I Like Festival – Teatro de la Axería (Córdoba)
Buen nombre para un festival que pasa como pasan las cosas sin demasiada importancia, las que te dejan un poso de alegría con la fugacidad de las noches de primavera. Toques poéticos aparte, la arriesgada apuesta que supone organizar un evento de estas características es cuanto menos loable, y aún no sabemos si entenderla como complemento al ajetreado mayo cordobés y en concreto al fin de semana de mayor afluencia a sus múltiples celebraciones o como precisamente lo contrario, algo así como un oasis de música en directo que brille como un oasis en el caldeado, más que cálido, ambiente de altavoces saturados y despreocupación etílica que preside por unos días las calles de una de las ciudades más apasionantes del mundo, y perdonen la reivindicación.
Como esto no es una página sobre curiosidades turísticas ni mucho menos otra sobre escapadas vacacionales, vayamos al meollo del asunto, que no es otro que el de siempre: la música y sus circunstancias. Las de esta tarde no eran las más adecuadas, por las razones ya expuestas, para que el monumental Teatro de la Axerquía abarrotara sus gradas, pero en estos casos siempre es menester cerrar el párrafo correspondiente con un «al menos lo intentamos». Allí estuvimos desde primera hora, cuando todavía el sol se empeñaba en demorar su retirada, para ver (casi en familia, pues la mayoría prefería pasar las horas previas a los teóricos platos fuertes de la noche bailando sevillanas o gastando sus últimos euros en los saraos callejeros) cómo los madrileños Jack Knife lidiaban con una perezosa audiencia en la difícil tarea de presentar sus canciones, aún balbuceantes en algunos casos a la espera de la grabación de un disco largo que los consolide, y demostrar que el pop británico, fundamentalmente, ha hecho mella en la educación musical de un cuarteto que no impresiona en directo pero tampoco hacen que te preguntes por qué has entrado al recinto tan pronto. «Stranded» y «Hey girl» parecen lo más sólido de su último EP (el primero lo editaron en 2009), en el que también se tiran a la piscina del garage y anticipan algunos buenos momentos si la suerte les acompaña en el proceloso mundo discográfico actual. Breves, directos y conscientes de que les había tocado abrir fuego con la munición menos adecuada. Anotamos su nombre y lo incorporamos a nuestra carpeta de deberes por hacer. Mejor dicho, por escuchar.
No sé si lo de compartir equipo obedecería a razones económicas, logísticas o algún acuerdo previo con las bandas, pero a los murcianos Analogic, una banda con muy buenas canciones y gran actitud en directo, no les benefició demasiado el sonido ni, una vez más, el horario (tocaron justo cuando el «clan Supersubmarina» empezaba a tomar posesión del graderío, pancartas, camisetas y fervor pseudo- adolescente incluidos). Ello no fue obstáculo para que se esforzaran en que pelotazos como «Gliese 181C» y «Red room» sonaran lo mejor que podían hacerlo, con el tinte indie dance que requieren y esos sonidos sintetizados que son su mejor característica. Si llegaban con tan buenas referencias y con la vitola de ganadores de más de un prestigioso premio es evidente que merecían mejor trato, y en ocasiones más propicias no dudaría de su capacidad para poner en pie a cualquier público reticente. Para eso, obviamente, necesitan algo que a sus sucesores en el escenario no les falla por el momento: una buena promoción.
Supersubmarina no son una banda de excelentes instrumentistas, ni aspiran a serlo. Omnipresentes en el cada vez más estrecho cartel festivalero nacional, últimamente parecen diseñar su repertorio en base a eso. Saben perfectamente cuáles son sus mejores bazas, y juegan con la ambivalencia de haberse convertido en parte, y a su pesar, en una especie de grupo-para-adolescentes-indies y su propia evolución como músicos, que no ha sido poca en los últimos años, todo hay que decirlo. Aunque sus conciertos se hagan previsibles y sepas, si es que los has visto más de tres veces en el último año como un servidor, que no te van a sorprender en absoluto, aprecias cierta intención de progresar, un ánimo por no estancarse y desde luego un compromiso total con su propuesta. Su disco del año pasado, el irregular «Santacruz», da el suficiente juego como para que «Hermética», «En mis venas», «De las dudas infinitas» o «Para dormir cuando no estés», el medio tiempo con el que siguen abriendo sus actuaciones, continúen vertebrando un repertorio que se completa con otros himnos como «Cientocero», «Ana», «Supersubmarina» u «Ola de calor». Todo muy escuchado, muy disfrutado, muy bailado y muy coreado, puede que demasiado para algunos. Una banda que cuajó hace tiempo y cuyos mejores momentos aún están por llegar, de no derivar hacia lo que su imagen apunta en ocasiones. Sin duda, el triunfo no anunciado de la noche.
Y lo digo no porque fuese inesperado, sino porque la banda que los organizadores habían reservado para el fin de fiesta parecía, y de hecho así nos lo parece, la idónea en muchos sentidos: disco recién publicado, vocalista local (la enorme Nita, una artista en toda la acepción de la palabra), formación ampliada y espectáculo audiovisual de primera categoría. Así se presentan en su nueva gira Fuel Fandango, una banda que confieso no me cautivó en primeras escuchas a la que empecé a admirar sin condiciones tras el impacto de su directo, con un Ale Acosta menguado en facultades por un inoportuno accidente que mantiene su mano izquierda escayolada y la voz sencillamente perfecta de una cantante que, pese a su menuda anatomía, llena el escenario con su sola presencia. La banda presentaba a su nuevo bajista, Alberto Rodrigo, habitual del círculo de Christina Rosenvinge y Russian Red, y al guitarrista Jordi Arranz, incorporado ocasionalmente hasta que el titular recupere movilidad en sus dedos. Ello significó que su sonido habitual, con las tremendas bases y el juego electrónico que arropa a sus canciones, se remozara de graves y percusiones (el grupo se completa con la batería de Carlos Sosa) para presentar los temas del flamante «Trece lunas». El deje flamenco de Nita en el tema titular o «New life» aporta frescura, requiebros y personalidad a una propuesta única. «Read my lips», «Little pain», «Thai» (el corte más cercano al pop) congenian en perfecta armonía con los anteriores «Monkey», «Talking» y «Shiny soul», los que los hicieron viajar a media Europa para hacerse grandes y enorgullecerse de ser una de esas bandas españolas que suenan como si no lo fueran. Claro que eso lo dirán algunos, como también hay quien sigue sin entender lo que hacen, y no precisamente porque el inglés les impida conectar con sus letras. Al contrario de lo que suele suceder, sobre todo en este tipo de festivales donde todo va demasiado rápido, te dejan con ganas de más y el deseo de asistir a uno de sus conciertos en un ambiente más cercano, en el que la aparente agresividad de su música te depare momentos mucho más íntimos. Comulguen o no con su propuesta, un consejo: no se los pierdan.
El primer intento se salda con un notable «I like». Para el año que viene, si el tiempo y la autoridad, que no debería ser otra que el pueblo mismo, lo permiten, esperamos que ese «me gusta» tan engañoso e inútil de las redes sociales se transforme en un grito sincero. Y que estemos ahí para escucharlo.