Freedonia – Loco Club (Valencia)
Un huracán de soul, funk, sudor, dignidad y ansias de libertad barrió anoche el Loco Club de Valencia. Freedonia venían a presentar su último álbum, Dignity and Freedom (Sweet Records, 2014), y lo primero que sorprendió fue ver a nada menos que ocho músicos sobre el escenario: guitarra, bajo, batería, teclado y sección de metales. En estos tiempos que corren, donde muchos artistas tienen que realizar conciertos acústicos por el coste que conlleva girar con banda, es todo un lujo encontrarse al abrirse el telón (literalmente, la presentación fue teatral en el mejor sentido de la palabra) casi una orquesta completa: Álex Fernández (saxo tenor), David Charro (saxo barítono), Israel Carmona (trombón), Roberto García (piano), Luis Soler (trompeta), Isra Checa (batería), Ángel Pastor (guitarra) y Fran Panadero (bajo). Juntos atacaron un instrumental que sirvió para ir calentando el ambiente, con el bajista como impecable maestro de ceremonias. En plena ebullición de lo que parecía una jam session de los Booker T. and the Mg`s, creo que fue Luis Soler fue David Charro quien se acercó al micro para avisarnos de la salida de la fiera enjaulada.
Entonces apareció Maika Sitté, moviéndose frenéticamente al ritmo de la música, y tras unirse a una fiesta que ya había empezado sin ella sólo necesitó un par de gestos, un chorro de voz alucinante y un increíble carisma sobre las tablas para convertirse en la reina del baile. Literalmente, otra vez, porque prácticamente no dejo de bailar en toda la primera mitad del concierto con unos movimientos que oscilaban entre lo sinuoso, lo espasmódico, lo robótico y lo salvaje. El calor del momento me llevó a decidir que Maika Sitté encarnaba algo así como la suma de los movimientos de Tina Turner con la voz de Aretha Franklin. Quien crea que exagero sólo tiene que acercarse a alguno de sus próximos conciertos, o preguntar a los que han estado en los anteriores. Aullidos de aprobación, excitación y emoción brotaban de la platea a cada movimiento de la cantante, pero también cada vez que exhibía sus portentosas cualidades vocales.
El arranque con «Dignity and freedom» y «Livin`on» fue a lo grande, parecía muy difícil superar aquello, y que la banda y sobre todo Maika aguantaran a ese nivel de entrega bajo el calor sofocante de los focos y vestidos (ellos) de riguroso traje y corbata. Pero no sólo aguantaron, sino que se iban superando según pasaban las canciones. Las invitaciones al público a corear, cantar y bailar eran constantes, y pese al llenazo de la sala y el calor lo cierto es que casi todo el mundo aceptó la apuesta. En realidad era difícil resistirse a una demostración de ritmo y de dominio del escenario como la que estábamos presenciando. Alternando temas más bailables con otros lentos pero no menos incendiarios, y también mezclando las canciones del nuevo disco con los de su debut homónimo, hacia la mitad del concierto Maika desapareció del escenario bañada en sudor, dejando a la banda a cargo de un interludio instrumental que sirvió para presentar «The avenger», del nuevo álbum y para recordar alguna pieza antigua, así como para que los músicos pudieran lucir sus visibles cualidades con sus respectivos instrumentos. En contra de lo que pudiera pensarse, estos tres o cuatro temas instrumentales no rebajaron el nivel de adrenalina del público ni cortaron el ritmo del concierto. Parecía imposible, porque no sabíamos hasta dónde podíamos aguantar unos y otros, pero aquello seguía in crescendo.
Con la vuelta de Maika al escenario encaramos la cuesta final. Algo más comedida al inicio, supongo que deseando guardar fuerzas para aguantar hasta el final, de nuevo alternamos espléndidos pelotazos funk («I don`t need you», que podrían haber firmado los mismísimos Jackson 5) con baladas de soul ardiente («Now you`re loving me», su tributo a Sam Cooke). Rápidamente llegaron nuevos bailes convulsivos, apelaciones al público, coreografías improvisadas que media sala seguía con deleite, defensas de la libertad, de la dignidad y de la clase trabajadora, y un final brutal con «The time has come».
Un final que, lógicamente, no fue tal. La gente no estaba dispuesta a dejarles escapar de manera tan abrupta, así que pidió un bis que, como era de esperar, fue concedido. Y vaya bis… Primero, una versión del «Don`t let me be misunderstood», presentada por Maika como una versión de los Animals (gritos del público) y de Nina Simone (muchos más gritos). Encajada dentro del estilo Freedonia, con cierto espacio para la improvisación, me pareció uno de los mejores momentos de la noche. Sobre todo porque, como me suele ocurrir en estas ocasiones, me emocioné viendo como jóvenes que no creo que superaran los 30 coreaban la canción como si fuera el más reciente éxito de la radiofórmula. Hay esperanza, queridos lectores. El amor a la música no tiene edad, y si no que se lo pregunten a una pareja que bailaba frenéticamente delante de mí y que seguro que superaban la cincuentena holgadamente. Semejante abánico de edades me lleva a ser optimista, y a pensar que la música en directo no morirá jamás mientras haya bandas como Freedonia.
Para el segundo tema del bis Maika y los suyos se habían guardado la carta ganadora de «Shake your body», perteneciente a su nuevo álbum. Si en disco ya resulta abrumadora, qué decir de su versión en vivo… Extenuante, sobrehumana y no sé qué más adjetivos añadir. Parecía que no podía haber final mejor para el concierto, pero lo hubo. «Beggin`you», otra colosal y arrebatada balada soul que la banda publicó como single en 2013, justo a medio camino entre su debut y su reciente continuación en formato largo, cerró el concierto con Maika dejándose la voz, el cuerpo y el alma en la canción: gritaba, aullaba, se dejaba caer al suelo, se levantaba poco a poco, bailaba, paraba, seguía gritando, sacaba una voz de las profundidades de su pecho que intimidaba y enardecía al público… La reencarnación en femenino de James Brown. Sólo le faltó que alguien de la banda la ayudara a levantarse, le pusiera una capa al cuello y la llevara poco a poco, tambaleante, al camerino. Pero no ocurrió así, por supuesto. Al final de la canción el fénix renace de sus cenizas y vuelve a convertirse en la imponente dueña del escenario. Final apoteósico, sublime. Luego llegaron las despedidas, los agradecimientos, los músicos al borde de la tarima abrazados y saludando al público y el clamor de la gente, agradeciendo a su vez su entrega, profesionalidad y saber hacer. La impresión es que todos disfrutamos, y a eso es a lo que se debería ir a un concierto: a disfrutar. Objetivo cumplido, pues.