Kiko Veneno – Sensación Térmica (DRO-Warner)
Sutileza es lo que le falta a la presentación de este disco. De moderno que quiere ser se pasa de roscas. Es un experimento con el que (afortunadamente) sus creadores se han aburrido de jugar hacia la mitad. Tal vez un poco tarde para mantener la atención del oyente ocasional, aquél que pasaba por allí por tratarse de un disco de Kiko Veneno. Un álbum nacido del pulso creativo que se han marcado Raúl Refree como productor y el propio Kiko. Sufre el disco de la que parece una obsesión desmedida del productor por hacer de este nuevo álbum el Échate Un Cantecito (1992) de la era de internet, haciéndolo sonar a toda costa actual, sin importar ritmos, cadencias, ni métrica o mejor dicho sin escatimar en ninguno de esos elementos compositivos.
Mientras que Échate Un Cantecito se convirtió en el adalid del modernismo por justamente serlo sin parecerlo, por esa mezcla tan bien conjugada de estilos que por aquel entonces España no esperaba, en este Sensación Térmica lo primero que te viene a la cara como un jarro de agua fría es la producción ultra mega moderna y mal acoplada en algunos cortes a las composiciones aflamencadas de Kiko. Hace poco escuché a Kiko Veneno hablar de que algunas chispas llegaron a saltar en el estudio entre él y Raúl mientras decidían qué caminos tomar en la factura de las canciones y ahora no me cuesta imaginar por qué lo decía. Los arreglos de la primera mitad del disco, que si bien son muy certeros a la hora de crear ambientes y cambiarle el color al tono sureño de Kiko, como lo hacen en el acertado primer corte «La Vida es Dulce», especialmente los de viento que son el eje central de la canción, un buen colorín para acompañar la voz que por momentos parece casi agotada de Kiko, mientras que en los tres siguientes títulos el onanismo utilizado para programar los arreglos atosiga más que enriquece.
El segundo plato es «Babú» un insoportable ejercicio y fallido intento de actualizar el sonido de Kiko a toda costa, con unas letras que de surrealistas se asemejan más a las de un poeta vago. Superado el susto inicial llega «No cal partir» que nos devuelve la cadencia sonora del Kiko más flamenco entre ritmos africanos, aunque sus letras se han radicalizado fotografiando paisajes ya no tan queridos ni que resultan tan familiares a pesar de hablar de la crisis, esa maldita crisis. De hecho en los puntos en los que el pulso entre los dos autores del disco se queda en tablas es cuando la escucha del disco se hace más placentera, «Namasté» puede ser esa canción que siempre esperas encontrar en los discos de Kiko, esa que suena en los cafés del mediodía de la playa de Tarifa.
Y así mientras avanza el disco, ya entrados en la segunda mitad es cuando caes en la cuenta de que todo el esfuerzo requerido ha sido en vano porque se agolpan hacia el final seis canciones de corte más clásico, de arreglos más dulces, donde Kiko pone más la cara que el corazón, pero aún así fáciles canciones a las que el oyente llega ya sin resuello alguno, lo que no debe impedirte aplaudir los bonitos arreglos, que ahora sí, ni les sobra ni les falta a las típicas canciones de Kiko.
La carta ganadora parece haber caído del lado de Refree, aunque cuando suenan canciones como «Los Planetas» de pereza enfrentarse al análisis de un disco que aunque ha sido parido de un modo forzado y antinatural sigue envuelto en la seda propia de cualquier creación del Veneno más cercano. Un salto al vacío, sin red y con doble mortal, con todos sus riesgos, bien de aciertos y buenas dosis de descacharrantes despropósitos.