El Hijo – Madrileña (Acuarela)
Abel Hernández se ha mostrado preocupado por desembarazarse de la sombra alargada que le persigue como voz y estandarte melodramático de su extinta banda Migala. Aún estaba presente esa presencia en su hermoso primer Ep, La Piel del oso (05), todavía su mejor referencia para el que escribe, y, a partir de ahí, con ese segundo Ep de versiones Canciones gringas (06) y su puesta de largo con Las otras vidas (07), el cantautor busca una identidad propia alejada del pasado que parecía no conseguida.
Madrileña (10) se justifica como una nueva pirueta valiente al vacío en busca de lograr un lenguaje propio que rompa ya del todo comparaciones o guiños a su, por otra parte, brillantísimo pasado. Sólo parecen mantenerse los, una vez más, acertados arreglos y producción de Raül Fernández (Refree).
El resultado, elogiable en su concepción, bajo mi prisma no logra los objetivos que persigue. Bien es cierto que esa forma de, a la manera de otras denominaciones de origen, idear “la madrileña” me parece un inteligente acierto. Como indica su promo, una suerte de canción melancólica a medio camino entre la tristeza y la alegría.
Es precisamente esa seña de identidad, aderezada con un pop de querencias folkies y tintes psicodélicos, la que queda en muchos casos en tierra de nadie para los oídos demasiado acostumbrados al bagage del madrileño. Temas como “A Belén” o “Los naranjos” –con una forma de cantar liviana que le acerca peligrosamente a referentes del nuevo indie que no nombraré aquí- son los que mejor definen su nueva propuesta.
Ahora bien, es precisamente un tema desnudo, equilibradamente dramático y de una desnudez emparentada con la de clásicos como “El ángel Simón” del maestro Vegas, “Quebradizo y transparente (Madrileña)”, donde El Hijo vuelve a conmover sin esfuerzo. A partir de ese punto de inflexión, el disco gana enteros con el desarrollo de “Por si Charlie Pace no pudo acabarla” y el sosiego en que mece ese final con “Toda la noche nevando”.
Una huida hacia delante que funciona justo cuando mira atrás, hace de Madrileña (10) un disco de tránsito que demanda, para bien o para mal, una futura concreción definitiva.