Greg Dulli & Mark Lanegan – Teatro Calderón (Madrid)
Los dos mitos protagonistas de la noche, a diferencia de lo que ocurría hace años, se han aficionado a pisar nuestras latitudes. Eso nos ha hecho disfrutar en menos de un año de dos visitas de su última sociedad nocturna y brumosa, The Gutter Twins. Pero este no iba a ser otro concierto cualquiera que añadir del proyecto, así nos lo vendieron y así, esperanzados, pensábamos que iba a ser.
Y no nos equivocamos, pese a esperar algo más musicalmente que ver a los dos colosos acompañados del tremendo guitarrista Dave Rosser aportando su visión más acústica. Y, entiéndanme, no es que eso sea moco de pavo, pero a estos señores siempre les pedimos mucho; no hubiera estado de más enriquecer la “velada especial” con coristas, instrumentistas de cuerda o matices rítmicos con bajo o batería.
A mi escepticismo, afortunadamente inicial, no ayudó un arranque con tres temas consecutivos de Saturnalia que desnudos evidenciaban estar muy lejos de la presencia de los temas escritos a lo largo de sus respectivas carreras años ha. Así, tras “The Body”, “God’s Children” –raquítica en acústico- y “The Stations”, valiente resultó defenderla desprovista de cuerdas, con la primera incursión de Dulli a los teclados, “We have met before”que mejoró la tendencia del show, pese, hasta ese momento, parecer simple y llanamente un concierto más de Gutter Twins.
Los primeros momentos para lucirse la garganta de lija por antonomasia de los noventa Mark Lanegan, tampoco se salieron una micra del guión: “Creeping coastline of lights” y “Resurrection song”, simplemente correctas en este formato y tocadas hasta la saciedad por el otrora vocalista de Screming Trees. Otra cosa fue la llegada de “Twilight kid”, esa ensoñadora tarjeta de presentación que abría el debut de Twilight Singers. Ahí ya sí. El magnetismo y la clase del capo de negro asociado con Lucifer envolvió en seda y humedad el ambiente. Cima de la noche para Dulli, junto al rescate de “Summer’s Kiss”, joya de ese tratado de culpa y engaño que fue el magno Black Love de los insustituibles hasta el fin de los días The Afghan Whigs. Estos destellos justificaron de sobra la noche: nuestros arcaicos rasguños se abrieron cual surcos insondables.
Mark Lanegan no podía quedar rezagado y con una forma de cantar sobresaliente, y hasta sonriendo puntualmente, sacó por fin la chistera al recuperar bellas estampas semejantes a viejos triciclos de desván como “Sunrise” o “The river rise”.
Y, claro, hubo momento para versionar. A destacar “Tennesse Waltz” (Redd Stewart & Pee Wee King), con Rosser desatado a las voces tras el esplendido trabajo a los coros realizado toda la noche y esa nana para seguir en nuestro limbo particular que es “All i have to do is dream” de Everly Brothers.