Emilia, Pardo y Bazán – La Fiesta Que Me Prometiste (Lunar Discos)
Recibir nuevas noticias de una de esas bandas a las que sigues y de las que disfrutas, en la misma medida en que el grueso del público potencial ignora, siempre es motivo de alegría. Sobre todo si, como en el caso que nos ocupa, se trata de escuchar canciones con vocación de hit, inundadas de pop irónico, grabado y escrito con el desencanto propio de una generación que ve cómo se queda (nos quedamos) sin referentes.
El costumbrismo habitual en la anterior entrega de los talaveranos Emilia, Pardo y Bazán se ve aquí ampliado y matizado por la producción del mítico Carlos Hernández, que les da lo mismo que recibe: Frescura y lecturas incendiarias de una realidad que va más allá de la crudeza de algunas letras. Entre la conjunción de guitarras, teclados y melancolía melódica se cuela un demoledor sentido del humor que no es sino el escudo de la resiliencia necesaria para entender el espíritu autodestructivo del ser humano. Porque sí, a todo eso aluden las canciones de La Fiesta Que Me Prometiste, un disco orgánico y sentimental, que desde la avanzadilla radiante de “Electrodomésticos” busca situar al grupo en un espacio común entre la conciencia social y la asunción de las pequeñas derrotas cotidianas.
Para lo primero componen “30 metros”, y bailan sobre su propia impotencia, y de lo segundo hablan con conocimiento de causa en “Preocúpate mañana”, con el hedonismo en clave latina como descripción de una euforia de usar y tirar totalmente intrascendente e incluso devastadora, como cuando en “De rodillas” –inspirada en la combatividad de la carrera reciente de Nacho Vegas– despliegan una amplia carga poética, o en los besos tristes de “No merece la pena”, puede que una de sus canciones más definitivas hasta la fecha. En el universo pop de la banda subyace una resignación indeleble al paso del tiempo y unas atmósferas etéreas que en “Nube Kinton” y “No es que no quiera despertar”, especialmente en el tema de cierre, adquieren matices lisérgicos y una distorsión inesperada. Igualmente sorpresivo puede resultar el tono fronterizo y nostálgico de “Esos mensajes (Dream rumba)” o el latido punk de “Qatar 22”, su acercamiento personal a las connotaciones extradeportivas del dichoso evento, con otra ración de corazones en stand by y una vuelta de tuerca a un mundo en el que falta la delicadeza necesaria para hacer el amor en lugar de follar y lucidez para sopesar las virtudes de una resaca dominical. En ese mundo ellos viajan de El Palmar a Los Caños (“Me derretía”) para contarnos una road movie de dudoso final feliz y practican la autoficción para que sepamos lo necesarias que son bandas como esta. Humildad, convicción y clarividencia. Virtudes o defectos, según se mire, que los pueden situar a un lado u otro de la nueva escena pop de nuestro país. La justicia, ya se sabe, nunca hará lo que debe.