Depeche Mode – Recinto de Feria Valencia. Pabellón 5. (Valencia)
Asistir a un concierto de Depeche Mode esperando alguna sorpresa es, a estas alturas de su carrera, una ingenuidad. Como lo sería ver por decimoquinta vez “Titanic” esperando que el barco no se hunda, o que al menos DiCaprio se salve. Pero también existe gente (yo soy uno de ellos) que ha visto más de diez veces “Casablanca”, aún a sabiendas de que al final Rick no va a subir al avión. A eso se le llama ser fan, y miles de ellos estuvieron a punto de llenar anoche el Pabellón nº 5 de Feria Valencia para ver a esos grandes supervivientes de los 80 (sin nostalgias: su carrera de los 90 es casi mejor aún) que son Depeche Mode.
La noche no empezó bien: una deficiente señalización de los accesos y la excesiva distancia entre el aparcamiento, la taquilla y el pabellón donde se celebraba el concierto, me impidieron disfrutar del, seguramente, estupendo concierto que dieron los teloneros, el grupo Soulsavers con Mark Lanegan al frente. Lo poco que alcancé a ver fue una banda bastante numerosa para lo que yo esperaba, un Lanegan potente y protagonista, y un par de canciones que se balanceaban entre el gospel intimista y el rock ruidoso. Me pareció que cerraban con “Unbalanced pieces”, aunque no estoy seguro, y enseguida explicaré por qué. Vale la pena prestar atención a su reciente disco, “Broken”.
Y ahora toca hablar del sonido. A alguien se le ocurrió que una banda como Depeche Mode, con un sonido rico en matices electrónicos, sonaría bien en un hangar con paredes de cemento, repleto de pilares laterales, con un techo altísimo y con una acústica que, siendo generoso, me pareció inadecuada. Hacia la mitad del recinto los graves retumbaban de tal manera que, por momentos, aquello se asemejaba más a una discoteca de la ruta del bakalao que a un concierto de una banda prestigiosa. Una pena.
Si obviamos el tema del sonido, Depeche Mode ofrecieron un concierto bastante bueno. Previsible, pero bueno. Incluso muy bueno. Su repertorio es excepcional, por mucho que se empeñen, salvo en contadísimas ocasiones, en no mirar más atrás del Black Celebration. Dave Gahan sigue siendo un gran frontman, y ayer se le veía suelto y con ganas. Las proyecciones de Corbijn sobre la gran pantalla del fondo (esta vez no hubo pantallas laterales), junto a una iluminación que empezó flojilla y mejoró en la segunda mitad del concierto, aportaban aires de gran evento.
Y lo fue. Fieles a su setlist de los últimos conciertos, empezaron desgranando las mejores canciones de su último disco, Sounds of the Universe. Abrieron con “In chains”, que fue recibida con ganas por el público, pero la gente empezó a calentarse de verdad con “Wrong”. No faltó el karaoke multitudinario con “Walking in my shoes”, ni los bailes de Gahan con el micrófono en una “A question of time” que sonó muy potente, casi techno; también tuvieron el (único) recuerdo habitual a “Playing the angel” con “Precious”, para luego atacar “World in my eyes” y “Fly on the windscreen”, dos canciones de clase media pero muy apreciadas por los seguidores de la banda.
Llegó entonces el momento más emotivo de la noche. Dave Gahan desapareció del escenario, y dejó sólo a Martin L. Gore, que se acercó al micrófono y entonó “Sister night” de forma conmovedora, pero que no fue nada al lado del ritual con el que nos desnudó su alma, acompañado sólo por un piano, en “Home”. La gente le interrumpía constantemente con aplausos, mientras Martin sonreía levemente con los ojos iluminados. Sabe que su público le aprecia, le quiere, le mima. Se está convirtiendo en un personaje querido y entrañable, como Keith Richards en los Stones, y ejerce como tal. Mantiene su voz en gran forma, y por momentos parecía un veterano y reputado crooner, en la línea de Richard Hawley. Grande Martin.
A continuación volvió Gahan para, tras un último recuerdo hacia Sounds of the Universe (“Miles away / The truth is”), encarar “Policy of truth” (otra rave multitudinaria), “It’s no good”, “In your room” y la traca final con “I feel you”, “Enjoy the silence” (vale que el público se la sepa, pero me gustaría escuchársela a Dave) y el espectacular cierre con “Never let me down” ante más de doce mil personas entregadas en cuerpo y alma. Baño de multitudes, visita a la pasarela incluida, Fletcher dando sus saltitos habituales animando al público…final apoteósico y rápida salida del escenario.
Pero hubo bises, claro. Otro momentazo Martin Gore con “Dressed in black” (que la gente acabó espontáneamente coreando durante más de un minuto, con Martin emocionado y ejerciendo de director de orquesta con todos nosotros) sirvió de aperitivo para la tripleta final: “Stripped”, “Behind the wheel” y un fin de fiesta que debiera haber sido perfecto con “Personal Jesus”, pero que quedó algo deslucido cuando pararon la canción y comenzaron de nuevo dejando a la gente un poco descolocada, aunque rápidamente el subidón volvió a apoderarse del gentío y acabamos todos dando saltos como locos y cantando a gritos “Reach out and touch faith”.
Así acabó definitivamente el concierto, con la banda (incluidos el batería Christian Eigner, fenomenal, y el teclista de apoyo Peter Gordeno) saludando al borde del escenario y despidiéndose de su público, que salió satisfecho de la horrible nave industrial, contentos por el espectáculo vivido, sin importarles que Rick Blaine, una vez más, no se hubiese subido al avión.