Cargar la suerte, el eterno retorno de Calamaro
En la presentación ante la prensa de Cargar la suerte, a editar el próximo 2 de noviembre, Andrés Calamaro recordaba que en 1990 dedicó una canción a Lou Bizarro, “un boxeador que lo más trascendente que hizo fue perder una pelea frente a Roberto Durán ‘Mano de piedra’ pero aguantó casi los quince rounds de pie”. Quizá sin saberlo parecía hablar de su propia figura, todo un superviviente de sí mismo. A finales del siglo pasado, cuando su carrera y su propia vida se transformaron en un huracán tóxico y creativo irrepetible, aguantó de pie, salió vivo de milagro y entregó lo mejor de su amplísima discografía: Alta Suciedad (1997) y Honestidad Brutal (1999) son cimas y referencias del rock en castellano y El Salmón (2000) un puñetazo en la mesa que aún hoy resulta difícil de asimilar sin arquear las cejas.
Desde entonces Andrés nunca se ha ido pero siempre parece que esté volviendo. Tras dos obras menores, asumidas por él mismo como tales (Romaphonic Sessions (2016) y Volumen 11 (2016)), la estrella argentina retorna a la senda de los grandes discos con este Cargar la suerte, título de referencia taurina donde sí parece haber puesto toda la carne en el asador. Citando a Morante de la Puebla comentaba en su encuentro con los medios que “una cosa es pasarse el toro por delante pero otra cosa es torear” y este último retorno es una faena que le deja cerca de la puerta grande.
Las expectativas sobre el álbum, que pudimos escuchar en primicia los presentes, están disparadas. Comparado por la prensa de su país con los citados Alta Suciedad y Honestidad Brutal, tras una primera escucha Cargar la suerte suena poderoso, inspirado y trabajado, más cercano al espíritu del primero cambiando Nueva York por la costa Oeste estadounidense. Grabado en Los Ángeles en solo cuatro días –varios temas aparecen en primera toma- con una selección de magníficos músicos de estudio locales, el álbum suena elegante, unitario aunque variado, perfectamente ensamblado.
La mayoría de sus doce cortes, tantos como asaltos de un combate de boxeo, su última pasión, poseen ese algo intangible que hace tan especial a Calamaro, tanto en la interpretación vocal como en las letras. Cierto que le sobran un par de temas, los más rockeros, que desentonan un tanto con el resto de la remesa y él mismo parece que algo intuye: “lo que veo en el rock y el pop es que las canciones de antorcha, de pogo no suponen una parte tan importante dentro del concierto alternativo. Hay otras sonoridades más acústicas”.
La producción, lujosa y exquisita pero lejos del empalago, potencia sus clásicos medios tiempos luciendo con especial intensidad el sonido brillante de la slide guitar y los metales. Del conjunto sobresalen de primeras algunos temas. “Verdades afiladas”, primer single, suena potente, con buenas guitarras y frases inspiradas marca de la casa –“Voy a olvidarte en cuanto pueda, si no existo a tu lado ya no existo“-. Huele a futuro clásico de su repertorio. “Las rimas”, extraño pero seductor semi-rap, recuerda en su letra a los tiempos del Salmón pero con el trabajo que a aquél le faltó. “Estuvo escrita durante varios meses pensando en la manera de grabarla y se me ocurrió probarla con esta base de balada épica. Pero es un rap” terció Andrés ante la curiosidad que despertó en su primera escucha. “Mi ranchera” comienza sonando a canción de piano-bar pero crece con unos arreglos de cuerdas nunca antes trabajados por AC hasta desembocar en un espectacular final. Por último, “Voy a volver”, la letra más confesional del álbum habla sobre volver a la raíz y al lugar donde se nació (‘Si no me voy no sé volver’ reza).
En resumen, el eterno retorno de Calamaro se salda esta vez con un álbum que, a falta de más escuchas, suena pletórico, con cuerpo, alma y dedicación. “La música es tiempo o aire, llamarlo vibraciones es demasiado frío. La música es un misterio. Pero no soy tan escéptico con la música como lo es el público taurino con los toros”.
Pletórico, como siempre. Su «honestidad» y su lado vulnerable nunca falla…