Iggy Pop – Every Loser (Gold Tooth / Atlantic)
A estas alturas, cualquiera que haya dado por acabado a Iggy Pop, debería saber que comete un craso error. Este tipo se automutilaba en el escenario en los sesenta, se alquiló un piso con Bowie en los setenta, sobrevivió, a duras penas, a los ochenta, renació en los noventa, se reunió con su banda –The Stooges– a principios de este siglo y últimamente, de nuevo solo, parece decidido a recordarnos que él no sólo llegó el primero y lo inventó casi todo, sino que es imprescindible para que el mundo del rock and roll siga girando.
Lo ha hecho a través de discos tan rotundos como aquél Post Pop Depression (2016) que urdió a pachas con Josh Homme (Queens Of The Stone Age) o tan atrevidos e interesantes como esa incursión en territorios jazz que fue Free (2019). Además, a pesar de los envites del tiempo y de toooodooo lo vivido (que ha sido lo que no vivirán otras y otros ni en dieciséis vidas), aún sigue empeñado en encaramarse a un escenario a pegar botes con 75 primaveras cumplidas. Aunque, eso sí, tal como ha declarado, lo que ya no va a hacer es tirarse al público (stage diving) desde el escenario como quien se tira a la piscina. Algo que era una de sus señas de identidad , pero, como suele decirse: time waits for no one.
Every Loser, su décimo noveno capítulo discográfico, se distancia un poco de los dos anteriores en el sentido de que este es lo que podría llamarse “un disco estándar” de Iggy Pop. Uno perfectamente encuadrable -salvando las distancias- junto a Brick By Brick, American Caesar o New Values. Es decir, no un trabajo especialmente crucial en su carrera, pero sí un disco de rock plenamente disfrutable, lleno de buenas canciones, que le va a servir de excusa, ya de paso, para salir de gira a llenar la bolsa con la banda de estrellas que se ha agenciado para la ocasión.
Porque, precisamente, este disco es ante todo un despliegue de amistades y cameos de músicos más jóvenes que le deben la vida a quien poco más o menos inventó el punk. Así, de banda base, con nombre y todo (The Losers), está Duff McKagan (Guns’n’Roses), Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), Josh Klinghoffer (RHCP, Pearl Jam) y Andrew Watt, que es quien compone casi todo este material junto a la Iguana y quien produce (como ha producido a, entre muchos otros, Morrissey, Miley Cyrus, Ozzy Osbourne, Dua Lipa o Camila Cabello). Junto a ellos desfilan nombres como los de Stone Gossard (Pearl Jam) o el malogrado Taylor Hawkins (Foo Fighters).
De hecho, que alguien como Watt, aunque aquí esté en “modo punk”, produzca, es algo que nos da muchas pistas de lo que nos vamos a encontrar. Un sonido rockero pero pulido, diríase mainstream, que muchos pensarán que no tiene mucho que ver con el grueso de la carrera de Iggy, pero a lo mejor se equivocan. Porque cierto, la inicial (y single de adelanto) “Frenzy” quizá falla un poco en recuperar el espíritu de los Stooges, pero no deja de ser un trallazo marca de la casa, que da que pensar que uno se encuentra ante el disco más duro de este tipo en muchos años, pero a continuación suena “Strung out Johnny” y… bueno, empieza a replantearse dicha idea.
Y es que se trata de una canción para la que no le cabe otro calificativo que “ochentera”. De tomo y lomo, además. Parece una versión hecha en 1986 de una canción de Love & Rockets, o directamente, un descarte de Blah Blah Blah, uno de los discos más incomprendidos de nuestro héroe. En todo caso, la cosa es completamente desigual con respecto a la anterior en cuanto a feeling, pero funciona, porque es una gran canción. Igualmente funciona “New Atlantis”, de lo mejor del lote. Un medio tiempo de rock psicodélico, también con cierto tufillo ochentas, que contrasta con el retorno al guitarreo punk con “Modern day rip off”. Y es que Iggy juega un poco aquí a hacerles la pedorreta a algunos de sus supuestos herederos musicales que no han entendido de qué va la película. Lo hace, sobre todo, en la irónica y hardcoreta “Neo punk”, y otras demostraciones de fuerza como la aguerrida “All the way down”.
En otra onda, la sideral “Comments” vuelve a traer a la cabeza los ochentas-noventas, igual que la lenta, resacosa y bonita “Morning show” o la final “The regency”, compuesta con Dave Navarro y Chris Chaney, de Jane’s Addiction, en compañía del mencionado Taylor Hawkins. Una canción con trazas de himno que remata un disco en el que Iggy y su productor juegan a reivindicar a todos los Iggys posibles -al menos, los que caben en un disco de rock- y, aunque no entregan una obra verdaderamente memorable dentro de una discografía tan compleja de emular como la del de Detroit, sí que puede decirse que pese a cierto desequilibrio estilístico el álbum mantiene perfectamente el tipo, proporciona jaleo, diversión y sobre todo, añade unos cuantos trallazos al cancionero de este señor que se niega a que le quiten las pilas Duracel. Suficiente como para motivar que le volvamos a ver pegar botes sin camiseta sobre el escenario de algún festival. Aunque eso sí, recuerden, ya no hará stage diving…