Crónica Arenal Sound viernes
Fotos: Raisa McCartney
Tendremos algo de masoquistas o a lo mejor es que los nombres que aparecen “camuflados” en el cartel, en los que muy pocos se fijan ni forman grandes colas ante su escenario, nos suelen motivar más que los repetidos primeras espadas a los que se va a ver más por pura inercia que verdadero interés (¡uy!, que no se moleste el público en general, pero ellos se lo pierden). Por eso, y tras la fatídica jornada inicial en la que los elementos humanos y logísticos se unieron en nuestra contra, no eran buenos los ánimos para afrontar otras seis o siete horas de conciertos con la esperanza renovada y la escasa fe que nos queda en el ser humano aflorando en nuestras almas rebeldes. No es que la cosa diera tampoco para mucho, pero al menos lo intentamos de nuevo, ya con la certeza de que nunca se le pueden pedir peras al olmo.
Los murcianos Perro, que han grabado uno de los discos más interesantes del último año, Estudias o Navajas, se toparon con las dificultades habituales de tocar a la hora en que apenas está abierto el recinto y de un público escasamente curioso pero reactivo ante sus descargas de potencia (con dos baterías es fácil sonar así) y el poder de convicción de unas canciones directas entre las que destacan “La reina de Inglaterra” o “Marlotina”, con un teclado especialmente destacable. A esos temas, ya viejos conocidos por los que hemos seguido su aún breve pero interesantísima trayectoria, se unieron los del fenomenal reciente trabajo, con notables momentos en “Ediciones Reptiliano” y la contundente “Olrait”. Lo bueno, si breve, dos veces perro, y a este en especial le han salido los dientes más afilados de lo normal.
Con tanto desconcierto se nos había olvidado que en los dos escenarios mayores es posible alternar una actuación tras otra sin posibilidad de solapamiento. Y también se nos había olvidado lo buenos que son Manel, a los que la barrera idiomática no les impide comunicarse en cualquier latitud y circunstancia. Han grabado tres espléndidos álbumes, y en el más reciente, Atletes Baixin de L’Escenari, optan por profundizar en esa onda folk que les ha hecho grandes y aptos también para compensar el irregular cartel de un festival como el Arenal Sound. Momentos de gran emotividad los que se viven escuchando “El cant dels ocells”, “Boomerang” o la tremenda “La cançó del soldadet”, coronados por otros temas más recientes y que nunca serán hits más que en los oídos de quien sabe escuchar, incluso en medio de la polvareda de media tarde y rodeado de gente en bañador, no la compañía más adecuada para disfrutar de las tesituras de canciones enormes como “Teresa Rampell”, pero nada de eso importa cuando te alegras tanto de encontrarte con estos breves momentos de placer en un programa diseñado bajo premisas tan acomodaticias. Pero no nos pongamos pesimistas, que lo que vino después tampoco estuvo nada mal.
A L.A., la banda-solista salida del corazón de Mallorca para girar hasta por Estados Unidos con relativo éxito, los hemos visto en mejores entornos, pero lograron beneficiarse de la mejora en sonido del escenario Negrita (uno de las pocas cosas positivas del cambio de ubicación, la gran asignatura pendiente del apartado técnico levemente subsanada) para repasar su discografía, empezando por el emocionante “Stop the clocks” y continuando por otro tema que se las trae, “Secrets undone”, hasta dejar claro que las sonoridades de rock americano que transitan en From The City To The Ocean Side no es algo casual sino profundamente sedimentado en su ADN. Sospechábamos que darían uno de los mejores conciertos del festival y así fue, nada ilógico echando un vistazo a lo que aún estaba por venir.
Y no es que no tengamos en cierta estima a unos músicos como los de Kaiser Chiefs, pero la vieja milonga del brit pop y sus falsas leyendas ya nos las sabemos de memoria. Para confirmar que solo tienen un disco bueno, apenas retocan sus himnos “I predict a riot” y “Na na na na na” para que quien pueda los baile otra vez, con un Ricky Wilson más hortera que nunca (la chaqueta rosada debería estar prohibida en cualquier escenario mínimamente entregado al rock) incitando con sus rudos comentarios al despiporre que se supone acompaña a su música en directo e invocando a “Ruby” a unirse a una fiesta que amontonó a más gente de la esperada en el Hawkers Main Stage para contemplar un show idéntico al que ofrecieron la última vez que visitaron Burriana. Si contratas a bandas que no han grabado nada nuevo desde entonces, te expones a que una gran parte del público, entre la que nos contamos, no acabe especialmente interesada en el ¿cabeza de cartel del viernes? Bueno, nos inunda el beneficio de la duda al respecto.
