ConciertosCrónicas

Flamin’ Go! Beach Festival (Camping Los Escullos, Cabo de Gata) 6 Y 7.5.23

La experiencia es un grado. O eso dicen. A frases tan manidas siempre se le deben buscar algunas vueltas, aunque solo sea por dudar de lo establecido y establecer dudas propias. Lo que sí es indudable es que, por encima de certezas y vacilaciones, es toda una experiencia asistir a festivales que desde su propio nacimiento llevan implícita la semilla de la diferencia, el sello propio y la marca de fábrica que lo convierten en un evento único y alejado de cualquier estándar al uso. La fiesta y el entorno que la alberga tienen mucho que ver, sí, pero es la organización y la forma de entender la música, convirtiéndola en esencia y no en excusa, lo que marca la pauta, e incluso la pausa, de un acontecimiento que pasa a celebrar una edición única y a marcar el mes de mayo, justo a mitad de una primavera inesperadamente infernal, como el principio de todo. Un principio con entidad propia, distinto y distintivo, repleto de razones para no perderse ni un solo detalle. Y eso que esta vez, impedido por la propia logística y las circunstancias de la geografía, hubo quien, como el que suscribe, no tuvo más remedio que desistir del disfrute nocturno de la jornada inaugural, en la que unos franceses de nombre Les Kitschenette’s y espíritu deliciosamente retro encendieron la mecha de todo lo que vendría después. Fue mucho, y bueno, bonito y barato. A los precios de los abonos, agotados desde días antes del comienzo, y a las magníficas condiciones de los bungalows del camping de Los Escullos me remito. Pequeño paraíso, casi un oasis me atrevería a decir, entre el desierto y el mar que conforman la impresionante orografía de Cabo de Gata, la belleza más preciada de la provincia de Almería.

Tuvieron que llegar las perjudicadas mentes y el desaliñado a conciencia aspecto de las inefables Jennys de Arroyoculebro para que el jolgorio empezara a salpicar la piscina del camping y la cerveza empezara a correr por las venas con el brío requerido. La proyección previa del documental que les sirve como perfecto retrato, en el que entre anécdotas narradas por amigos y cómplices (Eva, baterista de la banda, fue alumna del mismísimo Loza, maestro total a las percusiones de Los Coronas y Corizonas, entre otros) e imágenes de conciertos grabadas con más libre albedrío que pericia técnica destaca aquella ocasión en la que llamaron “Dylan de mierda” a alguien con ganas de gresca, despertó cierto interés entre aquellos que hasta ahora confundíamos su nombre con el de algunas monologuistas invitadas a última hora para amenizar el cotarro. Y algo de eso hay, ya que en su concepto musical no tienen cabida más que pequeñas ráfagas de punk de salón, riffs desafinados y concluyentes muestras de su capacidad de entertainers en constante interacción con el público, siempre con la anarquía como fuente de inspiración y una sensación de indolencia ante lo que cantan y tocan que te lleva a conectar hasta el hígado con ellas. Y con él, porque el espectáculo de pelucas, looks imposibles y sobre todo mucho brillo tiene en su único miembro masculino la principal razón de ser. “Somos las Jennys”, pertinente presentación, “Cariño, tú eres mi baby”, “Voy a coser tus venas con mi nombre” y la inenarrable versión de la “Caperucita feroz” de la Orquesta Mondragón son algunos de los pequeños episodios de despendole que escenifican sin el menor complejo. El virtuosismo les queda muy lejos, y tampoco entraba en sus planes.

Otra cosa, no menos importante, es lo que hacen Los Chill, la banda incorporada a última hora tras la suspensión de la gira internacional de Lost Cat, una sustitución que los duchos en estas lides del garage rock no acabaron de ver con buenos ojos. Hasta que los vieron y escucharon, claro, porque estos madrileños de adopción provenientes de Burgos no solo tienen canciones, actitud y look a rabiar, sino que están sobradamente preparados, pese a su escasa aportación discográfica hasta el momento, para pisar muy dignamente cualquier escenario del gremio. Su visión es mucho más completa y van más allá del arrebato punk rock característico, al aderezar sus canciones con un poso sixty que los acerca a un clasicismo que aún debe explotar en temas mejor acabados. No por ello dejan de ser apreciables buenas explosiones de glam como “Mash it up”, “Treat me like a reptile”, “Disco kid” (el tema con el que están empezando a crecer), “Let’s dance”, “Burning” o “Space boys”, todo destinado a ser bailado y disfrutado de principio a fin de un concierto que pasó como un suspiro, disipando otra de las principales dudas del día. Un segundo capítulo saldado con un cliffhanger provocativo de nuevas y excitantes experiencias en directo.

