Ginebras (Sala Impala) Córdoba 10/2/24
El porqué del éxito y el calado popular de algunas bandas no suele ser sino el reflejo de su esencia misma. Y esto que podría leerse como un eslogan filosófico-musical en desuso, no suele ser sino la constatación de una verdad universal plasmada en mil y un ejemplos que no es el caso traer a colación ahora. Sólo hay un modo de descubrir el misterio, y por norma general la revelación tiene lugar después de ver y escuchar en vivo lo que anteriormente sólo se había colado a medias por tus oídos, a menudo condicionados por actitudes, prejuicios o simplemente desidia por todo aquello que no se ajuste a unas coordenadas establecidas de antemano de forma más absurda que lógica. El porqué del éxito de un cuarteto de pop sin ambages ni complejos como Ginebras pasa por su inmediatez y sobre todo su capacidad de comunicación, además de una probada empatía con un grueso de audiencia que a veces parece atraído por su punk pop de salón y otras por la mera curiosidad que despiertan las canciones hechas por cuatro chicas jóvenes, de apariencia lúdica y fondo sincero, que al fin y al cabo deben ser las principales razones para acercarse a ellas con un mínimo de interés.
Ginebras, el grupo formado por Magüi Berto (voz, guitarras y personalidad pura), Sandra Sabater (ídem, aunque habría que añadir imagen rompedora y descaro escénico), Raquel López (bajo, guitarra ocasional y espíritu transgresor) y Juls Acosta (batería y falsa discreción en vena), llegaba a la sala Impala de Córdoba recién estrenado el tour de presentación de ¿Quién es Billy Max?, un segundo disco que continúa la senda iniciada con Ya Dormiré Cuando Me Muera, el álbum que las dio a conocer hace apenas cuatro años. Era el segundo concierto de este año y ellas mismas reconocían cierto nerviosismo al inicio, justo después de que la discotequera intro las presentara en el escenario con una brutal “Alex Turner”, el particular homenaje a uno de sus ídolos, referente básico para al menos dos generaciones que lo siguen venerando y perdonándole recientes pasadas de vuelta. Hay que reconocer que la pegada del tema con el que rompen el fuego y la de otras como la que sitúa al tal “Billy Max” en el centro de su melodía, “En bolas” o “Todas mis ex tienen novio”, con la que declaran abiertamente su sexualidad con un costumbrismo envidiable, se hace mucho mayor en las distancias cortas, cuando las cuerdas aprenden a rugir como no lo hacen en el estudio y “Desastre de persona” transforma el pop chicle en el que son expertas en una encantadora canción de guitarras. Cuando intentan salirse del guión, algo loable en cualquier caso, tienden la intrascendencia en temas como “Qué gozadita” o “Rapapá”, destinadas al baile sin más excusa que la de una excursioncita tropical por parajes que ojalá sepan controlar en breve. Nada que enturbie la divertida consistencia de “Crystal Fighters” –otra vez su educación musical a escena-, “Lunes negro”, “Chico pum” o la infalible dupla formada por “Cosas moradas” y “Con altura”, ya pequeños clásicos en sus conciertos, con cierto nivel de riesgo en esta última, mención lateral a esa artista universal que parece haber venido a la tierra a salvarnos de toda mediocridad musical. Adviértase el comentario como pura ironía y concesión a un repertorio bien lleno de momentos de comunión con el fan más entregado. A ese respecto funcionan a la perfección “Filtro Valencia”, “Metro de Madrid informa” y la otra combinación ganadora: “Vintage” y “6 a.m.”, en las que se resignan y a la vez se enorgullecen de pertenecer a la clase media y sus cuitas que parecen ser las destinatarias de sus no tan inocentes dardos.
El capítulo baladístico queda cubierto con la sentida “Muchas gracias por venir”, una inocente capitulación ante todo lo bueno que han vivido, grabación en los míticos Abbey Road por medio (ojo al dato, aún casi increíble para las propias afortunadas), y el retorno a territorio conocido con una “Ansiedad” a la que a veces nadie sabe cómo dar esquinazo, y “La ciudad huele a sudor”, justo antes de despedirse con Magüi al piano y transformando los supuestos bises en el éxtasis correspondiente cantándoles a sus queridos “Paco y Carmela” y acordándose del tema que las puso en boca de muchos, “La típica canción”, el preludio de todo lo que vendría después. Después, el baño de complicidad con el público y el agradecimiento mutuo por una noche en la que básicamente redescubrimos el lado más festivo de la música popular hecha hoy en nuestro país. Y la experiencia nos gustó más que la penúltima vez, lo cual es la prueba definitiva de que las orejas, a cierta edad, también están hechas para esto.
Foto Ginebras: JJ Caballero