El cupo de jóvenes bandas teóricamente atractivas para el ciudadano medio asistente a festivales lo cubría un cuarteto de Brighton, jovencísimo y voluntarioso, llamado High Tyde, que se inspira en conceptos más elaborados pero igualmente inofensivos como los de Two Door Cinema Club, de los que hablaremos en la siguiente crónica, o Bombay Bicycle Club. Bases de teclado y ritmos pseudo-disco tocados por unos chicos a los que aún falta un hervor e impresionados por ser reclutados para un evento fuera de su propio país por primera vez. Mientras esperamos que los temas repartidos en sus EPs (el más reciente se llama Safe, y es la base de sus bolos actuales) se agrupen en un trabajo con más sustancia, ni disgustan ni impresionan, y en esa tierra de nadie en la que se mueven bandas de sus características puede que radique el futuro más o menos mediocre que les auguramos. Una pena, porque los chavales no lo hacen nada mal.
Lo discutido un poco más arriba acerca de cuáles era realmente el gran nombre de la noche les quedó claro a todos los que abarrotaron el primer escenario poco después de la medianoche para recibir como se merece a una auténtica estrella, y esto, se mire por donde se mire, es una verdad irrefutable. Alaska (u Olvido Gara, o últimamente solo la indolente esposa de ese fantoche mediático llamado Mario Vaquerizo), es historia viva del pop español, y Fangoria, su actual y ya longeva banda, un proyecto muy valioso artísticamente. Ella siempre ha sido una perfecta abanderada de la frivolidad, por eso sale a escena embutida en un traje negro escasamente favorecedor a su ya ajada figura, y se rodea de dos bailarines para coreografiar las aventuras y desventuras del corazón, el temario central también en su última grabación Canciones Para Robot Románticos, con “Geometría polisentimental” como estilete. Con una escenografía trabajada, gran juego de luces y un Nacho Canut de porte adusto en su habitual segundo plano, disparan buenos riffs de guitarras y empiezan recordando tiempos gloriosos con “Mi novio es un zombi” (versión siglo XXI), “Cómo pudiste hacerme esto a mí” (a la mayor gloria de San Carlos Berlanga) y “Perlas ensangrentadas”, sendas joyas de pop sofisticado bañado ahora en trote discotequero para ofrecer un espectáculo impecable. Luego rescatarían “Ni tú ni nadie”, por muy poco afortunados que a algunos se nos hicieran los nuevos arreglos, y acelerarían “Retorciendo palabras” y “No sé qué me das”, otros trallazos imprescindibles para esta y cualquier otra ocasión. La líder indiscutible lo suda a base de bien, y al dúo le sobran canciones y presencia para dar tres conciertos seguidos y poner patas arriba el recinto. Así sí, Alaska, así te perdonamos hasta tus intervenciones alimenticias en los patéticos talent shows que saturan nuestra parrilla televisiva.
Demasiado tarde y demasiado cansancio para disfrutar del cada vez más abigarrado concepto sonoro de Crystal Castles. Ni el cambio de vocalista (Edith Frances todavía debe demostrar que es una digna sucesora para la deliciosa Alice Glass), ni un ajuste de sonido que a esa hora parecía estar tan desconectado de la realidad como el grueso de los sounders) parecían favorecer a unas canciones en principio agradables como “Concrete” o la explosiva “Suffocation”. Da la impresión de que los canadienses han conocido tiempos mejores y no acaban de dar con la tecla definitiva en su aproximación al experimentalismo, además de que su propuesta en según qué contextos puede no ser entendida en la medida que fuera deseable. Tal vez la próxima vez, cuando ya hayamos podido escuchar su nuevo trabajo, que está a punto de publicarse.
El balance definitivo de la séptima edición del Arenal Sound lo haremos al final, para que sean sopesados con mesura los pros y contras. Por ahora, lo mejor que podemos decir es que hemos venido a jugar y divertirnos, y que ha habido más de lo primero que de lo segundo. Si eso es bueno o no, juzgue cada cual.