tanta riqueza e inspiración.

Sin teloneros, ante un hervidero humano rebosante de expectación y a una hora más tempranera de la habitual en este recinto, el grupo canadiense abrió fuego con la excelsa e impenetrable “Mothers Of The Sun”. Es difícil describir lo que aconteció entonces. Como tal vez la canción que mejor aglutine todas sus virtudes y aristas estilísticas, la irrupción escalonada de los sintetizadores, el soberbio juego vocal de Amber Webber y Stephen McBean y el abrasador riff ejecutado por este último teletransportaron a la audiencia, desde el primer acorde, a otro mundo, a otra dimensión. Resultaba difícil prever semejante engrasamiento, una sintonía tan absoluta entre todos los ingredientes de la banda, con esa especie de retrofuturismo psicodélico que tanto enardece los sentidos como pellizca el corazón, y que podría situarse entre los espectros sonoros de Black Sabbath y Pink Floyd, pero a la vez con extraordinaria inventiva y personalidad. Además, y a diferencia de recientes actuaciones en nuestro país, con una calidad y nitidez de sonido que parecía, por momentos, directamente irreal. Y aunque esto genere más debate, también con una actitud distante y hermética de los componentes, salvo momentos puntuales, que potenciaban el efecto solemne y ensoñador. Mención especial en ese sentido, naturalmente, para Webber, cuya hechizante voz parece venir acompañada por una especie de pugna interior entre la dulzura y la misantropía que la hacen única y, obviamente, insustituible en esta formación. Hay bandas que sonríen demasiado, conviene recordar, pero Black Mountain no es una de ellas. Parecen respirar otro tipo de oxígeno, habitar otra esfera, otro nivel. No descartemos que lo hagan.

La actuación, tras un arranque tan sobrenatural, parecía abocada a descender el nivel y bajar a la tierra, pero mantuvo la contundencia y el poder hipnótico hasta el final. Así, tanto piezas directas como “Florian Saucer Attack” o una apabullante “Wilderness Heart” mezclaron a la perfección con apuestas más lisérgicas y flotantes como “Stormy High” o la imprescindible “Wucan”. La versatilidad de registros y de diferentes estados de trance a los que sumió la banda a su entregada parroquia no tuvieron desperdicio. Tal vez, si nos ponemos rigurosos, podamos señalar un pequeño bache en el enlace de “Cemetery Breeding”, exquisita en estudio pero cuya magia es difícil de capturar sobre las tablas, con “Rollercoaster”, pero pronto la nave volvió a despegar y surcar la galaxia con “Line Them All Up”, uno de sus temas más íntimos y hermosos. Incluso “Future Shade” y “Horns Arising”, del que seguramente sea su álbum más discreto, Destroyer (19), sonaron con admirable mordiente.

La recta final, por su parte, no tuvo desperdicio, con la alucinante atmósfera de “Space To Bakersfield” y el empuje de las primerizas “Druganaut” y “Don’t Run Our Hearts Around”, de Black Mountain (05), un disco tan inagotable como de infinito crecimiento con los años. El éxtasis de los fans de las primeras filas llegó al extremo que incluso surgió un frenético pogo, algo teóricamente poco previsible con esta banda, y que fue el inmejorable remate a un concierto fantástico, uno de los más intachables de lo que llevamos de año. De propina, además, y ya en los aledaños de la sala tras concluir la actuación, Amber nos reveló que están grabando material nuevo, y que probablemente verá la luz el año que viene. Difícil guionizar mejor la velada, en definitiva. Porque puede que varios de los asistentes no salgan de su ciudad en este tórrido mes, pero durante una hora y media, por cortesía de Black Mountain, no dejaron de viajar.

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