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José Ignacio Lapido (Teatro Barceló) Madrid 24/11/18

Calibrando sala y sonido, ante un público sin medida, José Ignacio Lapido abrió el adiós de El alma dormida con «Largo de contar», suave, llenando la atmósfera de buenos presagios. No sé cuál es la razón más acertada, tal vez una banda inspiradísima, un aforo encendido, las ganas de disfrutar del propio Lapido, o todas juntas, sea cual sea, el fin de gira de uno de sus mejores discos, tal vez el mejor, está generando conciertos para el recuerdo como el vivido esta pasada noche en el madrileño Teatro Barceló.

«Al final será complicado que alguno de nosotros saqué una conclusión (…) será casi un milagro llegar al fondo, al fondo de la cuestión», canta en «Estrellas del purgatorio», estribillo totalmente celebrado, y me pregunto por esa potente unión entre él y sus fieles, a pesar de la duda y el escepticismo que reportan sus canciones, algo que a priori no ayuda a ser feliz en nuestro tiempo… O tal vez la duda es justo lo que necesitamos para serlo. Formulando preguntas sin respuestas, logra que las hallemos.

Y ahí está, además, ese imaginario exquisito de José Ignacio Lapido a la hora de confeccionar sus textos. Él nunca nos ha dado nylon por seda. Su universo está compuesto de espejismos y desiertos, fuego y ciudades, óxido y leyes, silencio y tormentas, pasos en el alambre sin red, por supuesto, el número siete, mitología y cotidianidad, amores y tempestades, relojes de arena… Y es compatible con la esperanza, con saber rebelarse.

Además, el rock que atesora desbordó el escenario hasta contagiar al público cautivo pero también renovado, en primera fila hubo representación hasta los once años. Y sobre las tablas, Víctor Sánchez, guitarra y coros, conjugó talento y experiencia como pocas veces se ha visto, a veces él tocaba la eléctrica y en otras la eléctrica le tocaba a él, tal era la unión. Capítulo aparte merece el fantástico repertorio de guitarras que presentó, la noche transcurrió entre Gibson y Fender, con el acertado protagonismo de una Gretsch que particularmente adoro, máxime cuando entró en acción junto a la acústica de Lapido para atacar «En la escalera de incendios». Claro está, Lapido supo arropar y ser arropado, alternando protagonismo desde las cuerdas de su Gibson, tanto en acústico como en eléctrico.

«Dinosaurios», «La versión oficial» o «¡Cuidado!» demostraron el enganche de El alma dormida, y sostienen la coherencia y brillantez de otras piezas maestras que también sonaron como «En el ángulo muerto», «La antesala del dolor» o «Algo me aleja de ti», canción precisa para iniciar un primer bis que trajo a su cierre «Espejismo nº8», única referencia directa a 091, ahora que parece próxima una nueva reencarnación. Y no es una canción cualquiera, en su momento significó la última grabada por Los Cero, interpretada ya por Lapido, y ahora puede significar el inicio de una nueva etapa. Impresionante su vestido bluesero, rockero y progresivo, con perspectiva, la mejor canción de 091, si no están de acuerdo, al menos déjenme afirmar que es de las mejores. E insisto, sonó espectacular gracias al excelente momento de Víctor Sánchez y Lapido, y como en todo el concierto la base de Popi González, batería, y Jacinto Ríos, bajo, pisó fuerte, como guinda continua Raúl Bernal al piano, a los pianos, mejor dicho, agrandó con su toque cada melodía, armonía y arreglo, contaminándose también de ese latigazo de las seis cuerdas en cada intervención.

Hubo tiempo para una vuelta más, «El Dios de la luz eléctrica» apareció para cerrar este fin de gira en Madrid, y de paso recordarnos que Ladridos del perro mágico, primer disco de Lapido en solitario, cumplirá el próximo año su vigésimo aniversario. Gracias, maestro.

Fotos: Rodrigo Haro

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