Conciertos

God Is An Astronaut + Jardín de la Croix – Sala Copérnico (Madrid)

El pasado martes en Madrid se aunó en una misma velada una doble apelación no tan fácil de lograr: al corazón (God is an Astronaut) y al cerebro (Jardín de la Croix). Y eso fue posible porque ambas bandas cuentan con la capacidad de tocar la fibra y estimular ambos órganos -cada una en su propuesta- con extrema facilidad y pulso firme.
Abrieron fuego Jardín de la Croix. Su math rock virtuoso y contundente convenció desde el primer momento. Siendo especialmente agradecido este estilo para ser digerido en directo, la batería de ritmos y contratiempos trepidantes aunó eficacia y técnica. Es muy posible que sea la propuesta de rock instrumental más excitante de nuestro país junto a Toundra hoy día.

Esta era la tercera vez que veía a God is an astronaut en directo. Con cada disco desde el homónimo les he ido disfrutando a su paso por España. Presentaban en esta ocasión Origins (13), un trabajo de tremendo poder evocador y sensibilidad, con dosis moderadas de electricidad desbocada y tintes electrónicos.

Quizá lo que más llame la atención de primeras sea el uso distorsionado de la voz a las maneras que hicieron Mogwai desde su Happy songs for happy people (03), detalle éste que les remite en parte a los escoceses, pero que no debiera despistar y dejar pasar por alto las virtudes de un trabajo notable.

Confiados en el potencial de éste, abrieron el concierto con la bellísima expansión de «Weightless», su tema más delicado y maravilloso. Sonó estupendo y fue el mejor momento de Origins junto a la solemnidad de «The last march», el riff demoledor de «Calistoga» y, ya en el bis, la abrasión desatada de «Red moon lagoon».
Sus miradas al pasado se centraron en su obra magna, All is violent, all is bright (05), del que no faltaron temas inmortales como «Fragile», «Forever lost», «Fire flies and empty skies» o la reserva para el bis de «Suicide by a star». Sin embargo, el mejor momento de ese tratado imponente de post rock  fue la durísima revisión de su tema titular.
Entre las novedades que traían los irlandeses en vivo, cabe indicar la de un guitarrista de apoyo, lo que conseguía que, en algunas partes más intensas donde el teclista aferraba también las seis cuerdas, las canciones ganaran en cuerpo sustentadas por tres guitarras.
Para terminar, destacar la tremenda entrega demostrada por la banda, especialmente por la figura incombustible y fiera de un Torsten Kinsella en perfecta comunión con los fans más enfervorecidos de las primeras filas, alcanzando el cénit en otros dos rescates apoteósicos como lo fueron «Echoes» y un final convertido en una celebración orgiástica como pocas se recuerdan este año con «Route 666».

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