El tramo de más responsabilidad, por aquello del casi obligado descanso que algunos decidimos obviar y el tiempo de transición para el baile marcado por el cualificadísimo equipo de djs, recayó en los barceloneses Prison Affair, seguramente la banda más bestia salida de la ciudad condal durante las últimas generaciones afines al punk. Disfrutan de cierto predicamento en la escena, lo que les ha llevado a actuar en USA, en festivales y eventos de los que no aparecen en los medios ni por desgracia reflejan la realidad de unos músicos entregados a una causa que consideran noble desde que empezaron a grabar Demo I, continuada por otra breve Demo II, y prácticamente vomitada en la metralleta de decibelios encerrada en “Masturbation”, “Entre barrotes”, “Encerrado contigo”, “El motín”, “La fuga” y otros contextos carcelarios en los que se mueven a la perfección desde su propio nombre grupal. Tanto es así que hasta un título que podría sonar ambiguo, como “New kid on the block”, remite también a una estética concreta de la que no quieren dejar de sentirse integrantes. Pese a su evidente personalidad, el principal matiz es lo plano de su propuesta, sin una canción clara a la que aferrarse como estandarte y una linealidad que mucho me temo no les valdrá para distinguirse del grueso de bandas afines que se pasean por este tipo de escenarios viéndole las orejas al lobo del futuro artístico.

Con un sol en plena retirada, que nunca llegó a abrasar del todo pero que tampoco dio tregua en ningún momento, se presentaron The Covids, probablemente la banda más esperada del fin de semana, más que nada por el prestigio acumulado a través de su amplio recorrido en giras europeas recientes. Pasaban los holandeses por el Flamin’ Go! Beach como quien decide hacer una parada en la playa más cercana y de paso descargar adrenalina tocando unas cuantas de sus últimas y no tan últimas canciones. Tampoco es que inventen la rueda, algo que a estas alturas nadie espera, pero comprobar cómo funcionan en directo salvajadas como “Bust to bits”, “Night tight”, “Get up”, “Gone” y “Jenny’s side”. Sonido sencillamente arrollador, acercamiento masivo al escenario y base potente en hits ocultos del calibre de “Certified (do it)”. Decir que arrasaron con todo sería quedarse corto, aunque a esas alturas muchos ya estábamos más que receptivos a cualquier guitarra que invadiera nuestro espacio vital y mental. Después, más sesiones de boogaloo, rhythm and blues, rockabilly, fuzz, tex mex y todo lo que pasara por la imaginación de los pinchadiscos, benditos seres venidos a la tierra prometida para recordarnos que el motor de nuestra presencia allí era y será siempre la pura diversión.

A medio camino se quedaron los valencianos Finale, tocando varios palos sin atinar a fijar una dirección concreta. La fuerza de voluntad, su elogiable ímpetu y lo válido de algunos temas como “Visión de futuro” o “Vas a morir” sí fueron suficientes, sin embargo, para finiquitar la jornada de manera expeditiva. Era fácil, ya ha quedado dicho, llegar a cierto tramo horario con la música y la alegría bien metidas en las venas, y cualquier intento mínimamente voluntarioso habría sido bienvenido. Estos jovencísimos músicos de incipiente carrera y claras intenciones lúdicas lo sabían, y se apresuraron a demostrarlo con la misma voluntad con la que los demás decidimos continuar la fiesta por otros derroteros igualmente apropiados para la ocasión. Pero solo lo justo para poder apreciar al día siguiente la que, con todos los respetos para las que hicieron del sábado un día para enmarcar, colmó la jornada dominical de buenos propósitos y mejores atmósferas musicales.

Yo Diablo, vecinos de los anteriores pero en las antípodas de su concepto, heredan, agrandan y perpetúan la herencia que ya han dejado en la tradición del blues pantanoso nuestros admirados Guadalupe Plata. Estos se giran hacia una visión más amable, con más aristas y tal vez menos académica que la de los ubetenses, en la que tienen cabida los aires caribeños de “Cumbia infierno (si verias)” o “Bolero”, a la vez que conexione evidentes con los maestros en “Serpiente” o “Solo”. Es un dúo de guitarra y batería tan completo que hasta se atrevieron a ponerle banda sonora a una cinta de culto, rodada a principios de los años veinte por un tal Benjamin Christensen y que contaba la historia de la brujería a través de imágenes perturbadoras titulada Häxan, La Brujería A Través De Los Tiempos. Y no solo eso, sino que además editaron un vinilo de muy difícil catalogación como testimonio de la experiencia. Si este tipo de músicos no son necesarios en los tiempos que corren, que baje dios –o el diablo- y lo vea. “¡Fuego, miedo, ajo y balas!”, como reza uno de sus títulos, podrían ser sustantivos ideales para describir el último y más interesante concierto del festival.

Más vale apostarlo todo a una carta que prorratear la inversión en varias con el riesgo que ello puede suponer. Esa debería ser la máxima a partir de ahora que guíe las próximas ediciones del Flamin’ Go! Beach, un festival de perfil bajo y prestaciones elevadas no apto para almas cándidas ni espíritus pacatos que no tengan la menor intención de adentrarse en una jungla de sonidos y momentos que perdurarán en su recuerdo durante varios meses. Justo hasta que el próximo evento nos haga que se agolpen los recuerdos e intente restar importancia al presente, ese en el que echamos ancla para que dentro de un año se vuelva a convertir en pasado esplendoroso. El futuro, mientras tanto, tendrá que esperar.

 

 

 

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